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La nueva cola

Hay ciertas etapas del crecimiento que vienen marcadas por cambios que, aunque no son repentinos, son muy rápidos durante un tiempo, y el gran cambio de Banner, que tuvo lugar a medida que iba abandonando los trucos y los hábitos que había aprendido de su familia felina y se iba convirtiendo en una ardilla de verdad, vino marcado por el crecimiento del pelo de su cola. Aunque esta siempre había sido larga y peluda, tampoco es que hubiera destacado hasta que llegó la luna de caza, la de octubre. Entonces, su pelo empezó a ser más largo y esponjoso, y los músculos de la cola se hicieron más grandes y fuertes. También por aquel entonces, comenzó con el hábito de alardear de aquel penacho esponjoso cada pocos minutos. Una o dos veces al día se peinaba la cola y se esforzaba por mantenerla seca y limpia. Él se podía manchar de fruta o de resina de pino, que no le importaba; pero en el momento en que se le ensuciaba con la aguja de algún pino, con musgo, con barro... lo dejaba todo y empezaba a lamer, a peinar, a limpiar, a agitar, a ahuecar... y a ahuecar de nuevo aquella preciada y preciosa extremidad hasta que volvía a estar esponjosa y ligera, en todo su esplendor.

Y eso ¿por qué? Pues porque, para la ardilla gris, la cola es como la trompa para el elefante o las manos para el mono. Es un don, una parte vital de su ser, el secreto de su vida. A la zarigüeya, la cola le sirve para balancearse; al zorro, para envolverse; y, en el caso de la ardilla gris, la cola es un paracaídas, una extremidad que le facilita el aterrizaje. Si la tiene en perfecto estado, puede caer desde cualquier árbol, desde la altura que sea, que seguro que aterrizará con facilidad, ligera, de pie.

Banner no tuvo que estudiar para aprender aquello. Era algo que llevaba interiorizado, pero no por lo que había visto cuando era un gato, ni paseando por el bosque, sino que se lo había enseñado la Madre de Todos, la que había construido su forma atlética y lo había bendecido con su guía interior.

Banner, historia de una ardilla

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