Читать книгу Más que unas memorias - Ramón Tamames - Страница 28

TRIPLE APRENDIZAJE DE IDIOMAS

Оглавление

En los tiempos de aprendizaje, la incidencia de mi padre en sus hijos fue muy notable por su concepción psicohistórica —un término muy de Isaac Asimov—, basada en sus filias: Alemania, por su espíritu científico, que a principios del siglo XX, y todavía en el período de entreguerras (1918-1939), era el país más destacado del mundo para la ciencia, siendo la lengua de Goethe la única que aún le discutía al inglés su prevalencia en las áreas de investigación. De ahí que mi padre tuviera el mayor interés en que los cinco hermanos aprendiéramos el alemán, para lo cual contrató los servicios de una joven profesora, Gretel. Como la protagonista del cuento de los hermanos Grimm Hänsel und Gretel, de cuando los dos verlieren sich in Wald [se perdieron en el bosque]. Gretel venía a casa dos veces a la semana, por la tarde, y nos instruía con gran dinamismo en la lengua germana. Desbordaba tanto entusiasmo por la vida que algunas veces se presentaba en casa con un pequeño acordeón y cantábamos canciones. Sobre todas las demás, una que empezaba así:


Alle meine Entchen,

schwimmen auf dem See...[1]


Y otra que decía:


Wenn die Soldaten,

durch die Stadt, marchieren,

öffnen die Mädchen,

die Fenstern und die Türen...[2]


Gretel, nuestra profesora, enamoraba perdidamente a sus jóvenes alumnos —y obviamente ella se daba cuenta de tales efluvios—, sensaciones que se vieron amargamente interrumpidas cuando, terminada la Segunda Guerra Mundial, en junio de 1945, fue llamada a su país.

La segunda vocación idiomática que nos inculcó mi padre fue el francés, lengua por la que tenía gran afición desde su admiración por la cultura y la literatura del país vecino. Lo cual le inspiró la idea de enviarnos a los tres hijos mayores al Liceo Francés, en 1942, según ya se ha reseñado antes.

En cuanto al aprendizaje del inglés, tuvo su base en las convicciones políticas de mi progenitor, por el origen principal de la democracia —según decía casi solemnemente— en la Carta Magna de Juan sin Tierra de 1215. Y para que adquiriéramos las debidas capacidades en la lengua de Shakespeare, no sé por qué vías, fichó a una profesora, ya sexagenaria por entonces, que se llamaba Margaret McAuley, una victoriana recalcitrante, siempre tocada de sombrero —soltera de toda la vida—, que nos enseñó el inglés con eficiencia, con métodos sencillos, y siempre con gran admiración por lo Imperial British.

Así pues, mi padre, germanófilo por sus admiraciones científicas, francófilo —no de Franco— por sus aficiones culturales, y anglófilo por sus inquietudes políticas, nos inculcó el aprendizaje de los tres idiomas. Algo que nos ha resultado enormemente útil a lo largo de la vida. Es eso que se dice de que la mejor inversión es en capital humano.


Otra inversión en capital humano se produjo, en los meses de julio y agosto de 1950, en una estancia de un mes en Jaca, adonde fuimos mi hermano mayor, José, y yo, en compañía de mis primos Joaquín y Santiago, para asistir a unos cursos de verano que la Universidad de Zaragoza organizaba en el Pirineo de Huesca. Para acceder a aquellos parajes, como eran zona fronteriza con un país hostil a Franco, era preciso disponer no sólo del documento nacional de identidad, sino además de un salvoconducto de fronteras; documento que se obtenía en la Dirección General de Seguridad, atravesado por una bandera española muy luminosa, que conservo en mi archivo personal. Aún había restricciones, a la libre circulación de personas en las zonas que se suponían más calientes por la persistencia de los maquis, los guerrilleros antifranquistas, que en 1945, con Jesús Monzón al frente, invadieron por poco tiempo el Valle de Arán.

Los cursos en Jaca fueron de gran utilidad para la práctica de idiomas, y además por la convivencia durante un mes con los primos Joaquín y Santiago, que estudiaban Medicina, y que en las largas horas que pasábamos al sol al borde de la piscina nos explicaban muchos aspectos del funcionamiento del cuerpo humano.

Además hicimos notables excursiones a los valles pirenaicos, con visitas a Hecho, y Ansó, así como al parque nacional de Ordesa. Todo un descubrimiento, los Pirineos, en especial para quienes, como yo, tenían aficiones montañeras y de senderismo.

Por lo demás, en Hecho tuve mi primera percepción del bilingüismo en España: allí oímos hablar en aragonés antiguo o fabla, a un conjunto de mozas ataviadas con trajes regionales, que nos dieron acogida muy hospitalaria a los estudiantes de los cursos de Jaca; a mí me suscitaron la imagen de las pastoras de la Finojosa del marqués de Santillana en sus serranillas.

Y precisamente en Jaca estaba un jovencísimo Fernando Lázaro Carreter como profesor de Lengua y Literatura, dando clase a los extranjeros. Y aunque yo no asistí a sus clases, cuando éstas terminaban, entraba a curiosear en el aula, y una vez vi dibujado en la pizarra un mapa de España, en el que Don Fernando había especificado claramente las fronteras del bilingüismo: Cataluña, la parte costera de la hoy Comunidad Valenciana, las islas Baleares, el País Vasco y Galicia. Aparte de lo ya escuchado en el valle de Hecho, ésa fue mi primera confirmación de que, además del español —en su versión antigua, castellano—, en España se hablaban otras lenguas.

Entre mis referencias a Jaca, también mencionaré el buen conocimiento que trabamos con unos jóvenes libaneses que, como nosotros, estaban en la residencia de los cursos de verano y estudiaban Medicina. Ellos me enseñaron mis primeras palabras en árabe, entre ellas: «Salam aleikum» [que la paz sea contigo], a lo que debe contestarse, ya se sabe, «Aleikum salam» [que contigo sea la paz]. «Allah akbar!» [Dios es grande]. Y sobre todo he recordado siempre el piropo que uno de los libaneses nos enseñó para decir algo a una joven bonita: «Ana ua anti filyena!», que se traduce en algo así como «tú y yo en el paraíso», el de las huríes del Profeta, claro.

En esos cursos de verano tuve una buena relación con una joven francesa de París, Yvette, de unos diecisiete años, cuando yo tenía dieciséis. Juntos recorrimos aquellos valles de los Pirineos, de lo que queda alguna vielle photo, como dice la canción de Charles Trenet cuando él, un tanto olvidado por el pop y el rock, contesta a su propia pregunta Que reste-t-il de nos amours?

Yvette fue para mí como una especie de Pandora que abrió la caja de las esencias. Y en el fondo de su ánfora quedó, como en la mitología, un lecho de esperanzas, de lo mucho que estaba por venir... Después de Jaca, no volví a verla nunca más.


Más que unas memorias

Подняться наверх