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Capítulo 17

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Carla estaba haciendo, precisamente, lo que se había jurado a sí misma que no iba a hacer: buscar a Guillem Campos en Google. Había aguantado veinticuatro horas seguidas sin hacerlo, pero la curiosidad estaba a punto de ganarle la partida al orgullo.

Encima su mejor amiga estaba desaparecida, por lo que no tenía a nadie que la entretuviera y le evitara pensar en el morenazo al que había sobado, a placer, la tarde anterior. Para resistir la tentación había recurrido a un libro, una película y una llamada telefónica, de larga duración, a su madre, pero ni así.

Tras la velada alusión a su encuentro en el hospital, Guillem no había vuelto a sacar el tema. De hecho se había mostrado muy callado después de atender la llamada telefónica que lo había obligado a salir un momento del despacho de Carla. Y apenas había vuelto a darle conversación.

—Allá vamos —se dijo la pelirroja, sentándose como un indio en el sofá y posicionando el ordenador portátil sobre sus rodillas.

No es que le importara saber más de él, ni que se hubiera quedado fascinada con su aspecto. Nada de eso, era más bien que pretendía estar bien informada para cuando le contara a su mejor amiga lo sucedido. No era ningún secreto que cuantos más detalles pudiera darle, más interesante sería el relato: ¿tenía novia?, ¿dónde era su próximo concierto?, ¿dónde vivía cuándo no viajaba por el mundo con su piano?

Lo primero que apareció fue el enlace de la Wikipedia, lo abrió en una pestaña nueva y siguió buscando algún dato interesante. Se topó con varias direcciones que dirigían a vídeos de Youtube, pero los dejó, de momento, mientras buscaba lo que le interesaba, chismes sobre su vida personal.

Al no dar con nada que capturase su atención, presionó sobre el icono de imágenes y estas ocuparon por completo la pantalla.

—¡Oh my God! —gritó, alucinada al encontrar tantas imágenes de él vestido con esmoquin, pasándolas una tras otra y suspirando al mismo tiempo.

Estaba claro que como hermano no valía nada, pero era injusto no reconocer que como hombre era de diez, al menos en lo que concernía al físico.

Una vez que se cansó de verlo en fotografía recuperó los enlaces de los vídeos y se preparó para verlo en pleno movimiento. Pinchó sobre uno de ellos, sin atender al compositor ni al movimiento, a fin de cuentas no podía decirse que fuera una entendida de música clásica, y se recostó en el sofá con intención de disfrutar del espectáculo visual.

Seguía embelesada viendo y escuchándole tocar cuando su teléfono comenzó a sonar a su lado en el sofá. Apartó de mala gana la atención del ordenador, dispuesta a cantarle las cuarenta al impertinente que la molestaba en un momento tan importante, pero en la pantalla no aparecía ningún nombre, lo que significaba que no lo tenía memorizado y que, por lo tanto, no sabía a quién iba a tener que gruñir.

Contestó con sequedad. Fuera quien fuera la persona que llamaba acababa de interrumpir un momento muy romántico, ¿qué narices le pasaba a la gente que no respetaba nada?

—Carla, buenas tardes, soy Guillem Campos.

—¿De dónde has sacado mi número? —preguntó cuando se recuperó de la sorpresa.

Él carraspeó antes de responder.

—Va impreso en la tarjeta que me diste con la hora y la fecha de mi próxima sesión.

«Por supuesto que va en la tarjeta, ¿qué esperabas?», se recriminó. «Di algo inteligente antes de que piense que eres lerda».

—Sí, perdona —musitó intentando apagar el vídeo o bajar el volumen de la música que salía del portátil—. ¿En qué puedo ayudarte? ¿Llamas para cambiar la cita?

«Sí que has sido inteligente, sí», se recriminó mentalmente.

—No, más bien todo lo contrario. Quería saber si podrías atenderme mañana. He ido a jugar al pádel con unos amigos y me he quedado enganchado de la espalda.

Carla no respondió, andaba peleándose con el ordenador en su desesperado intento de apagar la música que seguía saliendo del vídeo de YouTube.

—Carla, ¿me estás escuchando?

—¿Estás muy mal o puedes esperar a mañana?

—Me he tomado un analgésico y estoy en la cama leyendo. Estoy seguro de que sobreviviré —comentó con un tono alegre—. ¿Podemos quedar mañana?

—Sí, sí. Mañana estoy libre, podemos quedar cuando a ti te venga bien —aceptó, golpeando con desesperación la tecla para bajarle el volumen al portátil.

—¿A las doce puede ser?

—Si te refieres a las doce del mediodía, sin problemas, tengo turno de noche —bromeó en un intento por parecer normal.

—¿Has cambiado de registro?

—¿Perdón?

—La música, no es tu estilo. Lo que suena es el Concierto número 1 (KV 37) en fa mayor de Mozart.

Carla seguía intentando bajar el volumen, pero el ordenador continuaba bloqueado.

—Sí. No. Yo… —Se esforzó en recuperar la cordura—. Ya te dije que me gustaban los clásicos.

—Es cierto. Lo dijiste. —Se despidió con una sonrisa que se notó en su voz—: Hasta mañana, Carla.

—Hasta mañana.

Y justo ese fue el instante en que el portátil decidió obedecer las órdenes anteriores y la música se detuvo, por fin.

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