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Capítulo 1

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Algunos meses después.

Eran pasadas las tres de la mañana y al día siguiente iba a tener que madrugar. El autobús tenía previsto recogerlos en la puerta del hotel a las ocho de la mañana para que llegaran a tiempo a Bilbao, el último punto en su gira española de conciertos. Aunque antes debían hacer una parada en Madrid para grabar un programa de televisión al que habían sido invitados, y que cerraría la gira que había llevado a Circunstancias Atenuantes a lo largo y ancho de España y por algunos países de Sudamérica.

No obstante, a pesar de que el día se presentaba imposible, Efrén no tenía ganas de colgar el teléfono y terminar con su conversación. Llevaba horas hablando con Verónica, la becaria que trabajaba con su amiga Elba Vilanova en el periódico El cronista valenciano, y, a pesar de ello, sentía que todavía tenía cosas que decirle:

—Por primera vez, y sin que sirva de precedente, he de reconocer que estoy de acuerdo contigo. Hay varios músicos británicos que pueden considerarse los padres del concepto musical que hoy adoptamos los nuevos grupos de rock.

Se escuchó una risilla contenida a través de la línea telefónica.

—¿Te ha dolido mucho? —bromeó ella—. Darme la razón, quiero decir. Estoy segura de que se te ha escapado una lágrima de pesar.

Efrén se encogió de hombros y sonrió silenciosamente, como si Verónica fuera capaz de verlo o de adivinar sus gestos.

—Si he de serte sincero, menos de lo que había esperado.

—Eso está bien, poco a poco vas dejando de ser tú para convertirte en una nueva persona, menos divo y más maravilloso y accesible —se burló, siguiendo con la broma.

—¿Estás insinuando que antes de conocerte no era maravilloso ni accesible?

—Puede ser...

—Verónica, eres demasiado crítica con mi pobre ego masculino. Mañana voy a ser incapaz de subirme a un escenario y afinar una sola nota, mi manager me echará la bronca y mis compañeros se desharán de mí, con lo que ya no tendrás que preocuparte por mi actitud de divo.

Las carcajadas que brotaron por el teléfono hicieron que el estómago de Efrén le diera una sacudida de advertencia. Se la imaginó en pijama, con sus rizos rubios rozándole los hombros, los ojos brillantes por la risa, la boca ligeramente entreabierta…

El sonido de su voz lo devolvió a la realidad de su solitaria suite de hotel.

—Respondiendo a tu sinceridad me retracto de mis acusaciones anteriores. Eres el divo menos divo que conozco.

—¿Y eso qué quiere decir?

—Que para ser quien eres no eres nada creído —concedió, sin un ápice de burla en su voz—. Y créeme si te digo que tengo cierta experiencia con músicos engreídos y prepotentes. Te sorprenderías.

—Gracias. Eso ha sido lo más amable que me has dicho nunca —la pinchó él, sintiéndose más cómodo con el velado coqueteo que con la sinceridad brutal, detalle en el que no había querido pensar mucho por temor a lo que pudiera significar.

—Eso no es cierto —protestó ella.

—¿Ah, no? Pues refréscame la memoria, porque no recuerdo ninguna conversación en que me dijeras algo bonito.

—¿Buscas halagos?

—¡Siempre! Soy un divo, ¿recuerdas?

La confesión volvió a hacerla reír.

—De acuerdo, en ese caso te diré… que cantas muy bien —improvisó Verónica, recurriendo a lo más obvio.

—Eso no me sirve.

—¿Por qué? No hay duda de que es un halago.

—No lo es. Es la constatación de un hecho. Canto muy bien y todo el mundo es consciente de ello, de ahí mi legión de fans.

—Ahora sí que retiro lo de que no eres una superestrella. Eres un presumido —lo acusó, a pesar de que se reía.

—Las chicas son presumidas, yo soy vanidoso —se quejó, no contento con el término escogido.

La conversación siguió en la misma línea durante media hora más. Hasta que Efrén escuchó a Verónica bostezar y se sintió culpable por haberla retenido durante tanto tiempo al teléfono. Al fin y al cabo ella también tenía que trabajar al día siguiente o, siendo justos, en unas pocas horas. La diferencia entre ambos era que él pensaba darse una cabezadita en el autobús, y Verónica tendría que aguantar su jornada laboral sin descansos.

—¿Vendrás al concierto de Valencia? —preguntó, antes de colgar.

—Imposible, ya no quedan entradas.

—¿En serio? ¡Vaya! ¡Qué maravilla!

—Sí, es genial —comentó Verónica, confusa por su euforia.

—No me refiero a que no puedas venir, sino a que ya no haya entradas. En cualquier caso tú no las necesitas. Puedo hacerte llegar un pase vip, y quizás puedas venir con Elba y con Max. Van a venir todos y hay algo que… Bueno, ya lo verás. ¿Vendrás?

—Sí. Supongo que podría ir… —aceptó, recordando la primera vez que había aceptado una de sus invitaciones.

Desde que había comenzado con su amistad con Efrén se habían visto en persona tres veces. En la primera de ellas habían quedado para tomar un café, aprovechando que la gira de Circunstancias Atenuantes les había llevado a Valencia para los conciertos de Fallas.

La idea de quedar a solas con él la había aterrado tanto que a punto estuvo de pedirle a Carla, su prima y mejor amiga, que la acompañara hasta la cafetería. Después de todo, Carla era una ferviente seguidora del grupo y la amiga más fiel que nadie podría encontrar. Le daría apoyo moral y evitaría que metiera la pata con el hombre más sexy y romántico que había conocido en su vida.

Carla era la hija de su tía Irene, la hermana de su madre y, a pesar de que tenía tres años más que ella, desde siempre habían sido inseparables. Trabajaba como fisioterapeuta en un importante hospital para deportistas, y al mismo tiempo disponía de una consulta en su propia casa. Verónica estaba convencida de que su prima disfrutaba torturando a sus pacientes o, al menos, disfrutaba con aquellos que le caían peor. Tenía un carácter fuerte, algo que la gente que la veía por primera vez, toda ojos, grandes y dorados, cabello rojo y sonrisa dulce, no se esperaba. Y haciendo gala de ese carácter se había negado a acompañarla a su encuentro con Efrén.

—No puedo creer que me lo pidas, pero tampoco puedo creer que te esté diciendo que no —se lamentó—. Este va a ser el mayor trauma de mi vida.

—Entonces ven —insistió Verónica.

—No puedo hacerlo. Créeme, ir sola es lo mejor para ti aunque ahora no lo veas.

Por mucho que Verónica insistió no hubo forma de convencerla, y al final se encontró a sí misma sentada en la cafetería, a la espera de que Efrén apareciera.

Se había obligado a vestirse con sencillez, vaqueros, cuñas y un suéter de punto rosa palo que, eso sí, era ceñido como el demonio y con un escote de vértigo.

Tras diez minutos allí sentada sintiéndose tonta, cogió su bolso, que había dejado en la silla contigua, y se levantó para marcharse. De acuerdo, diez minutos era muy poco margen para dar por cancelada una cita, pero ¿quién narices llegaba tarde para tomar café con una chica por la que teóricamente estaba interesado?

Cuando alzó la mirada para arrastrar la silla y marcharse, se topó con los ojos de Efrén, que la observaban entre divertidos y curiosos.

—¿Pensabas dejarme tirado? —preguntó con una sonrisa, al tiempo que se inclinaba sobre ella para darle dos besos.

—En realidad pensaba que habías sido tú quien me había dado plantón.

Su confesión hizo que él sonriera y se sentara frente a ella como si nada hubiese pasado.

—Imposible, Ricitos, yo siempre cumplo mis promesas.

La segunda vez que se vieron, Verónica finalmente se salió con la suya y se llevó a Carla consigo. Circunstancias Atenuantes estaba grabando un videoclip en la playa del Saler en Valencia, por lo que había un gran número de seguidores rodeando la zona vallada, y no resultaba extraño que su prima la acompañara como una fan más.

Para sorpresa de ambas, en cuanto pudieron abrirse paso y acercarse hasta allí alguien de seguridad se acercó hasta ellas y las invitó a acompañarlo. Sin perder tiempo, el tipo de seguridad las llevó directamente junto a Efrén, que las mantuvo alejadas de sus compañeros de grupo y, a juzgar por las miraditas que les echaban los chicos, las primas no supieron si, con el gesto, Efrén pretendía protegerlos a ellos o a ellas.

La tercera vez que salieron fue, sin duda, la más formal de todas. El músico la invitó a cenar en su propia casa, en el chalet que utilizaba cada vez que el trabajo le permitía disponer de tiempo libre. Estaba situado en una de las zonas más caras de la ciudad, la decoración era elegante y masculina, pero, sin duda, lo que llamaba la atención era el tamaño de la cocina. De hecho había sido él mismo quien había preparado la cena, ya que, según le contó a Verónica, había recibido un par de clases de un amigo que era un gran cocinero. Verónica sonrió por el eufemismo: conociendo la clase de gente que frecuentaba Efrén, seguro que el amigo cocinero que le había ofrecido la clase magistral tenía más de una estrella Michelin.

En cualquier caso la noche no fue lo que Verónica había esperado, y es que aunque el sitio escogido y el humor de ella auguraban nuevos giros en su amistad, Efrén se mantuvo encantador, pero distante, todo lo contrario a como se mostraba con ella en sus interminables conversaciones telefónicas.

—¡Estupendo, Ricitos! Nos vemos en el concierto —dijo, antes de colgar.

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