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1. CONCEPTO E IMPORTANCIA DEL RIESGO EN EL MARCO DE LAS ORGANIZACIONES

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Es claro que en todas las organizaciones, sean estas públicas o privadas, el factor común consiste en la formulación de metas y objetivos y en la búsqueda del cumplimiento de los mismos, y que la clave del éxito en este cometido se encuentra en la división y especialización del trabajo en conjunto, con una coordinación vertical y horizontal que permita la retroalimentación y el autocontrol con miras a la adopción de decisiones constantes para la adaptación de la estructura organizacional y de sus objetivos a la realidad dinámica y cambiante, y para replantear las estrategias diseñadas para el logro de los cometidos propuestos, o para rediseñar y cambiar estos, siempre en beneficio de la organización. Por ello, la ciencia de la administración y la teoría de la organización corporativa comprenden que la planeación estratégica, como herramienta fundamental del desarrollo empresarial, conlleva como elemento fundamental para su correcta estructuración y aplicación el tratamiento de las potenciales “contingencias” que de alguna manera pongan en peligro el plan de la empresa, en la medida en que la pérdida de cualquier tipo de valor es inaceptable cuando la misma pudo ser evitada o minimizada de haberse actuado a tiempo.

En este orden de ideas, el riesgo, como concepto general y en el marco de la teoría organizacional, se define como cualquier eventualidad que pueda impactar los objetivos de la organización, y respecto de la cual principalmente se ha podido calcular o presupuestar con un determinado grado de certidumbre su probabilidad de ocurrencia, así como su posible consecuencia; es decir, comprende las situaciones en las que se pueden enumerar todos los resultados posibles y se conoce la probabilidad de que estos se produzcan4. De lo que se trata, por tanto, es de estudiar todas las situaciones que dentro de lo previsible puedan afectar las metas propuestas para el cumplimiento de los objetivos trazados por la organización al impactar de manera directa y material las estrategias acogidas para su realización, con el propósito de tomar medidas dirigidas a atacar las causas de los resultados proyectados para que estos no se produzcan, o para reducir su factibilidad al mínimo necesario, o para mermar en la mayor medida posible el costo de las consecuencias que se ha previsto que dicha situación puede generar, mediante la adopción de acciones materiales y la provisión de fondos, e inclusive la transferencia de los impactos a un tercero a un costo razonable, con el fin de que cualquier desvío en el camino trazado pueda ser corregido, o por lo menos tolerado, dentro de un margen previamente establecido.

En consecuencia, es indiscutible que la gestión de riesgos debe incorporarse en toda la estructura organizacional, porque el riesgo, como efecto de la falta de información sobre la certeza del resultado de un evento determinado en los objetivos de la misma, es inherente a todas sus actividades, funciones y competencias, con lo cual impacta de manera directa a la misión de la organización en cuanto a su razón de ser, y a la visión de esta en cuanto a la potencial afectación de sus objetivos estratégicos.

Ahora bien, la gestión de riesgos en la actualidad parte de la visión del gobierno corporativo5, entendido desde la teoría de la administración como el sistema por el cual las organizaciones son dirigidas y controladas en sus dos estructuras de poder, la junta directiva y la alta gerencia, que deben actuar de manera coordinada para el éxito de la organización en su conjunto6. Es un concepto macro, que permite su adaptación a todo tipo de organizaciones, dentro de las cuales, por supuesto, se cuentan las estatales7, porque en todas ellas se presentan estas dos instancias y, por supuesto, sus problemas de coordinación y las conductas individualistas de sus integrantes llevarán indefectiblemente a resultados mediocres respecto de los objetivos propuestos, si es que no a la desaparición de la entidad por extrema ineficiencia.

En este sistema, la junta directiva se constituye en el componente estratégico de la organización, que tiene como función aprobar los objetivos, lineamientos y políticas de esta –entre los que se incluyen, por supuesto, los propios de la administración de riesgos–, y es la responsable de verificar que la gestión de riesgos se esté ejecutando de conformidad con las políticas establecidas, para lo cual debe apoyarse en un comité especializado en materia de gestión de riesgos. Por su parte, la alta gerencia, y las dependencias principales de la misma, se constituyen en el componente ejecutivo de la organización, y su función dentro de la misma consiste en ejecutar las acciones necesarias –planes, programas, proyectos– para materializar las estrategias de la organización, dentro de las que se cuentan, igualmente, aquellas relativas a la administración y gestión de riesgos.

Esta función organizacional del gobierno corporativo en materia de administración de riesgos puede darse de manera centralizada, esto es, bajo un modelo en el cual se crea una única unidad dentro de la organización en la que recae la responsabilidad de la gestión de los riesgos a partir del apoyo y asesoría que le brinde cada una de las unidades o departamentos dentro de la organización, o descentralizada, lo que implica que cada área de la estructura es autoridad y responsable de los mecanismos de gestión de riesgos, con lo cual la unidad de riesgos se convierte en el apoyo, como ente asesor y colaborador de cada departamento dentro de la organización, para el cumplimiento de las políticas de administración de riesgos.

Entonces, utilizando como herramienta de función organizacional el sistema de gobierno corporativo, podemos concluir que la administración o gestión de riesgos implica el diseño de actividades coordinadas para direccionar y controlar a una organización en relación con el riesgo, como elemento fundamental del proceso de planificación que requiere la misma para el logro de sus metas y objetivos, los que a su vez desarrollan su objeto social, esto es, la razón de su existencia. No puede hablarse de una correcta planeación estratégica en una organización, cualquiera que esta sea, pública o privada, sin administración de riesgos, pues, se insiste, los riesgos se refieren al impacto que puede tener la incerteza en el logro de los objetivos de la empresa.

En este orden de ideas, la administración de riesgos comprende el diseño de un sistema, esto es, la adecuada interrelación de todos los elementos necesarios para el cumplimiento de las metas organizacionales en atención a la realidad política, económica y social que rodea a la estructura, para lo cual debe contarse como mínimo con una política de riesgos (determinada por la voluntad de sus dueños con base en su posición frente a los riesgos), un proceso de gestión propiamente dicho (que implica la transformación de los riesgos inherentes y residuales, es decir, la intervención respecto de las probabilidades de ocurrencia o en el impacto de una determinada situación que se haya previsto que pueda afectar el logro de los objetivos trazados), la modelación de programas o técnicas específicas de control y/o mitigación que se implementarán en todos los niveles de la organización y, por supuesto, una estructura funcional que determine los deberes y responsabilidades de cada cargo en relación con los riesgos. Partiendo de estos elementos, las organizaciones pueden adoptar un sistema de gestión de riesgos preestablecido en cualquier norma técnica existente, o diseñar uno propio, pues lo importante es contar con un modelo eficiente y que se adapte al contexto y las necesidades particulares de cada empresa.

La razón fundamental de la asunción del concepto de riesgo en la teoría empresarial o corporativa, y de la necesidad de su administración, es elemental: buscar el máximo beneficio al menor costo posible, partiendo de la realidad fáctica de que, la mayor parte de las veces, no hacer nada para evitar las consecuencias negativas de un evento puede encarecer y hasta hacer inútil cualquier estrategia de la organización, mientras que, por el contrario, invertir en medidas de control y mitigación respecto de la ocurrencia o consecuencia de dichos eventos puede no solamente evitar el fracaso de las estrategias y, por ende, de los objetivos de la misma, sino también generar una ganancia adicional frente a aquello que en principio se consideraba un costo o incluso una pérdida para esta8.

Por último, debe tenerse en cuenta que como los riesgos impactan de manera transversal a todos los objetivos, metas, planes y estrategias de la organización, su administración y gestión debe comprender e involucrar a todos los niveles de la misma, con lo cual es necesario partir de un esquema general de tratamiento de riesgos que se origina en las percepciones de los directivos de ella y de los interesados. En esa medida, es importante que toda organización defina, como lineamiento general, cuál es su nivel de retención de riesgos, esto es, la cantidad de riesgo que está en capacidad de asumir (independientemente del mecanismo que utilice para ese fin), y con base en ello establezca su apetencia de riesgo, es decir, cuánta cantidad de riesgo está dispuesta a asumir dependiendo de si se es amante, neutral o adverso a los riesgos, determinando a continuación el margen de tolerancia del riesgo en cuanto a su efecto en la variación del cumplimiento de los objetivos propuestos; a partir de tales políticas generales, cada área o unidad de ejecución podrá desarrollar las acciones específicas en materia de riesgos en aquello que sea de su competencia.

En resumen, el riesgo es un aspecto inherente a toda organización, y como situación potencialmente lesiva de los intereses de esta, se hace necesario su tratamiento y gestión, por el simple hecho de ejecutar políticas de planificación, con el objeto único de buscar los mecanismo adecuados para el pleno desarrollo de la empresa o entidad en cuanto a su misión y visión. Se reitera, entonces, que no hay planeación eficiente ni efectiva sin gestión de riesgos, y que sin administración de riesgos no hay planificación que pueda funcionar.

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