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Capítulo 8

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Era tan pobre que no tenía un mal beso que llevarse a la boca.

Un beso que le borrase los miedos.

EFRÉN VENTURA (CIRCUNSTANCIAS ATENUANTES), Vientos huracanados


Durante los últimos días Efrén había trabajado más en el artículo de Verónica que en las letras del próximo álbum de su grupo. Eso sí, había actuado con mucha discreción. Amparándose en sus contactos había conseguido una mesa para cenar en el Endgame, un restaurante con una lista de espera de varios meses. También reservó habitaciones en el mismo hotel en el que Mario Montenegro se hospedaba cuando viajaba a la capital para grabar el famoso programa de cocina, Masterchef, que copresentaba con una antigua Miss España.

Se sentía satisfecho consigo mismo, y esperaba que Verónica comenzara a sentirse mejor cuando se diera cuenta de que su artículo no iba a ser el desastre que temía que fuera. Por esa razón Efrén llevaba la última hora sonriendo mientras conducía su coche con destino a Madrid. La había recogido a las nueve de la mañana en la puerta de su casa, gracias a que Verónica se había tomado el día libre en el periódico.

Además, por una vez quería tomarse las cosas con una mujer con calma. El primer paso ya estaba dado: entre él y Verónica había confianza y amistad, lo demás llegaría poco a poco y esperaba que ese fin de semana juntos supusiera el punto de inflexión para el cambio. Y lo mejor de su plan era que tendría tiempo para disfrutarlo.

Disponía de los próximos meses libres. La gira había finalizado y, aunque eso implicaba dedicarse a escribir las canciones del próximo disco, todavía sentía lejana la fecha en la que se reuniría con el grupo para grabarlas. Solo tenía que cumplir con un compromiso que había obligado a su mánager a contraer, y tenía la esperanza de que Verónica lo disfrutara más que nadie.

—¿No tienes música en español? —inquirió Verónica al tiempo que rebuscaba en la lista de reproducción de Efrén.

La respuesta de este fue encogerse de hombros.

—No me puedo creer que tú seas un cantante español que canta en español y que no tengas ni una mísera canción en tu idioma.

—No la escucho porque no quiero que me influyan —explicó, alzando la mano y buscando la canción que deseaba escuchar. Un instante después el vehículo se llenó con la dulce voz de Birdy:

Standing in the way of the light.

And pull back this fail

Turn night into day

Don’t you know you’re standing in the way of the light?

Pour oil on these flames

Speed up my heart again

Don’t you know you’re standing in the way of the light?

So come on, come on, come on

We’ve been living in the shadows too long

So come on, come on, come on


Durante el tiempo que duró la música Verónica se mantuvo en silencio, disfrutando de ella. No obstante, en cuanto sonó el último acorde estiró la mano y bajó el sonido, deseosa de retomar el tema.

—¿Vas a decirme qué significa eso de que no quieres que te influyan?

—¿Es necesario? —bromeó Efrén.

—El lunes establecimos que somos amigos, y los amigos se cuentan cosas, así que sí. Es necesario.

Efrén volvió a encogerse de hombros aunque en esta ocasión respondió a la pregunta.

—Escribo mis propias canciones y me preocupa mucho verme influenciado por alguna letra y escribir algo que sea susceptible de parecerse al trabajo de otro compañero. De modo que no los incluyo en mi lista de reproducción, lo que no significa que cambie de emisora cuando suenan en la radio —bromeó.

—¿No te sucede lo mismo con las canciones en inglés? ¿No temes ser influenciado por ellas?

—El inglés me llega a otro nivel. A pesar de que la música es universal y de que las historias de las que hablan las canciones pueden darse en cualquier lugar del mundo, las siento de un modo distinto a cómo siento las de mis compatriotas.

—¿Eres consciente de lo raro que suena esto?

—Nunca he negado que sea un pelín raro —aceptó Efrén, de buen humor.

—No creo que seas raro, solo digo que es extraño que te preocupes por estas cosas. De cualquier modo la música siempre trata los mismos temas, lo importante es cómo lo hacen.

—Puede ser, pero más vale prevenir que lamentar.

Verónica no pudo aguantarse la risa ante la seriedad de la frase. Un instante antes estaba sorprendida de que Efrén fuera tan metódico y responsable con su trabajo, y un segundo después no podía evitar reírse por su comentario, más cercano a lo que solía decir su propio padre que a lo que se esperaba de una estrella del rock.

—Ríete si quieres, pero sabes que tengo razón.

Las risas se convirtieron en carcajadas que les acompañaron varios kilómetros más.

No fue hasta que llegaron al lujoso hotel que Efrén expuso la parte más delicada de su plan.

—Verónica, este fin de semana vamos a tener que fingir que somos pareja —soltó, evitando los rodeos.

Tal y como había esperado, la rubia se detuvo a mitad de camino hacia el mostrador de recepción.

—¿Perdón?

—Si queremos que se tomen en serio tus preguntas y que se involucren en tu artículo, lo mejor es que crean que somos pareja. Si decimos que eres mi amiga no van a estar tan interesados en ti.

—Vaya, eso ha sido directo.

—No estoy diciendo que me parezca bien. Simplemente es el modo en que funciona el mundo.

—¿Implica nuestro nuevo estatus habitaciones separadas? —La pregunta acababa de invadir su mente, y ahora ya no podía apartarla. A pesar de sus esfuerzos se imaginó a Efrén descalzo, con un pantalón de pijama gris y el pecho al descubierto. «He leído demasiadas novelas», se dijo, esforzándose por centrarse en la realidad.

—Sí y no. He reservado la suite más grande del hotel, que tiene dos dormitorios, pero los empleados del hotel hablarán si ven que hay dos camas deshechas.

—¿Qué propones? —preguntó, esforzándose por que su voz sonara normal.

—Ya lo pensaremos después. Ahora disfrutemos del día. ¿De acuerdo? —propuso Efrén, no queriendo abrumarla más de lo que ya estaba.

La cena en el Endgame no tendría lugar hasta la noche siguiente. Por lo que todavía les quedaba casi todo el viernes y el sábado para parecer una pareja compenetrada.

Instalarse en una suite con Efrén era toda una experiencia, decidió Verónica. El recibimiento del hotel fue espectacular. Antes de que llegaran a recepción había salido uno de los empleados para darles la bienvenida e invitarlos a una copa en el bar mientras el recepcionista rellenaba los formularios.

Acostumbrado como estaba, Efrén no le dio importancia y aceptó el ofrecimiento, dejando a cargo del empleado el equipaje y sus carnés de identidad.

El bar estaba prácticamente desierto, lo que ofrecía cierta fantasía de intimidad.

—¿Qué quieres tomar? —preguntó Efrén cuando el camarero se acercó hasta ellos, que se habían sentado en una de las mesas.

—Un zumo de piña, por favor.

—Que sean dos. ¿Nos puedes traer patatas o cacahuetes para acompañar? —pidió Efrén, echándole un vistazo a su reloj.

El empleado asintió con una sonrisa y se retiró.

—Estoy hambriento. Son las doce y media y me comería una vaca. En cuanto esté disponible la suite, descargamos y nos vamos a comer.

—La verdad es que yo también tengo hambre, pero todavía es pronto.

—Bueno, aun tenemos que subir a la habitación y, después ir hasta el sitio en el que vamos a comer —comentó Efrén, pensando en que debería haber pedido también unas aceitunas.

—¿Y dónde está eso?

La sonrisa del músico se volvió pícara y traviesa, por lo que Verónica adivinó que no estaba dispuesto a contarle nada.

—Es una sorpresa.

—¿Te he contado alguna vez que no me gustan las sorpresas?

La sonrisa de Efrén se amplió.

—Esta te va a encantar.

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