Читать книгу Un beso arriesgado - Deletréame te quiero - Olga Salar - Страница 6
Prólogo
ОглавлениеMi objetivo eres tú.
No temas nada, nena.
Prometo hacerte gozar.
Tus sueños se harán realidad y, esta noche en tu cama sabrás lo que es amar.
EFRÉN VENTURA (CIRCUNSTANCIAS ATENUANTES), Cazador de sueños
Trabajar en un periódico se suponía que era una experiencia interesante, cargada de desafíos y de momentos de tensión, de noticias que cubrir y ruedas de prensa a las que asistir. Momentos históricos en los que participar y escándalos que destapar. No obstante, trabajar de becaria limitaba esos momentos a la mínima expresión. Tanto que los convertía en inexistentes.
Las tareas que le asignaban a Verónica Campos, en el periódico en el que realizaba sus prácticas, eran mortalmente aburridas: contestar al teléfono, ayudar a los redactores con las correcciones y, de vez en cuando, Luis, el director del periódico, le concedía algún artículo para que se sintiera parte de la plantilla. Una entrevista con un escritor novato o una nota sobre algún tema local.
Sin embargo, y a pesar de los momentos de tedio, ella estaba encantada con trabajar allí. Había aprendido más esos meses en la redacción que en los últimos cinco años en la universidad. Puede que no tanto en términos técnicos: aún no sabía cómo redactar un buen texto, cómo citar correctamente. No obstante, sí que había asimilado cuáles eran las mejores preguntas para romper el hielo en una entrevista, cómo determinar si una fuente era de fiar o no… Pequeños detalles que marcaban la diferencia en un momento dado.
Desde el momento en que llegó, toda nervios e inseguridades, los compañeros la habían acogido con amabilidad. Incluso había llegado a trabar amistad con varios de ellos.
Pese a todo, si tenía que ser sincera consigo misma, la mejor parte del día era cuando el novio de Elba llamaba por teléfono para hablar con su chica. Era entonces cuando Verónica le encontraba utilidad a hacerse cargo de las llamadas que llegaban a la redacción, porque se encargaba de filtrarlas, y eso le permitía hablar unos minutos con él.
Sus primeras interacciones habían sido muy formales, a pesar de ser la que tomaba las notas de sus mensajes para Elba y de que algunos eran realmente curiosos. Se limitaban a los saludos de rigor seguidos de los mensajes, estrambóticos y originales. En una ocasión le había hecho escribir un fragmento de una canción de Alejandro Sanz que la había hecho suspirar durante días. Ni siquiera lo había visto en persona y Verónica ya sabía que quería tener una pareja como él: atenta, romántica y con una voz que la hiciera estremecer.
Después de asumir que era el hombre perfecto, se había dado de bruces con él en las escaleras del periódico y había descubierto que, además, era muy atractivo, detalle que terminó desencadenando que se sintiera culpable por pensar en él de un modo tan personal. De hecho ni siquiera se lo había contado a su mejor amiga, preocupada porque Carla pensara lo peor de ella.
Y es que Elba era una persona maravillosa, y no se merecía que Verónica fantaseara de ese modo con su novio. Quien, por cierto, hacía días que no daba señales de vida. ¿Se habría peleado la feliz pareja?, se preguntó, volviendo a sufrir un ataque de culpabilidad por el pensamiento.
Como si hubiera leído su mente, el teléfono comenzó a sonar y, al descolgarlo, escuchó la voz que tanto había recordado en los últimos días.
—Buenos días, Verónica.
El corazón de la rubia saltó en su pecho, acelerando sus latidos con el mero sonido de su nombre.
—Buenos días, Efrén. Elba no ha llegado todavía. ¿Quieres dejarle una nota? —ofreció eficientemente, aunque por dentro era un manojo de nervios.
Y lo que era peor, estaba expectante por descubrir lo que Efrén habría preparado para ese día.
—No, mejor no. Lo que tengo que decirle es mejor hacerlo en persona.
—¡Oh! Lo siento mucho —comentó Verónica con sinceridad.
—¿Qué sientes exactamente? —La risa se notaba a través de la línea.
—Bueno, has dicho que lo que tienes que decir ha de decirse en persona… Pensé que había fallecido alguien de la familia.
Ahora las carcajadas ocuparon toda la conversación. Efrén se reía con ganas, completamente despreocupado. La tensión por tener que confesarle a Elba que había malinterpretado sus sentimientos por ella se esfumó como por arte de magia.
—No me refería a eso, puedes estar tranquila, todos están bien.
—Me alegro —respondió, avergonzada.
—¿Y tú qué te cuentas?
—Dame un segundo —pidió, apartándose el teléfono de la oreja y, cubriéndolo con la mano para saludar a Elba, quien en ese momento entraba por la puerta de la redacción.
—Buenos días, Elba.
—Hola, Vero. Cinco minutos y nos tomamos un café, deja que suelte el bolso y la chaqueta, ¿de acuerdo?
—Cinco minutos. ¡Perfecto!
Volvió a colocarse el auricular y se disculpó con Efrén por haberlo dejado colgado.
—Tu chica ya está aquí. ¿Quieres que te la pase?
—Elba no es mi chica —apuntó.
Verónica sintió que el suelo se movía bajo sus pies. «¡Adiós, culpabilidad!»
—Es mi amiga, ese es parte del problema.
«¡Hola, posibilidades!», pensó, sonriendo como un boba.
—No tengo la más remota idea de lo que dices —confesó, desconcertada y, ¿feliz?—. Creía que tú… Que ella… Que vosotros.
—No te preocupes. Prometo explicártelo todo. Ahora pásame con Elba, por favor, pero antes, Ricitos, por si te lo preguntas, y no me refiero a nivel periodístico, quiero que quede claro que estoy soltero y sin compromisos.
¡Fabuloso!, pensó Verónica con una sonrisa de oreja a oreja. Hasta que se acordó de la legión de fans que tenía Efrén Ventura, uno de los músicos más carismáticos del país, y la ilusión cayó a trozos a sus pies. Soltero y sin compromiso, pero ¿por cuánto tiempo podía estarlo alguien como él?