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PRIMERA SALIDA DE ESPAÑA: NOTICIA DE VIAJEROS

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El primer viaje que realicé fuera de España data de comienzos de la primavera de 1951, organizado por la Universidad de Madrid y con destino a Oberstdorf, un pueblo en los Alpes Bávaros, Alemania; en la idea de practicar el esquí durante una semana. Oberstdorf se halla cerca de Garmisch-Partenkirchen, donde Adolf Hitler se hizo construir el «Nido del Águila», casa a la que se retiraba para sus álgidas reflexiones que tendrían tan devastadoras consecuencias.

Yo me enteré de la posibilidad de esa tournée a través de mi primo José Antonio Tamames Escobar, compañero mío en la Facultad de Derecho. Y teniendo en cuenta la baratura de la excursión, mi padre planteó, como hacía siempre, ampliar la concurrencia, y que fuera allí con mis dos hermanos mayores, José Manuel y Rafael.

En la expedición, entre quienes recuerdo con más viveza estaba Germán Illana, cuya hermana, Amparo, ya era novia de Adolfo Suárez. Así tuve la primera noticia sobre la existencia de quien luego sería el primer presidente de un gobierno democrático, tras la muerte de Franco. Illana, médico de profesión, era persona despejada, de excelente carácter, y siempre actuó como un buen jefe de expedición.

Otro miembro del grupo fue Alfredo Mahou, de la familia de los cerveceros, que poco después entraría en la carrera diplomática donde ocupó buenos puestos, entre ellos el de embajador en la India. Mahou viajaba con una pequeña corte de seguidores, destacando uno, cuyo nombre ya no recuerdo, que parecía ser su consejero áulico, siempre en pose de superioridad frente a los demás humildes mortales de la expedición. A quien el Puchas (un estudiante de Farmacia que ponía motes a toquisque) dio el sobrenombre de Atún, porque siendo compañero de Mahou, conocido como el Bonito, por ser bien parecido, era coherente que recibiera tal alias su principal cortesano, por aquello de los túnidos afines.

En la expedición iba también un amigo de mi primo, José Antonio, sobrino de quien por entonces era secretario general del Movimiento, y que luego sería el primer ministro de la Vivienda de Franco. A tan ilustre sobrinísimo, el Puchas decidió llamarle, con poca delicadeza, Cartabón —por la forma de su nariz—; quien políticamente hablando era muy oficialista del Régimen, entendiendo que todo lo que se apartara de sus dogmas resultaba execrable perversión. Recuerdo que una vez, comentándole mis lecturas de Pío Baroja, me dijo con la máxima seriedad:

—No sé cómo podéis leer a esos autores que son unos degenerados... —Visión un tanto dramática de la Generación del 98, a la que, por demás, no debía haber leído.

El Puchas era el máximo manantial de humor que corría a borbotones entre los viajeros, y a un estudiante de Farmacia, muy preocupado él por su propia salud, y que siempre llevaba en la mano algún frasquito de tónicos para autodispensarse a lo largo del día, le dio el sobrenombre de el Vitaminas. Y como el así moteado era un acendrado filatélico, el Puchas le hizo una canción, con música prestada de una popular seguidilla, con la siguiente letra:


En Oberstdorf en el cine de la esquina,

le quisieron dar por c... al Vitaminas.

Y el Vitaminas que no era del oficio,

se tapaba con un sello el orificio...


Tan delicado cuarteto fue objeto de reiterados cánticos a lo largo de la expedición, con gran enfado del propio Vitaminas y la lógica hilaridad del resto de los expedicionarios.

De Madrid a Portbou viajamos con la Renfe, para pasar después a la Société Nationale de Chemins de Fer (SNCF), que a gran velocidad nos condujo hasta Aviñón. Allí transbordamos para Lyon, donde volvimos a hacer lo propio para enfilar a la frontera con Alemania, bordeando una de las zonas más hermosas de Francia, el Franco Condado (en tiempos, posesión de la Corona española), orillando el río Doubs, de una belleza extraordinaria. Región en la que vivió Brillat-Savarin, el autor del libro de cocina más internacional de toda la historia.

A partir de Estrasburgo, entramos en Alemania por Kehl, para atravesar la Selva Negra, que nos pareció impresionante por la densidad de sus bosques; aunque se veían grandes claros, por las talas realizadas para extraer madera —nos dijo un pasajero— con destino a los países ocupantes (Gran Bretaña y Francia), como parte de las indemnizaciones de guerra.


Más que unas memorias

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