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Capítulo 3

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Verónica Campos respiró profundamente diez veces, tal y como aconsejaba su monitora de yoga, y entró en la redacción del periódico exhibiendo una alegría que estaba muy lejos de sentir. Por naturaleza era una persona cálida que siempre estaba sonriendo, positiva y con un gran sentido del humor. Lamentablemente, en los últimos días no estaba siendo ella misma.

Saludó con fingido buen humor a sus compañeros, y miró con ojos anhelantes hacía la mesa del café. Aún no había llegado a su escritorio para dejar sus cosas y buscar la bebida revitalizante cuando Luis, el director del periódico, asomó la cabeza por la inexistente puerta de su despacho acristalado y soltó un grito, llamándola.

Se había pasado el fin de semana preparando varios artículos y tenía la esperanza de poder repasarlos una última vez antes de que su jefe se los pidiera. Que la estuviera esperando contribuyó a aumentar su estado de ánimo, ya de por sí taciturno.

Sin perder el tiempo, se olvidó momentáneamente del café, dejó la chaqueta y el bolso sobre su mesa, deteniéndose solo para sacar la agenda y la memoria USB, ya que ni tiempo había tenido para imprimir el material, y se encamino hacía la guarida de Luis.

—Buenos días, jefe. Si me das cinco minutos tendrás los artículos para esta semana.

—¡Siéntate! —pidió él, señalando la silla vacía frente a su escritorio—. No quiero hablar contigo de los artículos. Tengo otro proyecto para ti.

—De acuerdo —aceptó, sentándose donde le había indicado—. Tú dirás.

—Voy a hacerte un favor, Vero. Uno muy grande. Voy a darte el reportaje perfecto para que tu carrera despegue. Vas a hacer un artículo a cuatro páginas para el suplemento del especial de verano que estamos preparando. Se llama Valencianos de éxito y será el tema central de la revista. ¿Qué te parece?

—Muy bien —comentó, sin llegar a asimilar lo fabulosa que era la oferta que le estaban poniendo delante—. ¿Tienes alguna lista de la gente a la que quieres que incluya o el artículo es mío por completo? —inquirió, interesada en saber hasta qué punto tenía vía libre para incluir a quien quisiera.

—El artículo es tuyo cien por cien. En esta comunidad vamos bien servidos. Tenemos cocineros, fotógrafos, músicos… De todo. La lista la haces tú. Ese es tu trabajo, y te doy dos semanas para que lo pongas encima de mi mesa. No obstante, no estaría de más que entrevistaras a los grandes, ya sabes: Guillem Campos, Marta Ortiz, Alicia Bru, Efrén Ventura, Mario Montenegro… Por supuesto, no hace falta que me des las gracias.

Verónica se atragantó con la saliva al escuchar esos nombres… Estaba empezando a darse cuenta de que el artículo le iba a dar más penas que alegrías.

—Gracias, jefe —musitó con cierta dificultad.

—Ya te he dicho que no hacía falta —comentó con una sonrisa.

—Lo sé, pero quería hacerlo. —Le siguió el juego, aparentando seriedad.

Se levantó de la silla dispuesta a regresar a su mesa y asimilar lo que le venía encima, pero, cuando estaba a punto de salir, Luis contraatacó inesperadamente:

—Verónica, ¿Guillem Campos no será familiar tuyo, por casualidad?

La aludida parpadeó sorprendida por la pregunta, antes de poder responder.

—¿Cómo lo sabes?

—No se llega a director de un periódico como este sin estar al tanto de quienes son las personas que te rodean.

—Entonces sabrás que es hijo de mi padre —aclaró, negándose a darle el parentesco que le correspondía por derecho.

—Imagino que no será un problema incluirlo en el reportaje, —aventuró, mirándola del modo familiar en que intimidaba a sus reporteros, una mezcla entre paternalismo y autoridad—. No sería muy profesional que lo fuera.

—No lo será, Luis. Si crees que debe aparecer en el artículo, lo hará —comentó, con la esperanza de que él se negara.

—Estupendo. Ya puedes irte, pero quiero esos textos encima de mi mesa en diez minutos.

La periodista maldijo interiormente. Se acababa de meter en algo de lo que no iba a poder librarse fácilmente.

—Por supuesto, jefe —obedeció, pensando en cómo iba a salir airosa de esto.

Tras pasarse la mañana buscando a los valencianos más influyentes en los archivos del periódico y en Google, el lugar al que todo buen periodista siempre terminaba por acudir, estaba cada vez más malhumorada.

Su búsqueda le había llevado hasta un médico que era una eminencia en su campo y, tal y como había insinuado Luis, había varios cocineros de renombre —uno de ellos famoso por presentar el nuevo programa de cocina de moda—, dos actores, un futbolista, tres jugadores de pelota valenciana, una directora de cine, una diseñadora de moda, varios cantantes que habían tenido su época dorada hacía mucho tiempo, y después estaban Efrén y Guillem, dos de los músicos más influyentes del país. Uno de ellos, además, era el flamante ganador de un Óscar por la banda sonora de la película de la década.

Justo las dos personas a las que se negaba a recurrir, por principios y por amor propio. Tal vez su prima, Carla, podía ponerla en contacto con alguno de los deportistas con los que trabajaba, pero Verónica estaba segura de que Luis no se iba a conformar con eso.

Se levantó de su silla con la intención de servirse el tan postergado café y, al regresar con él en las manos, se desvió hacia la mesa de Elba, que estaba concentrada en transcribir una entrevista, ya que llevaba puestos los auriculares y apagaba y encendía la grabadora al tiempo que tecleaba en su ordenador.

Sin duda, necesitaba desahogarse con una amiga, y nadie mejor que Elba para escucharla. Sus amigas de toda la vida estaban demasiado implicadas en su historia con Guillem como para ser imparciales, en cambio, Elba no sabía de su existencia, y quizás pudiera comprender mejor el problema en que se encontraba. Y es que la mención de Guillem había abierto viejas heridas que no terminaban de cicatrizar.

—Elba, —le dio un golpecito suave en el hombro—, ¿comemos juntas? Necesito una mano con un artículo muy importante.

La aludida se quitó los auriculares y le ofreció una sonrisa de disculpa.

—Lo siento, Vero, he quedado ya para comer. Pero si no tienes planes comemos juntas mañana, ¿de acuerdo?

—Claro. Te reservaré una hora al mediodía —comentó riendo, aunque sentía un peso en el estómago que no sabía cómo eliminar.

La única opción que le quedaba era hablar con su madre, pero ella ya había sufrido lo suyo con ese tema y no deseaba añadir a ello sus propios problemas.

—Vero, si quieres yo como contigo —dijo Mike, uno de los fotógrafos, desde su mesa—. No es que esté contento con ser tu segunda opción, pero menos es nada —dijo, sonriendo y viéndose, si eso era posible, más atractivo con el gesto.

Las dos mujeres se miraron con picardía, no era ningún secreto que Mike estaba interesado en la rubia de cabello rizado.

—¿Por qué no? —aceptó Verónica con un sutil coqueteo—. Mejor tú que nadie.

El fotógrafo hizo un gesto de dolor al llevarse la mano al pecho, como si hubiera sido alcanzado por la pulla arrojada por Verónica, y con ello consiguió que las mujeres rieran a carcajadas y, que durante un instante, Verónica se olvidara de su malestar.

Salir a comer con Mike le permitió a Verónica disfrutar de una buena hamburguesa con patatas, refresco y postre helado, algo que con Elba estaba completamente prohibido. Su amiga era la hermana gemela de Fabián, un atractivo pediatra que se había pasado media vida despotricando contra la comida basura y que había dejado grabada en su hermana y en su sobrina la opinión de que comer sano y hacer deporte era la base para tener una vida feliz. De modo que Mike había supuesto no solo un descanso en el menú habitual, sino también una conversación divertida e intrascendente que le había ayudado a olvidarse, al menos durante una hora, del pésimo fin de semana que había sufrido y de las perspectivas de un artículo que la dirigían directamente a un lugar al que no deseaba acercarse.

Y es que, últimamente, su vida ordenada se estaba desmoronando a su alrededor. Solo habían sido necesarias un par de frases amables por parte de Efrén Ventura para que ella se permitiera fantasear con él, con un resultado deprimente y muy cercano a la catástrofe. Después, el inesperado artículo que, si bien podía ayudarla a ganarse un hueco en el periódico, despertaba viejas heridas que todavía no habían sanado del todo.

Lamentablemente tenía que escribir el artículo, aunque era consciente de que, cuanto menos trato tuviera con sus entrevistados, más cerca estaría de la cordura y de evitarse quebraderos de cabeza y corazones rotos.

—Tienes pinta de estar necesitando un café con urgencia —comentó Mike, observándola con interés.

—Eres maquiavélico. Sabes que nunca jamás rechazo una propuesta como esa.

Él le ofreció una sonrisa satisfecha:

—Contaba con ello —explicó, levantándose de la silla—. Además, estás de suerte, porque sé dónde hacen el mejor café de la ciudad.

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