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Capítulo 20

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Si tengo que caer en la tentación que sea contigo.

No hay mayor pecado que dejar pasar la ocasión.

EFRÉN VENTURA (CIRCUNSTANCIAS ATENUANTES), Tentaciones.

Carla entró en su piso de mal humor. Después de haber ido hasta el periódico para hablar con su prima, regresaba sin haber podido hacerlo. Primero porque ella se había lanzado a contarle los detalles de su fin de semana y después porque no se había atrevido a insistirle y contárselo. Después de todo, la sede de un periódico, repleto de periodistas, no era el mejor lugar para hacerlo. Principalmente porque tendría que desvelarle a su prima los problemas crónicos en los brazos que padecía Guillem, y que él tanto se había esforzado por mantener en secreto, se animó, buscando una justificación a su falta de valor. El caso era que había perdido media mañana y no había sacado nada en claro.

Faltaban quince minutos para el mediodía, así que los aprovechó para hacerse algo rápido que comer: así lo tendría listo cuando se marchara Guillem, ya que tenía turno de dos a diez.

Cuando sonó el timbre estaba removiendo la pasta con tomate y atún que se había preparado. Se lavó las manos a toda prisa y fue a abrir, sin tener tiempo para ponerse la bata blanca que usaba para trabajar. De modo que cuando Guillem la vio, con su vestido estampado de flores y los botines color beis, tuvo que tragar saliva con fuerza porque se le resecó la garganta.

—Hola, ¡estás preciosa! —dijo sin pensar. Después de todo ella no era una mujer a la que hubiera conocido por la calle y a la que pudiera piropear así como así. Él era su paciente, lo que implicaba algo más de formalismo.

—¡Gracias! Pasa, ¿cómo estás de la espalda?

—Un poco mejor que ayer, pero aún tengo molestias —confesó, siguiéndola por el pasillo hasta la habitación que le servía de consulta.

—De acuerdo, vamos a ver. ¡Desnúdate! Quiero decir, de cintura para arriba. —Se sonrojó avergonzada por su ímpetu.

Él sonrió al ver su azoramiento.

—¿Sabes? No me importaría desnudarme del todo —dijo, haciendo que sonara a broma cuando era absolutamente cierto lo que decía.

—Sin duda eres muy complaciente. —Se mordió el labio cuando se dio cuenta de que su comentario podía tener una doble lectura.

Esta vez Guillem rio sin disimulos.

—Te aseguro que lo soy. Muy complaciente.

Una vez que estuvo sin nada que cubriera sus pectorales, Carla le dio una toalla y Guillem se tumbó boca abajo en la camilla, tal y como ella le indicó. Cuando todo estuvo listo, presionó el botón del reproductor de música y se dispuso a deshacer nudos y presionar y aliviar las zonas más tensas de su espalda.

Tocar su piel suave, musculada y caliente estaba haciendo estragos en la serenidad de Carla. En dos ocasiones había estado apunto de gemir de placer como si fuera ella la que estaba recibiendo el masaje y no a la inversa.

Guillem por su parte no parecía afectado. Se mantenía en silencio y tan inmóvil que pudiera haber pasado por dormido.

Solo cuando le hizo cambiar de posición para ejercitar los hombros se dio cuenta de que su calma era tan aparente como ficticia. Sin querer sus ojos se habían detenido en la parte más sensible de su anatomía, que en esos instantes no tenía nada de sensible.

Siguió con el masaje un cuarto de hora más. Cuando terminó y Guillem ya se había vestido, este la sorprendió con una pregunta que la dejó perpleja.

—Esto que voy a decir quizás te incomode. No sé si te parecerá poco profesional aceptar, pero ¿te gustaría cenar conmigo una noche?

—¿Por qué?

—¿Disculpa?

—¿Por qué me invitas a cenar?

—Creo que es evidente. Me gustas. Y me gustaría explorar esta tensión no resuelta que hay entre nosotros —dijo con total sinceridad. El amor, de momento, no entraba en la ecuación. Lo que él sentía por la pelirroja que tenía delante era deseo. Un deseo primitivo que se moría por satisfacer.

—De acuerdo. Saldré a cenar contigo y dejaré que exploremos lo que hay entre nosotros con una condición.

Guillem la miró asombrado.

—Es la primera vez que una mujer me pone condiciones para salir conmigo, pero escucharé tu propuesta —dijo. Sonriendo para disimular su desconcierto, añadió—: Puede ser interesante.

—Saldremos a cenar con Verónica y Efrén.

—¿Efrén?

—El novio de tu hermana —explicó Carla, sintiendo que había tentado demasiado a la suerte. Guillem era un hombre atractivo y con éxito, ¿por qué iba a ceder en algo así solo por tener la oportunidad de salir con ella?

Durante unos segundos que a Carla le parecieron eternos él se mantuvo impasible, observándola en silencio. Cuando finalmente habló, el estómago de Carla estaba comenzando a rebelarse produciéndole malestar y algo muy parecido a las náuseas.

Guillen supo que Carla le estaba dando la excusa perfecta para retomar el contacto con su hermana, y no iba a desaprovecharla. Además, con ello no solo iba a poder ver a Verónica sino que llevaba consigo el extra añadido de poder disfrutar de dos citas con la pelirroja.

—Conforme, salgamos con ellos, pero eso solo significará que me debes una cita a solas, tú y yo.

«¿A solas?», repitió mentalmente Carla. Guillem no solo aceptaba su abyecta condición sino que además todavía estaba interesado en tener una cita romántica con ella después de eso. Tuvo que morderse el labio inferior para no sonreír de oreja a oreja.

—Me parece bien.

Él sonrió encantado y Carla supo que por mucho que se esforzara en fingir que no le importaba salir con él, Guillem conocía la verdad tan bien como ella.

—Voy a estar fuera unos días por trabajo. ¿Qué te parece si cenamos todos el viernes? Así el sábado podrás devolverme el favor y salir a cenar conmigo.

—El viernes me parece perfecto. Hablaré con Verónica.

—Te llamaré el jueves para ver cómo ha ido todo.

Antes de que Carla pudiera responder, se inclinó sobre ella y le dio un beso rápido y superficial en los labios.

Un beso que la dejó asombrada y temblorosa a partes iguales.

Sin darse la vuelta para comprobar si ella le acompañaba hasta la puerta, salió de la habitación para marcharse.

Una vez en la puerta de la calle se dio la vuelta para preguntarle si tenía su número de móvil. Cuando ella asintió con la cabeza, volvió a repetir el beso, tan ligero como el anterior, y se marchó.

Incapaz de aguantar por más tiempo Carla cerró la puerta y se sentó en el suelo, con las piernas cruzadas, la sangre hirviendo y la cabeza dándole vueltas.

—Dios mío —musitó—, si me hace esto con un beso rápido no quiero ni imaginarme cómo me voy a quedar cuando se tome su tiempo para besarme.

Sonriendo por su propia broma se levantó y fue en busca de su teléfono móvil.

Se sentó en el sofá mirando el teléfono que tenía en la mano. Suspiró y marcó el número que se sabía de memoria. No tuvo que marcar más que los tres primeros dígitos cuando el número completo apareció en la pantalla.

—Hola, Carla. Siento lo de antes, al final te has ido sin contarme lo que habías venido a decirme.

—Por eso te llamo ahora. Tenemos que hablar.

—Claro. ¿Qué sucede? Estás demasiado formal.

—Lo que te tengo que contar puede desembocar en dos opciones: la primera es que decidas pasar de mí por el resto de nuestra vida. La otra que me adores incondicionalmente.

—Ya te adoro incondicionalmente. ¡Dispara! Me estás poniendo nerviosa.

—¿Estás sentada?

—¡Carla! —la regañó, cada vez más preocupada por lo que su prima le fuera a contar. Había ansia y temor en su voz.

—De acuerdo. Allá voy. —Dijo, pero se mantuvo en silencio.

—¡Venga!

—El viernes Efrén, tú, yo y Guillem vamos a cenar juntos en el restaurante que tú escojas.

—¿Guillem, mi hermano?

—Sí. Verás, no me cuelgues. Mi jefe me pidió que atendiera a un paciente que tenía problemas en los brazos y que no quería ir al hospital, yo dije que sí porque, bueno, iba recomendado por mi jefe, y cuando abrí la puerta el que estaba allí era tu hermano. Que, por cierto, es impresionante. La cuestión es que hoy me ha invitado a cenar y yo le he dicho que sí, pero que antes tendríamos que cenar contigo y con Efrén, y para mi absoluta sorpresa ha dicho que sí.

—De acuerdo.

—¿No estás enfadada? La verdad es que lo he hecho porque quería ayudarte con el artículo y eso, pero también porque me gusta. Mucho. ¡Oh, Dios mío! Me gusta mucho tu hermano y tú vas a odiarme, por que yo…

—¡Carla! —la cortó antes de que siguiera divagando y preocupándose sin motivo—. ¿Recuerdas las opciones que me has dado?

—Sí.

—Sigo escogiendo la misma. No hay nada que tú puedas hacer que haga que te odie o que te quiera menos. Puede que Guillem sea mi hermano de sangre, pero tú eres mi hermana por elección.

—Te quiero —confesó la pelirroja, tragándose las ganas de echar unas lagrimitas.

—Lo sé, tonta. Yo también te quiero, pero ahora cuéntame, cómo es eso de que mi hermano es impresionante.

—Es el hombre más sexy que he visto en mi vida y, créeme, en mi trabajo he visto a unos cuantos.

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