Читать книгу Un beso arriesgado - Deletréame te quiero - Olga Salar - Страница 15
Capítulo 9
ОглавлениеTal y como había adelantado Efrén, dejaron el equipaje en la suite, que era más grande que la casa de Verónica, y salieron a comer. No obstante, la rubia no podía quitarse de la cabeza que, por muy grande que fuera la suite, iba a tener que compartirla con él, lo que llevaba su relación un paso más allá del que habían dado hasta el momento. Además, tampoco podía apartar de su mente el consejo que le había dado su prima sobre aprovechar la intimidad que el viaje le facilitaba.
Durante largos meses su amistad se había forjado en la distancia, a través de la fría línea telefónica. Una amistad que había estado plagada de flirteos y bromas. Por otro lado, ante los malentendidos de la última semana, ambos habían decidido que lo suyo se limitaba a una amistad.
Puede que ninguno de los dos lo hubiese expuesto claramente con palabras, pero los hechos hablaban por sí solos. Esto implicaba tomar una decisión: dejar atrás los momentos románticos y las bromas sentimentales o conquistarlo. Cualquiera de las dos opciones se convertirían en una misión titánica, aunque estaba segura que seducirlo iba a ser más difícil que ignorarlo.
—¿En qué piensas? Tienes cara de dolor. —Se rio Efrén, al ver la expresión apesadumbrada de Verónica.
—Muy amable —respondió, evitando decirle que pensaba en él y en el mejor modo de enamorarle.
—¿Por qué no te cambias de ropa y te pones algo más… arreglado?
—¿Te estás metiendo con mi modo de vestir? —pregunto, a la defensiva. Llevaba unos vaqueros ceñidos y un jersey rosa de punto que acentuaba el color de su pelo y de su piel.
—Para nada. Solo lo digo porque hay que ir de etiqueta al lugar al que vamos a ir a comer —improvisó, no queriendo contarle el plan.
—¿Dónde está ese sitio, exactamente?
—Es una sorpresa —dijo—, ¿necesitas entrar en el baño?
Verónica asintió con la cabeza, todavía dándole vueltas al lugar al que iban a ir a comer.
—En ese caso yo desharé la maleta —dijo, echando a andar hacia el dormitorio. Habían acordado que él dormiría en el sofá de la suite y que Verónica se quedaría con la habitación, el baño habría que compartirlo. Mientras Efrén se alejaba ella se quedó allí, parada, volviendo a darle vueltas a la idea de que convivir con Efrén, teniéndolo tan cerca y a la vez tan lejos, iba a ser una auténtica tortura.
Con un suspiro resignado se llevó la maleta al cuarto de baño, la dejó sobre la encimera al lado de la pila y sacó un vestido gris oscuro, a la altura de la rodilla, ceñido y con cuello baby. Sin detenerse a buscar nada más, se dio una ducha rápida, se maquilló y peinó y se permitió relajar la tensión que le provocaba su activa mente.
Cuando salió Efrén ya estaba en el salón, vestido con unos pantalones chinos negros y una camisa del mismo color.
—Estás preciosa, ¿nos vamos? —preguntó, alargando la mano para que ella la cogiera.
Verónica respiró profundamente antes de dársela y salir con él de la suite. «Somos amigos», se repitió, «buenos amigos».
—¿Qué te parece si dejamos el coche en el aparcamiento del hotel y vamos en metro? —preguntó Efrén, interrumpiendo sus pensamientos.
Su respuesta fue un parpadeo de asombro.
—¿En metro? ¿Nada de limusinas? —dijo, buscando provocarlo.
—No sé por qué te parece tan raro. Me gusta ir en metro. Se ven cosas muy interesantes viajando en metro, cosas que pueden terminar siendo grandes canciones —dijo con seriedad.
—Es decir, que vamos en metro para que tú consigas inspiración y material para tu próximo disco.
Efrén le ofreció una sonrisa de dientes perfectos, notando lo susceptible que estaba Ricitos de Oro.
—No exactamente. Vamos en metro porque me gustaría beber un poco de vino durante la comida, y ya sabes lo que dicen: si bebes no conduzcas. Lo de la inspiración se puede buscar en lugares mucho más… agradables —musitó la última parte con la mirada clavada en sus ojos.
—¿Te refieres a las mujeres? —La pregunta le sonó amenazadora incluso a ella—. Dime que no estás hablando de sexo conmigo.
Efrén clavó la vista en su cara, intentando adivinar el porqué de su reacción. No obstante, no se atrevió a admitir lo que veía.
—Entre otras cosas. La inspiración puede llegar del modo más inesperado. —Y añadió para provocarla—: Y placentero.
—Creo que esta conversación no es adecuada para nuestra amistad. Además, tampoco es necesario que te pongas filosófico con eso de que la inspiración puede llegar del modo más inesperado solo para disimular que coleccionas… experiencias —atacó, poniendo los brazos en jarras y deteniéndose en medio del pasillo que llevaba a los ascensores.
—¡Vaya! Eso sí que no me lo esperaba. Yo no colecciono nada, esa eres tú, y mucho menos experiencias. De hecho, tengo la sensación de que he metido la pata, pero no tengo la más remota idea de lo que he hecho para ofenderte.
Verónica le lanzó una mirada indignada antes de hablar.
—Déjalo estar y vayamos a comer —pidió retomando la marcha—. Por cierto, ¿adónde vamos?
—Ya te he dicho que es una sorpresa —dijo, sin dar explicaciones.
A pesar de que Efrén había hablado del metro, cuando salieron del hotel se toparon con que un coche había ido a recogerlos. No llevaba ninguna señal que lo identificara como taxi o como perteneciente a alguna empresa. No obstante, el conductor actuaba como si estuviera acostumbrado a ejercer de chófer.
La sonrisilla de suficiencia de Efrén la estaba poniendo especialmente nerviosa, pero en lugar de hacer lo que él esperaba que hiciera, es decir, que insistiera en que le dijera a dónde iban, Verónica se limitó a mirar por la ventana. En esos instantes su cabeza era un hervidero de ideas y de sensaciones, que no le permitían relajarse y disfrutar del momento.
Poco a poco fueron dejando atrás el tráfico denso del centro, alejándose de Madrid.
—Por mucho que lo intentes no vas a adivinar a dónde te llevo. Y no me niegues que no paras de darle vueltas a las posibilidades —dijo, sonriendo con orgullo.
—Lo cual te divierte enormemente —apuntó Verónica sin apartar la mirada de la ventanilla.
—Mucho. No sabes cuánto.
—¡Estupendo! —Se giró para mirarlo de frente por primera vez desde que entraron en el vehículo—. Gracias a mí ya tienes tema para una canción, y sin necesidad de recurrir al sexo.
Completamente desconcertado por su reacción, Efrén abrió la boca para acusarla de estar celosa. No obstante, el sentido común hizo acto de presencia y se calló a tiempo. Era demasiado pronto. Había que esperar.