Читать книгу Un beso arriesgado - Deletréame te quiero - Olga Salar - Страница 24
Capítulo 18
ОглавлениеMe desperezo como un gato, finjo desinterés.
Bostezo y me miro las uñas,
Pero no te equivoques, nena,
Porque sigo al acecho y tú,
eres el ratón con el que quiero jugar.
EFRÉN VENTURA (CIRCUNSTANCIAS ATENUANTES), Tierno y perezoso
Regresar al trabajo tras un fin de semana como el que había tenido Verónica era como cambiar un crucero por las islas griegas por remar en galeras. La mañana ya comenzó difícil, ya que cuando sonó el despertador lo sintió como si tuviera que levantarse a solo una hora de haberse metido en la cama. Remoloneó sin ganas de levantarse y lo apagó casi sin darse cuenta, de modo que, cuando su inconsciente la despertó media hora después, tuvo que arreglarse a toda prisa para minimizar el desastre.
Aun así, cuando entró, Elba ya estaba en la máquina de café con el móvil en la mano enseñándoles, a todos los que quisieran ver, a su sobrino recién nacido. Era la primera vez desde que trabajaba en el periódico, tanto de becaria como de redactora en plantilla, que Elba llegaba antes que ella.
Arrastrando los pies se acercó, consciente de que ese iba a ser el mejor momento del día. Después de todo, llegaba tarde al trabajo por primera vez en su vida y era lunes, lo que significaba que todavía tenía una semana completa por delante.
—Rubita, llegas tarde —comentó Mike, desde su mesa.
—Gracias, Mike, no me había dado cuenta —dijo Verónica, poniéndole mala cara.
—Desde luego, a este chico no se le da muy bien coquetear —bromeó Elba cuando Verónica se detuvo junto a ella, en la máquina de café.
—No digas tonterías y déjame ver al nuevo casanova de la familia Vilanova —pidió con una sonrisa.
—Ya verás, Vero, es precioso y tan bueno… No hace más que dormir y comer, igualito que Alma cuando era un bebé —dijo, tendiéndole el móvil.
En la pantalla aparecía el bebé más adorable que Verónica hubiese visto nunca. Estaba dormidito y tenía las mejillas regordetas y el pelo oscuro como su madre.
Elba fue pasando más fotografías. En una de ellas Alma, sentada en un sillón, sostenía a su primo en brazos. Había otra del bebé con el orgulloso papá, enganchado al pecho de su madre. Con razón tenía las mejillas tan rollizas, pensó Verónica.
—¡Es precioso! ¿Qué tal está Miriam?
—Encantada de la vida. El parto fue de maravilla y ya están los dos en casa.
—A ver cuándo vas a verlos y voy contigo. Esta tarde les compraré un regalito.
—¿No vas a ir con Efrén? —preguntó Elba como quien no dice nada—. Pensaba que iríais juntos.
—¿Por qué me preguntas eso?
—Efrén es uno de mis mejores amigos, Vero. Ayer me llamó para contarme lo enamorado que está de ti —dijo, riendo. Y añadió—: Ni se te ocurra contarle que te lo he dicho.
La rubia se llevo los dos dedos índice a los labios y se los besó, en señal de silencio. Su malhumor fue borrado como por arte de magia.
—Lo prometo —aseguró con una sonrisa encantada en los labios.
Elba, que sabía perfectamente lo maravilloso que era amar y ser correspondida, le guiñó un ojo y regresó a su mesa.
En circunstancias normales jamás hubiera traicionado la confianza de Efrén, pero su amigo daba demasiadas cosas por hecho con Verónica y, como los apreciaba mucho a los dos, no podía mantenerse al margen y dejar que los malos entendidos o las palabras no pronunciadas estropearan su emergente relación. Los dos se merecían ser felices, y era evidente que desde el primer momento en que se conocieron la chispa había prendido entre ellos.
Además, nadie mejor que ella sabía lo peligroso que era mantener secretos. Después de todo, siendo casi una niña había tenido una hija con el único hombre al que había amado, y solo la intervención del destino había conseguido que el padre de Alma supiera de su existencia.
Sabía que debería sentirse culpable por haber traicionado la confianza de Efrén, pero la cara de felicidad de Verónica lo justificaba.
Intentando centrarse, comenzó a repasar las entrevistas y las notas que tenía para el artículo. Todavía le faltaba lo más importante, la entrevista a Guillem, pero al menos ya tenía la de Efrén y las que había conseguido gracias a él.
Sabía que Luis no iba a tardar mucho en preguntarle por el artículo. Era un jefe implicado que se preocupaba por sus redactores y, como tal, quería estar al tanto de todo lo que estos hicieran.
Con sus excentricidades —deshacerse de la puerta de su despacho, venderles a los periodistas que les hacía un favor y no a la inversa— se había ganado el afecto de todos. Sin embargo, el afecto no iba exento de lealtad y respeto. Y por esa lealtad y ese respeto que sentía por él, se iba a ver obligada a acercarse a su hermano. Un hermano al que había adorado y admirado y que, un día, sin previo aviso, desapareció de su vida.
El problema era que tras tantos años distanciados no tenía la más remota idea de cómo dar con él.
Guillem había roto el contacto con su padre, la única persona que les unía a ambos, y la única persona con la que podría hablar era justamente la que más difícil se lo iba a poner: la madre de Guillem, la persona que había orquestado la ruptura.
No obstante, su desconocimiento sobre su hermanastro era tal que, de hecho, ni siquiera sabía si residía en la ciudad. Y, ya puestos, tampoco podía afirmar que viviera en el país. Teniendo en cuenta su fama, era poco probable que saliera en la guía telefónica.
Andaba preocupada en cómo dar con él, ya que recurrir a Susana, la madre de él, era su último recurso, cuando Ángela, la nueva becaria, se levantó a abrir la puerta a la que acababan de llamar.
Al hacerlo un hombre de poco más de treinta años, corpulento, vestido de frac y con un sombrero de copa entró en la redacción, consiguiendo con ello que el silencio, que raramente reinaba allí, se impusiera.
Consciente del interés que suscitaba, el hombre se detuvo en medio de la habitación:
—¿Verónica Campos, por favor? ¿Quién es Verónica Campos?
Antes de que la aludida pudiera responder, Mike gritó, mirándola directamente.
—Rubia, el Cobrador del Frac te busca.
Las risas de los que estaban allí no ayudaron a Verónica que estaba sorprendida e inexplicablemente nerviosa. ¿Qué podía querer Fred Astaire de ella? Era imposible que fuera el Cobrador del Frac: la única deuda que tenía, la hipoteca de su casa, la pagaba religiosamente cada mes.
El hombre se acercó a ella, gracias al gesto del fotógrafo que desveló quien era la persona a la que buscaba.
—¿Señorita, es usted Verónica Campos?
Asintió con la cabeza, y abrió los ojos desmesuradamente cuando el hombre se plantó frente a ella, abrió la boca y cantó, con una preciosa voz de tenor que la sorprendió casi tanto como la letra:
–«Ella fue mi mejor canción / ella fue mi melodía / ella fue mi inspiración / pero también mi asesina / ella fue algo más que todo / fue algo más que una gran amiga / fue mis ganas de seguir / ella fue una musa en mi jardín // Dame de eso, dame de eso / que no puedo vivir sin tus besos / dame tiempo, dame tiempo, para aprender de nuevo / dame de eso, dame de eso / y que no puedo vivir sin tus besos / dame tiempo, dame tiempo, y aprenderé de nuevo…»[2]
Cuando acabó de cantar todos estaban tan alucinados que transcurrieron unos segundos antes de que los aplausos atronaran. Hasta Luis estaba apoyado en el marco de la inexistente puerta de su despacho, observando el espectáculo.
Elba era la que más fuerte se reía. Al fin y al cabo era la única, además de Verónica, que sabía de quién venía el mensaje.
—No se puede negar que el admirador de Vero es original —comentaban unos.
—No sabía que saliera con nadie —dijo Mike, decepcionado.
—Muchas gracias por la canción —dijo Verónica, buscando su bolso para darle una propina al mensajero. No debía ser fácil tener un trabajo como aquel. Lo más ligero que te podía suceder era que se burlaran de ti, no quería pensar en lo peor...
—No es necesario, señorita. El señor Ventura ya me ha dado propina.
Verónica arqueó una ceja, pensativa.
—¿El señor Ventura está, por casualidad, cerca?
El cantante se lo pensó un poco antes de responder. Parecía que se sintiera culpable por haber hablado de más.
—Está abajo.
—Gracias —dijo, tendiéndole un billete.
—No hace falta.
—Insisto. Por las molestias —explicó, mirando a su alrededor para que él comprendiera a qué se refería.
El hombre sonrió tímidamente, cogió lo que le ofrecía y se dio la vuelta para marcharse.
Antes de que sus compañeros se acercaran a hablarle e intentaran averiguar más, Verónica salió detrás del cantante del frac, a la caza y captura de su ingenioso chico.
Cuando salió a la calle se dio de bruces con Efrén, que estaba apoyado contra la pared de la fachada como si tal cosa. En cuanto la vio cambió su actitud indolente por una sonrisa encantadora y satisfecha.
—¡Estás loco! Aunque he de reconocer que la canción era preciosa.
—La canción no es mía.
Ella rio, pensando en lo increíble que había sido que diera con ella, más cuando Efrén no escuchaba música en español.
—Dime que te ha gustado mi locura —pidió, acercándose a ella que se había quedado parada a la salida del portal.
—Lo que me ha gustado es que te tomaras tantas molestias por mí, hubiera sido más fácil que me hubieras invitado a cenar —dijo riendo y enlazando los brazos alrededor de su cuello
Él sonrió ladeando la cabeza y clavando la mirada en sus labios.
—Nada de lo que tiene que ver contigo es una molestia sino un placer. Esta noche cenaremos en mi casa. Los dos solos. —Luego añadió, con una sonrisa cargada de promesas—: No es necesario que te arregles, ven cómoda y preparada para quedarte a dormir.
Antes de que Verónica pudiera responder él ya estaba saqueando su boca, sin importarle que estuvieran en medio de la calle.
Mientras besaba a su novio el móvil de Verónica comenzó a sonar en el bolsillo trasero del pantalón. No se despegó de él. Fuera quien fuera la persona que llamara, que volviera a hacerlo en un momento menos inoportuno.
[2] Fondo Flamenco, Algo más que todo.