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18. Lucrecio, profeta de la ciencia

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Hay en Lucrecio vislumbres de la ciencia moderna. No podemos menos de asombramos ante la concepción atomista (I-II), el enunciado diáfano de la ley de conservación de la materia (I 150-224), la crítica de cierta idea ingenua de progreso y finalismo (II 167-183), los esbozos de una teoría de la selección natural de las especies (V 837-924). Admiramos su audacia de quitarle un centro al universo (I 1052-1113) y poblarlo de mundos (II 1048-1089). Sutil y recóndita es la doctrina del carácter no-objetivo de algunas sensaciones y el color (II 730-864). Afirmaciones suyas, tenidas mucho tiempo por extravagantes, como atribuir ensueños a los animales superiores (IV 962-1029) o deleite a las hembras en el coito (IV 1192-1207), hoy son moneda corriente.

A veces las profecías son detallistas. No sé si alguna vez se ha indicado que Lucrecio enuncia como sin querer el fundamento sensitivo y óptico del cinematógrafo, cuando dice hablando de la movilidad de las imágenes oníricas: «No es de extrañar que las representaciones se muevan y regularmente agiten brazos y otras extremidades (pues ocurre que en sueños las imágenes parecen hacer tales cosas), comoquiera que, cuando la primera acaba y luego en otra posición nace otra, la primera entonces parece cambiar de ademán» (IV 768-772). ¡Tiene mérito afirmar, antes de que las apariencias más palmarias de lo contrario fueran desmentidas por vía experimental y con ayuda de aparatos, que las sensaciones derivan de un flujo discontinuo de imágenes!

En este punto de las anticipaciones no falta sin embargo quien extreme las cosas y saque a la palestra nada menos que el principio de indeterminación formulado por el físico Werner Heisenberg para conectarlo al clinamen lucreciano (II 216-250): «La idea de una declinación ‘inmotivada’ (‘voluntaria’), largo tiempo burlada como anticientífica, ha encontrado ahora una confirmación en el sentido de que en ámbito atómico ciertos fenómenos no pueden explicarse causalmente, sino sólo previstos estadísticamente» 244 . Pero todo esto, claro es, hay que entenderlo dentro de la distancia enorme que separa el atomismo antiguo del moderno. El átomo de la ciencia física actual sólo muy vagamente se identifica con el de los antiguos. Se diría que uno y otro son realidades heterogéneas e incompatibles. Aunque Lucrecio, como por adivinación, adelante muchos de los principios del atomismo clásico 245 , el atomismo de hoy, a la vez ondulatorio y corpuscular, sin lugar para el vacío, se le parece menos; sólo algo así como los quarks , piezas últimas de unos átomos desmontables, podrían asimilarse a los átomos epicúreos.

Hay que mirar más allá de la fortuna que en este terreno hayan tenido sus aciertos y desaciertos, porque es su espíritu de amor a la realidad como verdad lo que importa. Resulta instructivo seguir a nuestro poeta al tiempo que renuncia, por ejemplo, a cualquier ilusión antropocéntrica (lo que con grandes dificultades y tropiezos intenta la ciencia moderna). Y así, cuando vemos que en la actualidad los paleontólogos evolucionistas desentierran vestigios de antiquísimos animales aviformes y luego dan por sentado que el vuelo viene a ser una consecuencia inesperada del nacimiento de plumas (y no al revés), uno piensa al punto que están haciendo suyo el aforismo lucreciano: quod natumst, id procreat usum (IV 835). Porque es que hay modos de razonar, o de ejemplificar lo razonado, que sin saberse ya de donde vienen, saliendo de Lucrecio y otros antiguos, llegan al presente. Los físicos y biólogos actuales, cuando hablan de los modos de operar del azar, no dejan de recurrir a la fabulilla del mono que sin propósito teclea en una máquina de escribir hasta componer Hamlet. La escena estaba ya en el tratado Sobre la naturaleza de los dioses (II 93-94) de Cicerón, donde un hombre tira al suelo caracteres de las veintiuna letras, hechos de oro u otro material, y salen compuestos los Anales de Ennio 246 . En pos de precursores griegos (Demócrito sobre todo), Lucrecio gustaba de comparar los átomos con las letras del alfabeto 247 .

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