Читать книгу Un beso arriesgado - Deletréame te quiero - Olga Salar - Страница 20
Capítulo 14
ОглавлениеNuestra verdad desnuda frente a nosotros mientras la dejamos hablar sin palabras, ofreciéndonos su propia visión de ti y de mí.
EFRÉN VENTURA (CIRCUNSTANCIAS ATENUANTES), Almas gemelas.
Tal y como debía, la cámara estaba en el bolso de Verónica, aún con algo de batería. Tras intercambiar una mirada, la rubia pulsó el botón para acceder al contenido grabado y en la pequeña pantalla apareció la última fotografía realizada, una que los dejó absolutamente perplejos.
—Ya me ha sucedido en otras ocasiones —comentó Efrén, poco convencido—. A lo mejor no nos estamos besando y es solo el ángulo de la cámara.
—¿El ángulo de la cámara? Efrén, la estás sosteniendo tú. Es un beso en toda regla y, por lo que se ve, tiene pinta de haber sido en esta misma habitación.
—No le des más importancia. Es un beso de amigos.
Pero en la imagen no parecía precisamente un beso de amigos, sino un tórrido beso. Verónica tenía los brazos alrededor de su cuello y su cuerpo estaba pegado al suyo. Para ser sinceros, Efrén apenas era capaz de entender cómo su cerebro había sido capaz de enviar la información necesaria a su dedo para que pulsara el botón y capturara la imagen.
—¿Queremos ver más? —preguntó Verónica, mirando directamente a Efrén. Ambos estaban sentados en el sofá de la suite con las cabezas muy juntas para poder ver bien la pequeña pantalla.
—Por supuesto.
— Tienes razón, es como tú has dicho, un beso amistoso. Nada más, pero, ¿y si hay más?
—No lo sabremos si no seguimos.
Verónica asintió y siguió pasando las fotografías.
Las siguientes imágenes les mostraban en la discoteca, bailando y riendo, pero no había vuelto a aparecer ninguna fotografía de ellos besándose, acaramelados sí, pero nada que se pareciera a un beso. Luego llegaron unas más oscuras, como si Verónica no le hubiera puesto el flash a la cámara hasta más tarde. Y tras las fotografías había un vídeo. Verónica presionó la tecla del play.
La imagen mostraba a Verónica, cámara en mano, encaminándose a la barra para pedirse una bebida, la música de fondo se escuchaba distorsionada, pero aun así se podía apreciar qué canción estaba sonando. Se veía el paseo de Verónica hasta la barra y después varios planos apuntando al camarero que se inclinaba para escucharla y, al instante, le servía lo que había pedido, frente a ella. Para sacar el dinero del bolso, Verónica dejaba la cámara todavía grabando junto al vaso. De repente se veía una mano, que no venía de delante, por lo que no era del camarero, verter unos polvos blancos dentro de su copa.
Ignorante de todo, Verónica volvía a tomar el dispositivo fotográfico y se marchaba hasta donde había dejado bailando a Efrén, que en ese momento se veía asediado por varias chicas que bailaban muy cerca.
—¡Joder, Verónica! —interrumpió Efrén. A pesar de ello ninguno de los dos paró el vídeo.
—Lo sé —dijo, sin despegar los ojos de la imagen—. Pensaba que estas cosas solo sucedían en la mente de las madres sobreprotectoras.
—Esto está asqueroso —se quejaba la Verónica de la grabación al llegar junto a él, y le tendía el aparato para que fuera él quien se hiciera cargo de la grabación. A pesar del sabor desagradable del que se había quejado ya se había tomado casi medio vaso.
—Toma el mío —ofrecía Efrén, bebiéndose lo que le había quedado a Verónica y poniendo cara de asco—. Sí que está un poco malo.
—¡Te lo he dicho! ¡A bailar! —pidió ella, mirando directamente a la cámara. Y un segundo después se quedaba la imagen congelada, marcando el final del vídeo.
—¡Joder! ¡Nos drogaron! —Efrén estaba completamente fuera de sí—. En realidad te drogaron a ti y yo bebí de tu vaso por casualidad. ¡Tenemos que denunciarlo!
—El vídeo no se ve bien. No tenemos nada, y no creo que sea muy buena publicidad para ti.
—A la mierda la publicidad. Alguien te drogó —dijo, apretando tanto los dientes que sentía la tensión en las sienes—. No me pidas que no haga nada.
—Por favor, tranquilízate. Pensemos bien las cosas. Puede que no podamos hacer nada ahora, pero tú eres una persona mediática, y yo trabajo en un periódico. Se podría hacer alguna campaña de concienciación… No sé.
—¿Te das cuenta de lo que podría haberte pasado? Quien quiera que te haya drogado lo hizo porque pensaba que estabas sola. Puede que incluso pretendiera atacarte. ¿A quién más pudo haber drogado esa noche?
—Lo sé, Efrén —dijo alzando la voz, perdida ya la poca compostura que le quedaba—. ¿Crees que no me doy cuenta de la suerte que he tenido? Si no hubiese estado contigo… —Se calló cuando notó las lágrimas resbalando por sus mejillas.
Entonces él se acercó y la abrazó. Sabía que había hablado de más, pero estaba tan preocupado y furioso que no había sido capaz de medir lo que decía. No obstante, en esos instantes se limitó a estrecharla contra sí y a dejar que ella se desahogara y se sintiera segura.
Verónica supo que tenía que hacer algo. Sí, había muchas campañas para alertar a las mujeres sobre los riesgos que corrían solo por ser mujeres, un hecho injusto en el que ellas siempre tenían el papel de víctimas. Desde agresiones sexuales a malos tratos, las que sufrían siempre eran las mujeres, y ahora ella había estado a punto de pasar por lo mismo. Y no estaba dispuesta a no hacer nada.
Tendría que madurar la idea que acababa de surgir en su mente, pero una cosa tenía clara: no iba a dejarlo correr como si no hubiese sucedido.
Pasaron diez minutos más antes de que Verónica hablara de nuevo, y solo porque su mente había recorrido un camino nuevo, tan escabroso como el anterior.
—Entonces fue por eso —murmuró, tan bajo que Efrén tuvo que agachar la cabeza para escucharla—. Me besaste porque estabas drogado.
Sintió como ella se envaraba en sus brazos tras su declaración. La soltó cuando comenzó a removerse incómoda.
Efrén supo que ella esperaba que dijera algo, pero ¿qué iba a decir? ¿Qué había deseado besarla prácticamente desde que su tentador perfume inundó sus fosas nasales y su presencia irrumpió en su campo de visión?
—No te besé porque estuviera drogado. Además, ni siquiera sabemos quién empezó el beso. A lo mejor fuiste tú, incapaz de resistirte por más tiempo a mis encantos.
La broma la hizo sonreír con timidez.
—Es una posibilidad —aceptó ella, con cierto halo de misterio—. En cualquier caso, tampoco fue tan memorable porque no me acuerdo de nada.
—¿Me estás retando?
Verónica abrió los ojos, sorprendida por el cauce que habían tomado los pensamientos de Efrén. El único motivo porque había hablado del beso era porque todo lo que habían descubierto gracias al vídeo la había hecho sentir vulnerable y había hablado sin pensar.
—¿A qué?
Él sonrió con picardía.
—Ya lo sabes.
—¿Lo harías? ¿Me besarías solo para demostrarme lo bien que lo haces? ¿Para superar un reto?
—No, lo haría porque es lo que quiero hacer. Lo demás son burdas excusas.
—Puede que necesite un beso ahora mismo. No quiero pensar en nada.
—¿Estás tratando de decirme que quieres utilizarme? ¿Cómo hombre objeto?
Verónica sonrió. No había nadie como Efrén para aligerar una situación incómoda con frases ingeniosas.
—¿Te molestaría mucho?
Él sonrió abiertamente.
—Es el sueño de mi vida —dijo, un instante antes de inclinarse sobre ella y apoderarse de su boca.
Verónica aceptó el beso con una mezcla de deseo y temor. Seguramente estaba cometiendo una locura al arriesgarse tanto. ¿Y si no salía bien? ¿Y si…?
Efrén se apartó unos centímetros de sus labios...
—Te estoy oyendo pensar. No lo hagas, solo siente —pidió, capturando su labio inferior con los dientes. Tuvo cuidado de no lastimarla, pero lo hizo con firmeza. Como si quisiera marcarla, regañarla por no dejarse llevar por completo.
El gesto fulminó cada uno de los pensamientos de Verónica, que devolvió el beso con la misma pasión con que lo recibía. Sus manos volaron hasta el cabello de Efrén, que siempre había ansiado tocar y, casi sin ser consciente de ello, se encontró sentada encima de su regazo.
Los besos se volvieron más intensos, más urgentes.
—Tenemos que parar —comentó Efrén, pero sus labios no se apartaban de su piel, primero su boca, luego su cuello, su garganta…
—¿Por qué? —inquirió a través de la embotada neblina de su mente.
—No quiero que vayamos tan rápido. Quiero hacerlo bien.
Tras ese velado rechazo la cabeza de Verónica volvió a funcionar correctamente.
—De acuerdo —aceptó, levantándose de encima de él y sintiéndose, de repente, avergonzada.
Efrén se dio cuenta del cambio operado en ella.
—Ricitos, no me has entendido. Eres importante para mí. No quiero que esto sea un aquí te pillo y aquí te mato. Quiero tener una cita contigo. Tontear contigo y, después, disfrutar de esto que los dos deseamos.
—¿Estás hablando de una relación? —preguntó con cautela.
—Sí, exactamente. De una relación. ¿Por qué te sorprende?
—Bueno, no sé. Yo… Somos amigos.
—Lo somos, pero yo quiero ser algo más —confesó Efrén, sin ningún reparo—. Aunque… Creo que lo mejor es que dejemos la gratificación para después de que entregues tu artículo.
Verónica rio, sorprendida por la elección de palabras.
—¿Te refieres al sexo?
—A eso, al sexo. Nada de sexo hasta que entregues el artículo.
—¿Por qué?
—Porque eso nos dará tiempo para conocernos mejor, —dijo, y añadió antes de que ella protestara—, en un ámbito distinto al amistoso. Y, además, evitará que tu artículo pueda ser considerado partidista.
—Pero la gente ya cree que estamos juntos.
—Pero tú y yo sabemos la verdad —afirmó Efrén sin cambiar de opinión—. Me gustas mucho, Ricitos, quiero hacer las cosas bien contigo. Ya sé lo que es ir demasiado rápido, y ahora quiero experimentar algo distinto. Solo estoy descartando la parte final del sexo, hay muchos más matices por descubrir y practicar.
—En ese caso… Nada impide que sigamos donde estábamos.
—Tú lo has dicho —aceptó Efrén, asiéndola de la cintura y tirando de ella para que volviera a ponerse donde estaba—. Y por si no lo sabías, me encanta como piensas.