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Capítulo 16

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Labios presionan labios…

Lenguas que se buscan entre brumas,

deseos avivados por gemidos animales, porque en el fondo,

eso es lo que somos los dos.

(EFRÉN VENTURA. CIRCUNSTANCIAS ATENUANTES), Susurros

El nuevo status entre Efrén y Verónica no supuso ningún cambio exagerado, ya que ambos, habían decidido ir despacio y, desde el primer momento, la química había hecho chispa en ellos. Iban a darse tiempo para conocerse, sin presiones ni nada que pudiera acelerar las cosas. Por primera vez en su vida, Efrén necesitaba tomarse una relación con calma, disfrutar de los pasos que se había saltado en sus anteriores idilios con mujeres que no habían dejado ninguna huella en él.

No obstante, y a pesar de las voluntarias restricciones, la pareja perdió el temor a tocarse y se besaban y tomaban de las manos como si nunca hubieran concebido su relación de otro modo.

Se pasaron el resto de la tarde encerrados en la suite, besándose y hablando abiertamente de lo que habían sentido durante los meses en que se habían limitado a ser amigos.

—Después de que pasaras de mí en el concierto estaba deseando que volvieras a llamarme solo para darme el gustazo de colgarte —confesó Verónica.

—Supongo que me lo merecía.

—¿Supones?

—De acuerdo, me lo merecía, pero en mi defensa diré que no tengo mucha experiencia en perseguir mujeres.

La rubia parecía sorprendida por la respuesta.

—¿Ni cuando no eras famoso?

—No —confesó, Efrén. Y añadió, ansioso por cambiar de tema—: ¿Sabes? Me encanta cómo hueles.

Pero su táctica no surtió efecto, Verónica estaba demasiado asombrada para dejarlo correr sin más.

—¿No te han dado nunca calabazas?

—Alguna vez —admitió, incómodo—. Puede que un par. Ya sabes que soy irresistible. —Volvió a recurrir a la broma, aunque en esta ocasión la respuesta de Ricitos de Oro no fue la que Efrén esperaba.

—Sí que lo eres.

—¿Quieres que te cuente un secreto?

Verónica asintió, sonriente.

—Llevo detrás de ti desde que nos chocamos en las escaleras de El cronista valenciano.

—Te gano. Me gustaste desde la primera vez que tomé nota de uno de tus mensajes para Elba. Me pareciste encantador y romántico desde el principio.

Efrén arrugó el ceño, pensativo.

—Eso me pone las cosas mucho más difíciles —dijo, misterioso.

En el Endgame, se mostró tan embelesado con su bella novia, que llevaba el pelo recogido en un elegante moño francés y un vestido negro y ceñido hasta la rodilla, como cualquiera hubiese esperado.

Lo que apenas veinticuatro horas antes se trataba de una relación fingida en esos instantes era un noviazgo real y esperado por sus protagonistas y muchos de sus amigos más íntimos.

Recordando el motivo que les había llevado hasta allí, Efrén le presento a Verónica a Roberto Machado, el cocinero más influyente del país y el quinto de Europa, dueño del restaurante s de moda en la capital, el Endgame, y de dos sucursales más, una en Londres y otra en Roma.

De hecho, ambos fueron invitados a visitar la cocina, que seguía a pleno rendimiento, y Verónica no solo pudo conseguir que le respondiera a varias preguntas para su artículo sino que, además, Roberto le permitió realizar las fotografías para el mismo en la cocina del famoso local, posando entre fogones.

En definitiva fue una velada maravillosa, en la que solo dejaron de estar pendientes el uno del otro en los momentos en que algún seguidor se acercaba hasta su mesa para pedirle un autógrafo a Efrén.

—¿Crees que es buena idea que bebamos vino después de lo que pasó ayer? —preguntó Verónica, mirando su copa con malestar.

—No me recuerdes lo de ayer, por favor. Quiero disfrutar de la noche —pidió, recordando los sucesos que habían provocado que no tuviera recuerdos—. Es nuestra primera cita. —añadió, aplacándose al pensarlo.

—Lo siento, no hablaba de esa parte, yo…

Efrén la interrumpió callándola con un beso, dulce e intenso.

Cuando se separó de ella los dos estaban más mareados que tras beber una copa del vino que tenían delante.

—Acabas de besarme en público —comentó la rubia, como si él no fuera consciente de ello.

—Lo sé —dijo, encogiéndose de hombros con expresión angelical.

—Quiero decir que es posible que alguien haya sacado el móvil y nos haya hecho una foto.

—Sí, es posible.

—¿Y lo dices así? ¿Como si no fuera importante?

—Tienes razón —aceptó, volviendo a capturar su boca—. Ahora está mucho mejor, le hemos dado la oportunidad a los que no pudieron hacer la fotografía la primera vez —comentó con una sonrisa complacida.

—¡Estás loco! Eres una persona mediática —lo regañó, aunque en su fuero interno sonreía como una boba.

—Estoy cansado de que me asignen novias a diestro y siniestro. No puedes culparme porque me haga ilusión que, por una vez, el romance no sea una mentira.

En esa ocasión fue ella quién tomó la iniciativa de besarlo.

Al llegar al hotel, sin embargo, se planteó el primer conflicto en su recién estrenado noviazgo.

—¿Vas a acostarte en el sofá? —preguntó Verónica, sorprendida al ver como se llevaba una almohada de la cama hasta allí.

Aunque en ciertos aspectos se mostraba abierto y receptivo, en otros parecía distante, dispuesto a mantener el plan inicial. De hecho, unas horas antes, cuando Verónica había comenzado a arreglarse para ir al restaurante, él había puesto una excusa tonta y se había marchado de la suite. Verónica no sabía si porque quería ofrecerle intimidad o porque temía que fuera a pasearse desnuda delante de él, lo que, si fuera el caso, tendría que haberle parecido una idea estupenda.

—Por supuesto. La cama es para ti.

—¿Por qué?

—¿Por qué, qué? —inquirió, sintiéndose tonto.

—¿Por qué no duermes conmigo?

—Dijimos que nada de sexo hasta que no nos conociéramos un poco mejor.

—Ayer dormimos juntos y no hubo sexo —dijo Verónica, un poco desconcertada por la actitud de Efrén.

—Ayer estábamos en coma. No cuenta.

—En cualquier caso, estoy segura de que podemos compartir una cama sin tener que practicar sexo. Además, tú dijiste que teníamos que conocernos…

Efrén se acercó a ella, sin perder en contacto visual.

—Y tú piensas que nos conoceremos mejor si compartimos una cama —afirmó, adivinando el motivo de su insistencia.

—¿Tú no?

—Lo que no sé es si voy a ser capaz de tenerte tan cerca y no tocarte —explicó con sinceridad.

La respuesta de ella llegó tras una sonrisa pícara.

—Tocar está permitido. Hay muchas cosas permitidas que podemos hacer en esa cama —apuntó, señalando el mueble a su espalda.

—Tienes razón —zanjó él acortando la distancia que los separaba. Antes de que Verónica pudiera seguir con su discurso, se encontró tumbada de espaldas en la cama con las manos de Efrén en sus muslos mientras subían la tela de su vestido.

Efrén no estaba seguro de hasta dónde podía llegar con su chica sin perder el control. El aroma a coco que desprendía su piel lo volvía tan loco como sus cabellos dorados, su sonrisa traviesa o su ingenio.

Llevaba toda la noche limitándose a besarla y temiendo el momento en que ambos volverían a estar solos en la suite. Y una vez allí, había intentado mantener su palabra y alejarse de ella. Sin embargo, Verónica terminó por convencerlo con un argumento ante el que nada podía objetar.

Deslizó las manos por sus suaves muslos, al tiempo que hacía lo propio con la fina tela del vestido que llevaba puesto. Cuando este ya no se interpuso en su camino, lo arrugó en su cintura y siguió el mismo ritual con la ropa interior. En unos segundos el tanguita que Verónica llevaba estaba en el suelo, junto a sus zapatos.

La escuchó jadear de anticipación cuando él bajó la cabeza y comenzó a besar y mordisquear sus muslos, dejando a su paso regueros de besos y piel hipersensibilizada.

—Ricitos, abre las piernas, cariño —pidió con un sensual ronroneo.

—No creo que…

—¡Shhh! —la calló con una sonrisa de pecado.

Obedientemente Verónica hizo lo que pedía y las caricias dejaron de ser superficiales para volverse más íntimas. Los hábiles dedos vagaron por la cara interna de sus muslos, seguidos de cerca por labios y dientes. La sensación era tan intensa que Verónica se arqueó en busca de más contacto. Efrén aprovechó para alargar las manos a su espalda y bajar la cremallera del vestido.

—Incorpórate un poco, Ricitos, quiero quitarte esto —pidió tirando de él.

Su cuerpo sufrió una reacción instantánea cuando descubrió que no llevaba sujetador. Sus pechos, pequeños y firmes, se veían rosados y con los pezones inflamados por el deseo.

—Túmbate.

—Yo también quiero tocarte.

—Hoy no, Ricitos. Esta noche me toca aprender a mí. Quiero descubrir qué te hace gritar de placer, qué te excita… Hoy conoceré cada centímetro de ti.

—¿Es una promesa? —preguntó con picardía.

—Lo es, y ya te dije en una ocasión que yo siempre cumplo mis promesas.

Ella todavía seguía indecisa, de modo que se colocó entre sus piernas separadas y la obligó a tumbarse.

Una vez que la tuvo donde deseaba, se dio un festín con su cuerpo. Saboreó sus pechos, la poseyó con los dedos y, finalmente, la saboreó hasta que sintió su clímax en su boca.

A pesar de estar completamente vestido, Efrén pensó que había sido la experiencia más sensual de toda su vida.

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