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Dualismo paulino

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En esta carta Pablo manifiesta una concepción dualista típica de la apocalíptica, derivada en el fondo del platonismo vulgarizado, que afecta tanto a la idea del cosmos como a la moral y que se caracteriza por las numerosas contraposiciones entre espíritu/carne o cuerpo/espíritu, sobre todo al final de la carta: véase 1,11-16; 3,1-5; 5,16-17.22-25. Pablo no define qué es el espíritu, porque lo da por sabido. Es casi imposible distinguir en Pablo entre espíritu humano y divino (Gal 3,3 y nota). Carne: es un concepto amplio en Pablo, muchas veces utilizado por él. Puede significar: a) El ser humano en su existencia mundana, efímera, por su origen como tal ser y por su situación en una sociedad de seres humanos en la que vive (Gal 4,13; 2 Cor 12,7; b) Los bienes terrenos, pasajeros, como la comida y el dinero, denominados carnales (Rm 15,27 y 1 Cor 9,11); c) La naturaleza y conducta humanas en cuanto oposición y contradicción al Espíritu de Dios, o a Dios mismo (2 Cor 10,2 y 11,18). «Carne» unida a «sangre» significa ser humano por oposición a entidad divina.

El cuerpo (gr. sóma) nunca significa «cadáver» ni en Gal ni en el resto de las cartas, sino algo vivo que sirve al ser humano para actuar con otros tanto en funciones físicas como psíquicas (1 Cor 7,3-5; Rm 8,11). «Cuerpo» es utilizado por Pablo muchas veces en un sentido que llamaríamos normal o directo: la presencia corporal del ser humano (1 Cor 5,3). Para Pablo, y el judaísmo en general, no es admisible una noción negativa común del cuerpo propia de la espiritualidad de la religión griega, herencia del orfismo y que Platón difundió en sus diálogos, a saber, el cuerpo es negativo, una prisión o tumba del alma (juego de palabras en griego sóma/séma = cuerpo/sepultura). Pero puede considerarse que hay en Pablo una idea similar por influjo involuntario del platonismo: de hecho, Dios creó el cuerpo en la historia y en el tiempo del mundo presente (la edad o eón presente), por lo que el hombre está como dentro de la cárcel de la historia y la temporalidad terrenas. No puede liberarse para salir de esta dimensión, salvo en la época mesiánica en la que todo cambia... y el cuerpo también, pues se espiritualiza. El cuerpo puede ser un lastre (Rm 7,24).

Como el ser humano es cuerpo, ofrecer el cuerpo a Dios es ofrecer el ser entero del hombre (1 Cor 6,15; 12,27; Rm 12,1). Pero al tener cuerpo el ser humano, Pablo piensa que no es dueño completo de sí mismo, como podría parecer, pues este vocablo caracteriza más bien al hombre como ser sometido a fuerzas dominadoras que controlan todo el ámbito corpóreo, con permiso de Dios sin duda, pero a veces de modo misteriosamente contrario a su voluntad. Así, el cuerpo está dominado por el Diablo, el Pecado y la Muerte (Rm 7,8-13). El ser humano entero —no solo el alma y el espíritu— participan de la bondad de la nueva creación (Gal 6,15; 2 Cor 5,17). Este el fundamento de por qué es necesaria la resurrección corporal (pensamiento judío) y no basta con la inmortalidad del alma/espíritu (pensamiento griego: Hch 17,32). Pero esta resurrección corporal, del cuerpo, no es propiamente la resurrección de la «carne» (que no puede heredar la incorrupción: 1 Cor 15,50), sino del cuerpo espiritualizado (1 Cor 15); luego, hay entre carne y cuerpo cierta diferencia. El cuerpo es ahora carnal, pero tras la resurrección, será un cuerpo espiritual.

Finalmente, en la sección exhortativa de la carta, Pablo especifica cómo la vida social y religiosa de los gentiles convertidos al Mesías ha de regirse por la «ley del amor» o ley mesiánica, que permite llevar una vida llena de todas las virtudes, un «caminar en el espíritu» y no «en la carne», aunque obviamente sin necesidad alguna de someterse a esa parte de la ley de Moisés específica y temporal.

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