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FUNDACIÓN DE LA COMUNIDAD DE CORINTO

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Por Hch 18,1 se sabe que Pablo salió de Atenas y viajó hasta Corinto durante su llamado «segundo viaje misionero» (50-52 e.c.). En esa ciudad encontró ya probablemente un pequeño núcleo de judeocristianos reunidos en torno a un matrimonio judío, cuyos nombres eran Áquila y Prisca/Priscila. Estos dos personajes se habían convertido al judeocristianismo en Roma, pero habían tenido que salir de la Urbe cuando el emperador Claudio expulsó a los judíos y a los judeocristianos (el Imperio aún no distinguía bien entre ellos) de la capital con el argumento de haber provocado incidentes de orden público, probablemente en el 49 e.c. Pablo vivió en Corinto con esta familia, practicó con ellos el oficio común de fabricante de tiendas y toldos, o quizás guarnicionero en sentido amplio, y se ganó así la vida durante un tiempo. Los sábados, Pablo frecuentaba la sinagoga, aprovechando la oportunidad de poder comentar las Escrituras en público para atraer hacia la fe en Cristo/el Mesías a los judíos y sobre todo a los temerosos de Dios, de acuerdo con su teología de la restauración de Israel, unida a la idea de la incorporación de algunos paganos al Israel mesiánico.

Cuando llegaron a Corinto Silas y Timoteo —dos de los ayudantes de Pablo que habían venido desde el norte de Grecia, de Filipos y Tesalónica, en donde habían visitado las comunidades paulinas fundadas anteriormente—, es probable que Pablo dejara de trabajar y se dedicara por entero a la predicación de la Palabra (Hch 18,5). La fe en Jesús como mesías/salvador se extendió pronto, siempre dentro de las minorías, quizás porque había un grupo previo de creyentes sobre el que pudo apoyarse Pablo. Tuvo este, sin embargo, problemas con algunos judíos de la ciudad, quienes se quejaron de él ante el procónsul romano, Lucio Galión, acusándolo de desórdenes de orden público y de propaganda religiosa ilegal en contra de la ley de Moisés, es decir, de dividir a la comunidad judía provocando altercados importantes. Pablo, sin embargo, fue absuelto (Hch 18,12-18) y su afán misionero continuó.

La comunidad de creyentes, relativamente amplia, quizás unos cincuenta o más, se dividió en grupos, quizás por estratos sociales, aunque la carta aducirá luego otras razones. La mayoría de los nuevos creyentes era de clase media baja, pues en 1,20 («¿Dónde está el sabio? ¿Dónde el letrado? ¿Dónde el polemista de este mundo? ¿Acaso no hizo Dios necedad la sabiduría del mundo?») parece Pablo referirse a la composición social de los miembros de la comunidad. En ella había también judíos de origen que habían sido ganados por un judeocristiano llamado Apolo (Hch 18,24-19,7; en la carta presente es nombrado siete veces), y quizás por Pedro mismo, que había dejado la comunidad de Jerusalén —o había sido invitado a marcharse—. No sabemos con exactitud el momento de la actividad de Apolo (¿y de Pedro?), pero ciertamente en un tiempo que media entre la estricta fundación (Áquila y Prisca), la intervención de Pablo —que aporta una nueva vitalidad a la misión ya emprendida en la ciudad por este matrimonio— y la escritura de la carta presente («Yo planté; Apolo regó; pero Dios hizo que creciera»: 3,6). Al parecer, Pablo predicó tanto en la ciudad como en la provincia romana, Acaya, de la que Corinto era la capital. En conjunto, su tarea debió de durar año y medio, según Hch 18,11.

Aparte de los mencionados judíos, el resto de los seguidores de Jesús en Corinto estaba formado por conversos desde el paganismo (8,7), que Pablo captaba entre los temerosos de Dios que merodeaban por la sinagoga, a los que se añadieron otros, afectos a los cultos de misterios. Estos últimos sobre todo eran probablemente individuos de elevada religiosidad, que aportaban a su nueva fe ciertas experiencias espirituales anteriores. No en vano Corinto, ciudad portuaria, era un hervidero de gentes diversas, entre las que tenían cabida múltiples cultos. Este hecho tendrá su importancia a la hora de entender las ideas de los seguidores de Jesús en esa ciudad, y cómo Pablo intenta corregir algunos errores —desde su punto de vista— surgidos en la nueva comunidad. Tales errores procedían quizás, por un lado, de ese trasfondo helenístico-pagano y de un comportamiento concorde con sus costumbres anteriores; y por otro, de una interpretación un tanto unilateral de la predicación misma de Pablo, tan encendida y entusiástica. Quizás no lo habían entendido suficientemente o exageraban el propio paulinismo.

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