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Capítulo 2

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Siempre pensé que podría escoger,

pero contigo el peligro se convierte en aliado.

Y la vida es un beso arriesgado que robarte.

A tu lado vendo mi alma y me juego el corazón.

Tu cuerpo es un campo minado que deseo recorrer,

Sé que estoy loco y no lo quiero remediar.

EFRÉN VENTURA (CIRCUNSTANCIAS ATENUANTES), Un beso arriesgado

La noche no estaba transcurriendo del modo en que Verónica había imaginado cuando aceptó unirse al grupo tras el concierto. Lo mínimo que había esperado de alguien que te invitaba a salir era que se acordara de tu existencia o, al menos, que no te ignorara de un modo tan descarado. Sobre todo si unas horas antes se había comportado como la persona más encantadora con la que habías hablado nunca.

Siendo justos, cuando Efrén había espantado a uno de sus compañeros del grupo, que se había acercado para hablar con ella tras el concierto —consiguiendo con ello que el chico no se le volviera a acercar a menos de cinco metros— se encendió una diminuta llama de esperanza que se abrió paso en la aturullada y deslumbrada cabeza de la rubia.

Para su desgracia, en esos instantes se estaba viendo obligada a atajar el pequeño fuego con botellines de agua, ya que no estaba de humor para probar ninguno de los cócteles que el restaurante ofrecía a sus famosos comensales.

Hacía tan solo unos meses que había quedado con él para cenar y, si bien esa velada no había ido como ella esperaba, tampoco la había tratado con la fría cortesía de la que estaba haciendo gala en esos momentos.

Cierto que su amistad era completamente atípica, pero ese detalle no justificaba su actitud de esa noche. A no ser que hubiera conocido a alguien en ese pequeño espacio de tiempo, aventuró Verónica con un nudo en el estómago.

De hecho, si era así, esa no sería la primera vez que acababa metida en medio de una relación de Efrén. En sus primeras conversaciones con él, cuando se quedó prendada de su voz, de su simpatía e ingenio, estaba segura de que era el novio de Elba Vilanova, una compañera de trabajo que con el tiempo se había convertido en una buena amiga, a pesar de la diferencia de edad entre ambas.

Más tarde cuando todo se aclaró, tras complicarse un poco más, descubrió que Efrén era el cantante de Circunstancias Atenuantes, y que entre Elba y él solo había una buena amistad. Después de eso llegaron las llamadas directas a su teléfono, y ella jamás le preguntó cómo había conseguido su número: supuso que era cosa de su amiga común y lo aceptó, más encantada que molesta.

Después de todo, Efrén tenía una voz preciosa a través del hilo telefónico, era divertido y lo suficientemente inalcanzable como para no dejarse llevar por los sueños románticos que él le inspiraba. Por lo que, haciendo caso a su sentido común, se limitaba a apreciar y disfrutar de la camaradería que él le ofrecía. Hasta esa noche: justo en el instante en que fue consciente de que quizás Efrén había conocido a alguien, Verónica se permitió, por primera vez, aceptar que deseaba algo más que su amistad. Ni siquiera en las pocas ocasiones en que había quedado con él había aceptado que sentía algo más fuerte por él.

Esa amistad se había forjado del modo menos convencional posible, casi sin verse, compartiendo interminables horas de charla y compañía telefónica y, a veces, las pocas en las que el loco horario de Efrén lo impedía, únicamente vía email.

Era por ese motivo por el que ahora se sentía tan decepcionada; consigo misma, por no haberse dado cuenta antes de lo que estaba comenzando a sentir, y con él, por confundirla.

Y es que, esa misma noche, cuando Verónica entró en el camerino tras el concierto, él la saludó de un modo que había acelerado su corazón y le había llenado la cabeza de ideas que llevaba meses tratando de evitar. Justo cuando se daba la ocasión de encontrarse cara a cara mientras se tomaban unas copas en la zona chill out del restaurante donde habían cenado tras el concierto, Efrén ni siquiera se molestaba en mirar en su dirección. Como si su complicidad de meses atrás no hubiese sido para él más que un modo de matar el tiempo entre concierto y concierto. Cierto que tampoco le había dedicado su atención a ninguna otra mujer, pero Verónica no era de las que se conformaban con tan poco.

Una parte de ella le decía que estaba siendo injusta con él, que Efrén desde el primer momento le había ofrecido su amistad. No obstante, su parte menos racional estaba molesta, porque la idea de que estuviera con alguien no solo acababa con sus sueños románticos, sino también con la amistad que habían cultivado con tanto esmero. Después de todo, ¿qué mujer permitiría que su novio se pasara las noches al teléfono hablando con otra?

Más deprimida de lo que le hubiese gustado, se dejó caer en el mismo sillón del que se había levantado unos minutos antes para pedir un botellín de agua y acercarse con disimulo hasta la zona en que estaba Efrén. Para su desdicha, el resultado de la jugada de acercamiento había sido tan nulo como el interés mostrado por él hacia su persona. Por lo que regresó a su sitio, sola y sintiéndose más tonta que nunca, jurándose a sí misma que no iba a volver a contestarle al teléfono. Tanto «Ricitos de Oro», tanta complicidad y, a la hora de la verdad, no era capaz de cruzar con ella más de cinco frases. La había tratado como si no fuera más que una conocida o alguna de las muchas fans que lo perseguían allá a donde fuera.

Era estúpido si pensaba que le iba a responder al teléfono después de sus desplantes: la próxima vez que la llamara ni siquiera iba a dejarlo sonar como si no hubiese escuchado la llamada, nada de eso. Pensaba descolgar y luego colgarle en las narices. Aunque, visto lo visto, cabía la posibilidad de que nunca tuviera la ocasión de desairarlo, cosa que la deprimía todavía más.

En cualquier caso, la decepción que sentía era culpa suya. Desde hacía muchos años sabía que no era inteligente fiarse de los músicos, y mucho menos de los músicos con éxito. El error era suyo por haberse olvidado temporalmente de la lección.

—Los hombres son idiotas —sentenció Miriam, dejándose caer con cuidado en el sillón pegado al suyo.

Miriam era la mejor amiga y cuñada de Elba, y si se caracterizaba por algo era, precisamente, por no tener pelos en la lengua.

Verónica giró la cabeza para mirar a Fabián, emitiendo con ello la pregunta silenciosa sobre si Miriam incluía a su marido en el lote.

No hicieron falta palabras: la morena captó el significado de su mirada y respondió con seguridad.

—Todos. No se salva ni uno. ¿Te puedes creer que Fabián no quería que viniéramos con vosotros a cenar solo porque estoy embarazada? Ya sé que no puedo beber alcohol, en mi estado jamás se me ocurriría hacerlo, pero puedo pasar un rato entre amigos, divertirme un poco, por Dios. Es demasiado protector para mi salud mental —se quejó, al tiempo que se acariciaba la abultada barriga.

Verónica se abstuvo de defender a Fabián alegando que, dado su avanzado estado de gestación, la preocupación de su marido era absolutamente lógica. Se cuidó de hacerlo porque, según le había comentado Elba, el embarazo estaba afectando al carácter de Miriam y Verónica no estaba dispuesta a cargarse su recién estrenada amistad por defender a ningún hombre.

—Tienes razón, Miriam. Son todos idiotas. No se salva ni uno.

—¡Chica lista! —aprobó, contenta porque le hubiera dado la razón.

—Miriam, ¿crees que Efrén está con alguien? Que tiene novia, amiga especial...

—No, cariño. Ya te lo he dicho, lo único que le pasa a Efrén es que es idiota, por eso no tiene novia. —Pronunció la última parte de la frase señalándola a ella directamente.

—¿Tú crees?

—Tengo un sexto sentido en temas de amor. Estoy segura —zanjó Miriam—. Además, Elba también cree que siente algo por ti.

Verónica no estaba muy convencida de que Elba hubiera dicho algo como eso, pero la morena estaba embarazadísima y lo mejor era no contrariarla.

Elba llevaba toda la noche deseando intervenir, pero, entre unas cosas y otras, no había tenido la oportunidad de estar a solas con Efrén. Viendo que este se separaba del grupo con el que había estado conversando, le dio un beso en los labios a Max, y se levantó para interceptarlo. Cuando llegó hasta él, ya se había detenido en la barra para pedirse un refresco.

—Hola, preciosa —la saludó su amigo con una sonrisa—. ¿Cómo lo estás pasando?

—Estás haciendo el idiota —espetó esta, sin darle más explicaciones.

—¿Yo? —Parecía realmente sorprendido y desconcertado—. ¿Por qué?

—Verónica —dijo, sin necesidad de añadir más palabras.

—Si no he hecho nada.

—Ahí es dónde está el problema, Efrén. Estás haciendo el idiota y ni siquiera lo sabes.

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