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ESTRUCTURALISTAS Y TEÓRICOS: VELARDE, FUENTES QUINTANA, TORRES

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En mi vocación universitaria, los profesores Juan Velarde y Enrique Fuentes Quintana tuvieron indudable incidencia. A mí, en la Facultad de Economía, la asignatura de Estructura Económica, que dispensaban al alimón Velarde y Fuentes, era la que más me interesaba, pues en ella se explicaba el verdadero funcionamiento de la economía española. Para lo cual los dos jóvenes profesores habían redactado unos apuntes a multicopista de calidad comparativa muy superior a otros de por aquel entonces.

Yo había estudiado bastante a fondo los temas y me presenté al examen oral de estructura, en 1957, creo que bien preparado, y vestido de alférez eventual, tal vez para fardar aunque por entonces no era raro ver a milicianos como yo vestidos de oficiales. Yo estaba haciendo las prácticas de la Milicia Universitaria en la localidad de Inca, en Mallorca. Y el caso es que tengo grabadas en la mente las preguntas que me hizo Fuentes, cuando hablando de agricultura me inquirió por la equivalencia entre mulas y tractores:


Un tractor de 25 caballos de potencia equivale, en principio, a una pareja de mulas. Claro es que un tractorista experimentado —dije yo— puede conseguir un rendimiento muy superior y, además, trabajar muchas más horas, porque las mulas tienen que comer y hay que dejarlas descansar. También hay que echar gasóleo a la máquina, pero con ella se puede trabajar incluso de noche con buenos faros, sobre todo en el verano, sin el calor del día.


La pregunta que me hizo Velarde la tengo menos clara, entre otras cosas porque antes de entrar en materia estuvo muy amable y anduvo preguntándome dónde estaba destinado como militar, cómo iba la cosa, etc.

También recuperaré aquí, de la memoria histórica, y aunque yo no lo oyera directamente, las expresiones de Fuentes, durante el mes de febrero de 1956. Cuando en tiempos de los sucesos estudiantiles en la Universidad de Madrid, según me contó mi colega Emilio Pérez Hurtado, iba a las clases de Don Enrique con gran asiduidad; quien por aquellos días anduvo muy excitado, vituperándonos a los estudiantes que en palabras de Franco éramos alborotadores y jaraneros. Para apostillar por su cuenta, siempre según Pérez Hurtado:


Hay que volver a las esencias fundamentales del Régimen surgido de la victoria de Guerra Civil, y encontrar solución a los problemas económicos y sociales de España con una visión social. Y para eso es preciso trabajar, sin entrar, como ahora, en una sucesión de algarabías y tumultos. Eso no resuelve nada...

Lo que sucedía es que mucha gente no se percató, o ignoró lo que pasaba. Alguien me dijo por entonces: «Sois las avanzadillas de la democracia...».


Ya en el tercer curso de Derecho se hicieron cada vez más frecuentes mis visitas a la excelente biblioteca de la Facultad de Ciencias Económicas, situada en el mismo viejo caserón de la calle San Bernardo, y muy bien abastecida de libros y revistas interesantes. Era una sala de mucha luz natural, confortable y silenciosa, de modo que allí me iba a estudiar cuando quería disfrutar de tranquilidad. Y un día de esos empecé a curiosear libros y revistas de economía, primeras lecturas que me acercaron a las cuestiones de producción, mercados, etc.

En mi vocación económica también tuvieron parte importante varios profesores de la Facultad de Ciencias Económicas: el primero de ellos, Manuel de Torres, murciano de nacimiento, que fue decano muchos años y tenía una visión cabal de la economía española desde sus enfoques de Teoría Económica.

En el verano de 1960, y previa preparación por un colega economista, Francisco Gallego Balmaseda (célebre por su sentido del humor entre todos los de la profesión en Madrid), me entrevisté con el profesor Torres, en el Hotel Wellington, el de los toreros, donde él se alojaba en su particular forma de vida entre Murcia y Madrid.

Se trataba de examinar la posibilidad de que yo fuera profesor ayudante en su Cátedra en el curso siguiente, circunstancia que yo juzgaba posible, a partir de un examen oral de Teoría Económica que tuve con él; momento en que hizo observaciones muy halagüeñas, al haber hecho yo un desarrollo de la tabla input-output —ya se sabe, la de relaciones intersectoriales ideada por Wassily Leontief—, siguiendo un método que a él le pareció muy novedoso. Y que en realidad yo había tomado de las explicaciones que en su misma Cátedra nos había impartido José Ramón Lasuén, brillante joven profesor recién llegado de una estadía de formación en universidades de Estados Unidos.

Con ese buen recuerdo, Don Manuel me recibió con su habitual cordialidad mesurada, y estuvimos hablando tranquilamente, entre otras cosas, de los efectos del Plan de Estabilización iniciado en 1959. Como también yo hice referencia a algunos aspectos de mi libro Estructura económica de España, que estaba a punto de terminar. Obra en la que Don Manuel era citado profusamente por sus juicios sobre política económica. Y también porque Torres fue quien indujo a las autoridades económicas españolas del momento a que se adoptaran los modelos de las cuentas nacionales y de la tabla input-output; teniendo en lo segundo la muy valiosa colaboración de Valentín Andrés Álvarez, a quien también me referiré.

Lamentablemente, mi buena aproximación a Torres resultó por entero infructífera por razones del destino: tras un par de meses de vernos, en septiembre de 1960, estando yo en mi despacho en el Ministerio de Comercio, en la Dirección General de Política Arancelaria, me llamó un compañero de estudios, Joaquín Quirós, a quien todos conocíamos por Quino:

—Ramón, voy a darte una mala noticia: después de lo que me contaste de tu entrevista con Torres en el Hotel Wellington hace poco.

—¿Qué le pasa a Don Manuel...? —pregunté inquieto.

—Que se ha muerto, anoche...

—Vaya, hombre, ¡qué pena tan tremenda...!

La línea telefónica quedó en silencio un instante, y a continuación vino la propuesta de Quino:

—Ramón, ¿por qué no vamos al entierro? Fue un gran hombre, y estaría bien que le dijeramos adiós...

—¿Dónde es el entierro?

—En un pueblo de Alicante, aunque es más murciano que otra cosa, a orillas del río Segura, cerca de Orihuela: Almoradí.

—¿Y cómo vamos a ir?

—De los amigos, el único motorizado eres tú, así que contamos con tu coche.

—Está bien. Dentro de media hora en la puerta del ministerio, en la calle Serrano esquina a Ayala. Voy a decírselo al subdirector.

De mi despacho fui al del subdirector, mi buen amigo Fernando García Martín. Hablamos de un par de cosas de trabajo, y a continuación le di la noticia del fallecimiento de Torres, a quien él también conocía, incluso bastante más que yo.

—Si me lo permites, Fernando, me voy a ir al entierro con unos amigos ahora mismo.

—Yo también iría, pero tengo cosas urgentes y una serie de visitas que ya no puedo avisar para que vengan mañana...

—Me voy, pues...

—¡Hala, no tardes en volver!

—En cuanto pueda, gracias...

A los pocos minutos estaba en la puerta del ministerio, y al llegar mis tres amigos, subieron al coche y emprendimos camino a Almoradí, donde llegamos a las cinco de la tarde, justo para poder asistir al entierro del eximio profesor, junto a todos nuestros docentes de la Facultad de Ciencias Económicas: Castañeda, Cotorruelo, Fuentes, Velarde, etc., que se vieron muy sorprendidos al ver la llegada de tropa tan juvenil.

Allí estuvimos para oír el responso que ofició un cura de la localidad que debía de ser amigo del finado. Dimos el pésame a la familia, saludamos a nuestros profesores que nos dieron vivas muestras de afecto, y salimos para volver a Madrid. Sólo al día siguiente, con gran sorpresa se enteró Fernando García Martín, mi jefe en el ministerio, de que el entierro había sido a cuatrocientos cincuenta kilómetros de la capital.

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