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¡¿soy un gato?!

El pequeño capa gris se desarrolló mucho más rápido que su hermano felino. El espíritu del juego se apoderaba constantemente de él y trepaba por la pierna de su madre una veintena de veces al día, se colgaba de sus dientes, de sus patas, de sus garras, se le montaba a la espalda y brincaba para subírsele por la cola en cuanto la gata la levantaba; y, cuando la ardilla cogió tanto peso que la cola no la aguantaba, el animalito bajaba por ella alegremente como si se tratara de un tobogán. El gatito nunca aprendió ninguno de aquellos trucos, pero era evidente que entretenía a la gata tanto como la vivaz ardillita expósita de cola larga —por la que, a decir verdad, la madre mostraba cierta preferencia—. Lo mismo pasaba con los habitantes de la granja y también con sus vecinos. El juguetón capa gris creció gracias a experiencias que eran extrañas a lo que le dictaba su instinto, desconocidas para los de su raza.

El gatito también creció y, a mediados de verano, se lo llevaron a una granja lejana para que se convirtiera en «su gato».

Para entonces, la ardilla estaba en su época adolescente y su cola empezaba a ensancharse y a convertirse en una enorme banderola beis con reflejos plateados. El animal vivía con la vieja gata y, en parte, lo que comía provenía del plato de esta. No obstante, había muchas comidas por las que él sentía fascinación, mientras que ella sentía repugnancia. En el granero había maíz, en el patio siempre había comida para gallinas y en el jardín había fruta. Como estaba bien alimentado y protegido, el capa gris creció mucho y con el pelo bonito, mucho más que el de sus hermanos salvajes, o por lo menos eso es lo que decía la gente de la granja. Ahora bien, él no sabía nada de eso, porque nunca había visto a los suyos. El recuerdo de su madre se había desvanecido de su cabeza, así que, por lo que a él respectaba, no era más que un gato con la cola muy tupida. Sin embargo, además de sangre y hueso, en su interior había un instinto heredado que, antes o después, se apoderaría de él y lo arrastraría para que se fuera con los suyos, con esos otros animales de cola argentada y amarronada.

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