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La Ley, la Promesa y la salvación

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Unido con la problemática acerca de la justificación/absolución por la fe y no por el mero cumplimiento de las obras se halla en Gálatas la cuestión de las funciones concretas de la Ley y su relación con la promesa hecha por Dios a Abrahán, ligada a la cuestión general de la salvación, de judíos y gentiles, pero especialmente de estos últimos. Por medio de una serie de argumentos de tipo personal Pablo defiende su manera de interpretar la Ley y su relación con la Promesa y la salvación (1,11-2,10). Y esta interpretación es su «evangelio» sobre la función del Mesías. Pero más importante en la carta son los argumentos en pro de la intelección del sintagma «salvación-Ley» que Pablo toma de las Escrituras judías tal como él las entiende. Estos argumentos son seis y en cierta medida son repetitivos.

El primero (3,6-9) defiende que Abrahán fue declarado justo por Dios simplemente porque creyó/confió en él. Su justificación tuvo lugar no por haberse circuncidado según la Ley..., sencillamente porque esta norma no existía aún. Es cierto que Abrahán se circuncidó, e hizo circuncidar a todos sus siervos; pero lo hizo después de haber recibido la Promesa y tomando la circuncisión sencillamente como sello o marca que iba a caracterizar a todos los miembros de su alianza con Dios que vinieran al mundo en el futuro. Una perspectiva ligeramente distinta la ofrece 3, 15-18: la promesa a Abrahán es anterior a la Ley. Ocurre aquí como con los testamentos humanos: un apéndice cronológicamente posterior no puede invalidar la esencia del testamento. La Ley no es más que una confirmación de la Promesa.

El segundo (3,10-14) argumenta que de hecho y en todos los casos es imposible cumplir la Ley completa. Por tanto, no puede conceder la salvación aquello que en la práctica es imposible de observar.

El tercer argumento (3,15-18) tiene como consecuencia una declaración importante: «No hay varón, ni mujer, porque todos vosotros sois uno en el Mesías, Jesús». Pero esta aserción es cristológica, escatológica, no sociológica. Para la mentalidad de hoy tiene un punto débil en la situación social de la mujer de la que no se ocupa nuestra carta. Por otras sabemos que Pablo mantiene que la mujer es secundaria respeto al varón (1 Cor 11,8 con cita de Gn 2,18-22); que el varón es «gloria de Dios y la mujer es gloria del varón» (1 Cor 11,3). Pero durante la breve existencia que resta en este mundo material, antes del fin, no hay por qué mudar, según Pablo, la diferencia de grado entre hombre y mujer, que es casi óntica, esencial.

El cuarto (3,19-29) es una variante del segundo: la Ley fue otorgada para tomar conciencia de que existe el pecado en el mundo desde Adán, y de que Dios, tarde o temprano tiene que poner remedio. Esto ocurre en la época mesiánica. Por eso dice «la Ley fue añadida en razón de las transgresiones». Pero esto es así con la condición de que se piense que la Ley no fue concebida por Dios para condenar, sino para tener una función pedagógica positiva, ofrecer un remedio doble al pecado —en especial al pueblo elegido, que tiene así una cierta ventaja sobre los gentiles—, caer en la cuenta de él y la posibilidad de expiación. La Ley proporciona un sistema de expiación de las transgresiones para que no se acumulen y puedan así ser perdonadas por la divinidad más fácilmente. Pero Pablo deja claro que el propósito divino, al menos de una parte de la Ley, no fue estrictamente «dar vida», sino «ordenar la vida» según la Alianza, evitando las transgresiones y protegiendo a Israel temporalmente, con oportunos pedagogos, hasta el tiempo del Mesías (v. 24), que es Espíritu que sí da vida (1 Cor 15,45).

El quinto argumento (4,1-11) defiende un hecho importante: la filiación divina no pertenece en exclusiva a Israel como pueblo elegido: el Mesías ha otorgado la filiación también a los gentiles, aunque adoptiva. Pero es sabido que esta tiene los mismos efectos que la natural.

Y el sexto (4,21-31) sostiene que los gentiles conversos son como Isaac, hijo legítimo de Abrahán, y no como Ismael, hijo de la esclava. Los judíos que no creen en el Mesías pasan de ser hijos de Isaac a serlo de Ismael.

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