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Capítulo 7

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Lo primero que hizo Verónica en cuanto Efrén se marchó de su casa fue llamar a Carla, en busca de ayuda y consuelo.

Casi sin darse cuenta, no solo se había visto liada hasta el punto de que había aceptado irse de fin de semana con Efrén, sino que, además, Luis había hecho su jugada e iba a tener que enfrentar lo que llevaba demasiado tiempo postergando: hablar con su hermano mayor.

—Tu hermano es idiota. Me lo pareció desde el instante en que lo conocí —sentenció Carla cuando Verónica la puso en antecedentes.

—Por Dios, Carla, tenías tres años y él cuatro. ¿Cómo podías saberlo?

—Tengo mucho ojo para los hombres. Los calo a la primera mirada —insistió esta, con mucha seriedad.

—¿Con tres años?

—Siempre he sido precoz.

—Eso no puedo negarlo.

—¡Leches, Vero! No vas a parar de restregármelo, ¿verdad? —preguntó, ocultando una sonrisa.

Solo tenía seis años cuando, estando en el parque, Carla se había ligado a Lolo, el novio de su prima. El pobre se había sentido deslumbrado porque una chica tan mayor le hiciera caso y había sucumbido a sus encantos.

Verónica rio, al comprender que su prima había captado al vuelo la indirecta.

—Claro que no. Me divierte mucho atormentarte con ello. ¡Robanovios! —Se guaseó.

—Muy graciosa. Pero, volviendo a lo importante, que si no voy a llegar tarde al despacho del director que ha pedido verme…

—Como en el colegio —se burló Verónica.

—No cambies de tema —se quejó, al tiempo que comenzaba a andar hacia el ascensor—. Aquí lo importante es que no te preocupes por nada. ¿Que Efrén te ha obligado a pasar el fin de semana con él? Pues disfrútalo. Y por tu hermano no te amargues, a fin de cuentas él no lo hace. Pasa por completo de todo lo que tenga que ver contigo y con tu padre, y tú eres una profesional. Así que compórtate como tal, haz tu entrevista y adiós, muy buenas.

—Tienes razón.

—¿Cuándo no la tengo? —preguntó, deteniéndose a las puertas del ascensor.

—Eres igual que Efrén. Los dos estáis en posesión de la verdad absoluta —comentó, asombrada por no haberse dado cuenta antes. Ella adoraba a su prima y, de algún modo, Efrén era tan parecido a ella que asustaba.

—En todo caso él se parecerá a mí. No olvides que me conociste en primer lugar —dijo con indignación.

—Mis más sinceras disculpas.

—Aceptadas —concedió la pelirroja, sintiéndose generosa—. Ahora te dejo, que tengo una reunión importante. Llámame esta noche y me cuentas con detenimiento.

—¿Qué te parece si en lugar de llamarte te invito a cenar? Podemos pedir una pizza.

La sonrisa de Carla se amplió.

—Eso suena mejor —colgó en el momento en que las puertas del ascensor se abrían frente a ella.

De él salió un hombre alto, moreno, con barba de una semana. La miró sin disimulo, repasándola de arriba abajo. Aunque sorprendida, Carla no se achicó y le devolvió la mirada con la misma intensidad.

«¡Menudo descaro!», pensó sonriendo, aunque lo cierto era que el tipo estaba muy, pero que muy bien.

Carla llamó al timbre de su prima casi mecánicamente. Había tenido un día de locos y no solo por lo preocupada que la había dejado su charla con Verónica, sino porque su jefe le había pedido que se hiciera cargo de un paciente importante que no quería ser atendido en el hospital. En otro momento lo hubiera sentido como un privilegio, pero en esos instantes no podía evitar sentir que se le escapaba algo importante.

Por el expediente que su jefe le había dado pudo diagnosticar que el tipo al que tenía que atender tenía tendinitis crónica en ambos brazos. Sin duda, un diagnóstico doloroso. Por ello buscaba un fisioterapeuta que se ocupara de él regularmente.

Aparte de saber que se trataba de un músico famoso no tenía más información sobre él. El misterioso paciente había pedido a alguien que no solo fuera el mejor en su trabajo sino que, además, se caracterizara por su discreción. Si se supiera su afección podría ponerse en duda su capacidad para realizar su trabajo y, lógicamente, no estaba dispuesto a ello.

Carla no había podido preguntar el nombre del que sería su paciente, porque en el instante en que se disponía a hacerlo sonó el teléfono del director y este la despachó con un gesto.

La voz de Verónica a través del telefonillo la sacó de sus cavilaciones.

—Sube —pidió, abriéndole la puerta del portal.

Intentando disfrutar de la noche, Carla apartó la mente de sus recuerdos y se concentró en lo que le iba a caer encima, una prima histérica de primera categoría.

—¿Cuatro quesos y carbonara? —preguntó Verónica en cuanto escuchó que se cerraba la puerta del piso.

—Por mí, perfecto —accedió Carla, entrando y encontrándosela en la cocina con el teléfono en la oreja, llamando a la pizzería.

—Vamos al comedor, he puesto unas cuantas guarradas para ir haciendo hambre.

Tal y como había dicho, encima de la mesa encontró gusanitos, aceitunas y patatas fritas colocadas en varios boles.

—¿Tengo la sensación de que estamos comiendo para superar el bajón? Y eso no es muy sano —apuntó Carla, suspicaz—. Y que conste que la comida y yo somos amigos íntimos.

—Bueno, pues hablando de amigos… Efrén solo quiere que nosotros lo seamos.

—¡Hmm! Suposición acertada. Estamos de bajón —apuntó, llevándose una patata a la boca—. ¿Por qué dices eso? No creo que te hubiera invitado ni que te hubiera llamado tantas veces por una simple amistad.

—Pues te equivocas.

—Sinceramente, eso es algo que no suele ocurrirme, pero si tú lo dices…

—Esperaba que te lo tomaras de otro modo. Acabo de contarte que el hombre que me gusta no siente lo mismo por mí y no parece afectarte mucho.

Su prima suspiró exageradamente, se presionó las sienes, para dar más dramatismo a la escena y finalmente la miró con resignación.

—A ver, Vero, si lo que buscas es pena, lamento informarte que no la vas a encontrar en mí. ¿Que el chico que te gusta y te llama cada noche te ha dicho que quiere ser tu amigo? Pues bueno, tampoco es el fin del mundo. ¿Le has dicho tú que te gusta de otro modo? ¿Verdad que no?

Verónica negó con la cabeza. ¿Cuándo se suponía que tenía que decírselo?

—Vas a pasarte un fin de semana en su compañía. ¡Aprovéchalo! Si después de intentarlo sigue queriendo ser tu colega, entonces me buscas y dejaré que llores en mi hombro todo lo que quieras —ofreció con un guiño.

Verónica sonrió por primera vez tras la marcha de Efrén.

—Eres genial. Sabía que tú me animarías. —Y añadió, al ver que su prima cogía otra patata del bol—: Deja eso que engorda mucho.

Carla parpadeó varias veces, sorprendida. Entonces estalló en carcajadas.

—¡Dios, mío! Eres más insoportable que una hermana pequeña cotilla. Además, ya sabes que el peso no me preocupa.

—Por qué te iba a preocupar, si estás estupenda.

—Puedes hacerme la pelota todo lo que quieras, pero sigo pensando que eres insoportable —bromeó, ocultando una sonrisa.

—Gracias, prima. Yo también te quiero.

Mientras cenaban pusieron una película, pero les costó tanto decidirse que, cuando por fin se pusieron a comer, la pizza ya no estaba caliente. Tras el encendido debate ente comedia romántica o de misterio, se decidieron por Pitch Perfect, una película de temática musical.

Al contrario de lo que hacía normalmente, Carla no despegó los labios para comentar ninguna de las escenas o de los personajes que estaban viendo, cuando, por regla general, ver con ella una película era desquiciante, porque lo preguntaba todo y comentaba hasta el más mínimo detalle.

—Carla, ¿sucede algo? Estás rara.

—¿Rara?

—De acuerdo, eres rara. Callada. Tú siempre hablas cuando vemos la televisión.

—Estoy bien. Un poco cansada. —Y añadió para cambiar de tema—: ¿Has visto al nuevo fichaje del Valencia? Está cañón. Ha venido a la clínica esta mañana para hacerse una revisión y he tenido que obligarme a apartar las manos de sus gemelos —bromeó, logrando con ello que su prima se riera y se olvidara de su preocupación anterior. Eso le evitó tener que mentirle, porque o mucho se equivocaba o su misterioso paciente iba a ser un quebradero de cabeza extra. ¿Famoso músico? ¿Valenciano y con problemas en los brazos…? ¿Qué clase de músico usaba ambos brazos al mismo nivel para tocar?

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