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Capítulo 5

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Era la primera vez en su vida que Efrén veía a un hombre histérico, y que se tratara de un médico responsable y centrado lo hacía todavía más surrealista y terrorífico de lo que hubiera imaginado nunca.

Desde el instante en que Elba había llamado a su hermano para avisarle que Miriam había roto aguas, la voz del inminente padre había traspasado la barrera del sonido. De hecho Elba habría podido prescindir del teléfono para hablar con él a pesar de los kilómetros de distancia que les separaban. Y lo peor era que sus gritos no habían cesado desde entonces.

—Fabián, cariño, ¿quieres que entre yo un rato para acompañar a Miriam y tú te acercas a la cafetería y te tomas una tila? —ofreció Elba, con mucho tacto.

Fabián había salido de la sala de dilatación para avisarles que Miriam todavía no estaba lista para dar a luz y que había que esperar.

Tras el susto en la cafetería, Efrén había actuado con rapidez y se había llevado a las dos mujeres al hospital, donde habían ingresado a Miriam. Una vez estuvo ese punto cubierto, y con Fabián avisado, Elba se hizo cargo de la situación. Llamó a su marido y a Olivia, la madre de este, que fue quien se encargó de recoger a Alma en el colegio. Una vez resuelto todo, los tres, Elba, Max y Efrén quedaron para verse a las puertas de urgencias de Maternidad, a la espera de recibir la noticia del nacimiento del bebé.

—Nosotros te acompañamos, Fabián —ofreció Max, mirando a Efrén.

—Claro, Fabián —corroboró este, ante la petición de ayuda de su amigo—. Yo también necesito una tila después del susto que me ha dado tu mujer —bromeó, para aligerar el ambiente.

—No, no. Mejor me quedo con Miriam.

—Vale, pero cálmate o la vas a poner nerviosa. Y será peor para el parto —concedió su hermana, sabiendo que no iba a conseguir que se separara de ella si no recurría a la preocupación por su bienestar.

—¿Crees que la pongo nerviosa?

—Sí que lo creo, cariño, estás histérico. Pero es normal, vas a ser padre.

Con un profundo suspiro, que alteró todavía más a sus acompañantes, Fabián se encogió de hombros, y finalmente cedió.

—De acuerdo, me tomaré esa tila, pero volveré en seguida. No quiero que piense que la abandono.

Efrén no pudo más que mirar a Elba con absoluta admiración. Elba sonrió, satisfecha por su éxito, se puso de puntillas y le dio un beso en la mejilla a su gemelo. Después les guiñó un ojo a su marido y a Efrén, que había esperado pasar un día relajado comiendo con sus amigas, y anunció que iba a entrar a acompañar a la parturienta.

—Tal vez sea buena idea que pidas una tila doble —aconsejó Max, ahogando una sonrisa.

Acababan de llegar a la cafetería del hospital y durante el camino Fabián no había vuelto a abrir la boca, como si salir de la zona de urgencias de Maternidad hubiera sido un bálsamo para su estrés.

—Mejor nos sentamos primero —sugirió Efrén, al darse cuenta de que la calma de Fabián era solo aparente—, yo te traeré la tila, ¿tú quieres algo?

—Que sean cuatro tilas, dos para él y una para cada uno —propuso Max, que era el más racional y sensato de los tres.

—¡Hecho! —aceptó Efrén, dejando que los demás tomaran asiento en una de las mesas que estaban vacías.

A pesar de que eran más de las cinco de la tarde y de que el horario de consultas había finalizado, la cafetería estaba bastante concurrida. Con la cabeza gacha, mirando el teléfono para comprobar que Elba no había avisado de cambios en el estado de Miriam, se plantó frente a la chica que estaba detrás la barra y pidió las cuatro tilas. Como si la petición fuera de lo más habitual en aquellos lares, la camarera ni se inmutó. De hecho, le prestó tan poca atención a Efrén que este se libró de continuar con la cabeza gacha. Después del día que estaba sufriendo, lo que menos le apetecía era ponerse a firmar autógrafos o a hacerse fotografías con sus seguidores.

Con una taza en cada mano regresó a la mesa, e hizo el mismo viaje otra vez para llevar las que había dejado en el mostrador.

—Me bebo esto rápido y vuelvo con Miriam —dijo Fabián, de nuevo rozando la histeria—. No quiero que crea que la he abandonado —volvió a repetir, como si esa idea se le hubiera quedado grabada.

—Ella jamás pensaría eso de ti —apuntó el músico, ganándose por ello una mirada condescendiente de Fabián—. De hecho, estoy seguro de que estará más tranquila si cree que lo estás tú.

Fue Max quien salvó la situación, poniendo a Efrén en un aprieto.

—¿Ya te ha echado la bronca mi mujer?

—¿Qué has hecho? —inquirió el futuro padre, olvidando por un instante sus propios problemas.

—Nada —respondió, mirando a Fabián, y añadió, para responder a Max—: No ha llegado a echarme la bronca. Justo cuando estábamos hablando de eso, Verónica ha aparecido por sorpresa en la cafetería.

—La cosa va de mal en peor… Parece que soy el único hombre que entiende a las mujeres en esta mesa —remató Max, mirándolos con algo similar a la compasión.

Efrén estaba cada vez más nervioso e incómodo. Si en la cafetería había logrado pasar desapercibido, no había tenido tanta suerte en la sala de espera del hospital. Una de las enfermeras lo había reconocido, y se había pasado sus buenos quince minutos firmando autógrafos a las matronas, celadores, enfermeras y demás trabajadores del hospital.

Y por si fuera poco el comentario de Max no dejaba de darle vueltas en la cabeza.

En varias ocasiones en el transcurso del día había estado tentando de marcar su número de teléfono y disculparse con Verónica sin tanto revuelo. «He metido la pata, cierto, pero no necesito que Elba me diga cómo solucionarlo, ¿verdad?», se preguntó a sí mismo, no muy seguro de dar con la respuesta. Después de todo, no había necesitado a nadie para entablar su amistad con ella, ¿por qué la situación actual era diferente?

Miró a Elba, que se había escondido en los brazos de Max, a la espera de que salieran a darles la noticia de que todo había salido perfectamente, y decidió que iba a hacer algo.

—Voy a salir fuera un rato —avisó a sus amigos.

—Vete a casa, Efrén. Yo te llamo cuando nazca el niño —ofreció Elba, con una sonrisa cansada.

—Con el susto que nos ha dado y lo que le está costando salir… —dijo, sonriendo—. Mejor me espero un ratito más.

—Elba tiene razón. Ve y descansa, te llamamos cuando sepamos algo —secundó Max.

No tuvo tiempo de volver a declinar la invitación porque, un instante después, la figura de un Fabián desaliñado con un bulto en brazos y una enfermera siguiéndole los pasos apareció por la puerta que daba a las consultas.

Los tres se levantaron como un resorte de las butacas y se acercaron hasta ellos.

—Tengo un hijo perfecto, y Miriam está bien, más que bien, está preciosa —dijo Fabián, emocionado, mostrando a su hijo con orgullo: un niño guapísimo, a pesar de estar arrugado y enrojecido.

—Es tan bonito como lo era Alma cuando nació —afirmó su tía, a quién le caían las lágrimas de la emoción.

Efrén notó que la cara de Max se contraía de dolor, seguramente al recordar que la mala suerte le había impedido estar con Elba en esos momentos.

—¿Verdad que sí? —preguntó Fabián, quien añadió, mirando a su hermana—: Se llama Rodrigo.

—¿Como papá?

Fabián asintió con la cabeza.

—Miriam y yo hemos decidido seguir con la tradición familiar —explicó, ofreciéndole a su hijo para que lo sostuviera.

El orgulloso padre recibió las felicitaciones de todos. Cuando Efrén lo consideró oportuno, se despidió de la familia y se marchó.

Lo primero que hizo al subirse a su coche fue sacar el teléfono móvil y llamar a una de las más famosas floristerías de Valencia para que enviaran un ramo a la nueva madre. Tras eso arrancó el motor y se dispuso a arreglar su propia vida, inspirado por el maravilloso momento del que acababa de ser testigo.

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