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Capítulo 4

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De nuevo regreso al mismo punto,

a pesar de mis esfuerzos por huir,

tú eres mi destino,

y parece que no puedo elegir.

EFRÉN VENTURA (Circunstancias Atenuantes), Tú

Efrén conducía hacia su cita para comer como un condenado a muerte camino de su inminente ejecución.

Tras la breve regañina de Elba en el restaurante se sentía estúpido y pueril.

Nadie creería, viendo la metedura de pata que había cometido con Verónica, que las mujeres le lanzaban ropa interior al escenario y lo perseguían sin descanso fuera de él. De hecho, esa era principalmente la razón de que hubiera un problema con Verónica. Estaba tan acostumbrado a ser el perseguido que no tenía ni la más remota idea de cómo actuar ante una mujer que no se mostrara abiertamente interesada en él.

La fama le había llegado muy pronto, e incluso antes de ello habían sido las chicas las que habían buscado su compañía. Las chicas maduraban antes que los chicos en todos los sentidos, y en ese aspecto sus compañeras de clase se habían adelantado a Efrén en su interés por el sexo opuesto.

Por otro lado, Verónica no solo no se mostraba interesada, sino que, además, actuaba como si solo le estuviera ofreciendo una amistad. Puede que él fuera un cretino, pero ella tampoco se había esforzado por acercarse a él.

De hecho, Efrén estaba seguro de haberle enviado todas las señales necesarias, a lo largo de su relación telefónica, para que se diera cuenta de que él buscaba algo más que simple camaradería.

Y es que, aunque sabía que había metido la pata tras el concierto, al creer que era mejor hacerse el interesante y esperar a que ella se acercara, estaba seguro de que la distancia que marcaba Verónica entre ambos no era por su culpa.

Tal vez no estaba interesada, pensó, poniéndose mala cara a sí mismo en el espejo retrovisor.

—¡Idiota! —se regañó en voz alta—. Tienes que pensar en positivo.

Además, el comentario de Elba le daba esperanzas de que fuese así. Si no hubiese habido ningún interés por parte de Ricitos de Oro, Elba no se habría enfadado tanto con él, ¿no?

Intentando centrarse en la conducción y sabiendo que aparcar en el centro era misión imposible, se adentró en uno de los aparcamientos de la zona y se ahorró las inevitables vueltas. Su humor ya estaba lo suficientemente bilioso sin necesidad de ayuda externa.

Salió del coche arrastrando los pies. Ver a Elba siempre lo alegraba. No obstante, la ocasión no era propicia para el buen humor, ya que su amiga había decidido llevar refuerzos, y de los certeros, con mira telescópica incluida.

Y es que, aunque adoraba a Miriam y su lengua afilada, su fiasco tras el concierto lo había puesto demasiado susceptible a la sinceridad brutal de la morena.

En cinco minutos se plantó frente a la cafetería en la que habían quedado para comer. Como siempre que estaba bajo el escenario, llevaba sus gafas y el pelo peinado de la manera más cómoda posible, por lo que no le preocupaba excesivamente que lo reconocieran.

Deteniéndose frente a la puerta del local, se sintió culpable cuando vio que sus amigas ya estaban allí.

—Lamento mucho llegar tarde. Aparcar en el centro es imposible —se excusó, olvidándose de la culpabilidad de hacía unos segundos.

—No te preocupes, acabamos de llegar —comentó Elba, devolviéndole los dos besos con que la estaba saludando.

—Acabarás de llegar tú, yo llevo aquí sentada diez minutos —se quejó Miriam, mirando a Elba, aunque le guiñó un ojo a Efrén, que en ese momento se acercaba a besarla.

—Lo siento, Miriam. Si hubiera sabido que ibas a estar tan guapa habría venido antes —la aduló, ganándose el perdón de las mujeres.

—Es cierto, Miriam, hoy estás especialmente guapa —corroboró Elba, mirando con suspicacia a su amiga—. ¿Has cambiado el tono del colorete? Estás muy sonrosada.

Miriam negó con la cabeza.

—¿La barra de labios? —insistió.

Otra negación.

—¡Ya lo tengo! Te has cambiado el peinado —intervino Efrén.

—¿Estáis tontos? No me he hecho nada —se quejó molesta, espoleada por las hormonas—. Aunque reconozco que tengo un poco de calor —comentó, tocándose las sonrosadas mejillas.

—Será por el bebé —zanjó Efrén—, y somos absolutamente sinceros cuando decimos que estás muy guapa. No creas que es peloteo. La maternidad te sienta estupendamente.

Se calló tras sufrir la mirada asesina de Miriam.

La comida transcurrió entre el buen ambiente y las bromas a costa de Efrén y su pésima actuación con Verónica.

—No comprendo cómo pudiste pasar tanto de ella. Conmigo eras muy atento —dijo Elba.

—Y ya viste cómo me fue. Te quedaste con Max —bromeó de buen humor.

—Él me vio antes —respondió ella, siguiendo la broma—. Y tú nunca estuviste realmente interesado en mí. Confundimos nuestra amistad.

—En realidad, las cosas contigo fueron distintas en muchos aspectos. A ti no te conocía, en cambio sí que conozco a Verónica. Somos amigos, pensé que lo mejor sería dejar que ella se acercara a mí. Recordad que yo di el primer paso —apuntó—. Te pedí su número y la llamé. Además, también fui yo quién se acercó a ella tras el concierto. Podría haberme dado alguna señal.

—¿Estás seguro de que no lo hizo? Además, la superestrella eres tú —aclaró Elba—. Y el hecho de que lo seas no le aporta seguridad a ninguna chica.

—En realidad, Verónica cree que es posible que estés con alguien —apuntó Miriam con despreocupación.

Sus dos amigos la miraron con abierta sorpresa.

—¿Cuándo tenías pensado contármelo? —preguntó Efrén, abiertamente irritado.

—No seas bobo. Ya la saqué de su error. Lo he arreglado todo, así que de nada, superestrella. —murmuró entre dientes.

—Gracias, Miriam —dijo Efrén, algo divertido y algo enfadado de que sus amigos siempre terminaran usando su estatus como músico para meterse con él. Puede que la gente deseara el éxito, pero seguro que lo hacía porque no estaba al tanto de todo lo que conllevaba.

—Que piense que puedes estar con alguien es una prueba de que Vero se siente insegura contigo —apuntó Elba.

—No entiendo su inseguridad. Ha estado hablando con él durante meses —se quejó Miriam.

—En realidad, ella no es consciente de que Efrén me pidió su número porque le gustaba. Además, tampoco es un secreto que, día sí, día no, salen noticias y fotografías de Efrén con otras mujeres.

Miriam arrugó el ceño, pero no dijo nada.

—Verónica es periodista. Debe saber que no se puede creer todo lo que se dice en las revistas. Por otra parte, puede que no le haya dicho que me interesa abiertamente, pero sí de otras maneras más… sutiles.

—Espera, Elba, que va a hablarnos un poeta —pinchó Miriam.

—¿Cuánto dices que te falta para dar a luz? —inquirió Efrén, mirando a Miriam, que de repente se había quedado muda—. Porque de verdad que estás guapísima embarazada.

El silencio de su amiga y el modo en que se tensó Elba de repente le hicieron saber que algo estaba sucediendo a su espalda. Se dio la vuelta para ver qué las había dejado tan trastornadas y se topó con la mirada de Verónica, que iba acompañada por un tipo joven que se tomaba demasiadas libertades, a juzgar por el modo en que la asía de la cintura para que pasara delante de él.

Verónica parecía completamente descolocada. A juzgar por su expresión en ningún momento se hubiera imaginado que los encontraría allí. No obstante, estaban en una de las cafeterías a las que solían acudir los trabajadores del periódico, y después de todo, Efrén iba acompañado de uno de ellos. La amiga que había rechazado salir a comer con ella porque ya tenía planes. Unos planes que la excluían a ella.

Efrén estaba a punto de alzar el brazo y llamarlas para que se sentaran con ellos cuando Verónica arrugó la frente, se apartó un rizo del ojo, se dio la vuelta con gestos rígidos y salió a toda prisa del local. Su acompañante la siguió después de saludar a Elba con la mano.

—Está enfadada conmigo —explicó la periodista—. Me ha pedido que comiéramos juntas y yo le he dicho que había quedado, dejándole creer que era con Max con quien iba a comer. Debe haberla sorprendido que estuvieras aquí.

—Entiendo.

—No podía decirle que era contigo, porque tengo la sensación de que no le hubiera gustado mucho escucharme hablar de ti, y ahora… —Se calló sin saber muy bien qué decir.

—Ahora todavía me va a odiar más.

—No lo creo. Solo se siente traicionada por mí. Le explicaré que querías que habláramos de algo importante y listo.

—¿Crees que funcionará? —preguntó esperanzado.

—Seguro que sí. Verónica no es rencorosa, y sabe que somos buenos amigos.

—Parecía preocupada por algo, ¿no crees? ¿Piensas que quería hablar contigo porque estaba preocupada por algo serio? —preguntó, recordando la expresión perdida de la rubia.

—Yo no sabría…

—Chicos, —interrumpió Miriam, quien durante el intercambio se había mantenido en silencio—. Lamento complicar este momento tan crucial, pero o me he hecho pis encima o he roto aguas.

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