Читать книгу Banner, historia de una ardilla - Ernest Thompson Seton - Страница 14
ОглавлениеEl enfrentamiento con el ojos de fuego
Amedida que la luna de nieve iba pasando poco a poco, muchos otros días fueron iguales que aquel. No obstante, uno de ellos permaneció en su memoria durante mucho tiempo. Banner había ido aquel día un poco más lejos, hasta otro bosque de nogales y pacanas y estaba cavando tan profundamente en la nieve que la cautela lo llevaba a salir a vigilar de vez en cuando. Y menos mal que lo hacía porque, en un momento dado, en un tronco caído cercano, vio un destello de color marrón y blanco. De pronto, el destello empezó a acercársele y Banner tuvo una instintiva sensación de miedo. Aunque el destello era pequeño, más pequeño que el propio capa gris, el diabólico fuego que ardía en sus ojos hizo que Banner temblara aterrorizado. La ardilla consideró que solo salvaría la vida si huía.
Así que empezó una carrera hacia uno de los árboles más altos, ¡y menuda carrera más igualada fue!, pero Banner daba saltos de casi dos metros y sus piernas se movían más rápido de lo que alcanza a ver el ojo humano. La profunda nieve, sin embargo, estaba siendo más inclemente con él que con su feroz enemigo, aunque consiguió alcanzar el tronco de un robusto roble y allí que subió, momento en que empezó a ganar algo de ventaja. La comadreja no cejaba, sin embargo, y fue subiendo, poco a poco, hasta las ramas más altas e incluso saltó al árbol de al lado. Banner era capaz de saltar más lejos que el ojos de fuego, pero también pesaba más que su perseguidor, así que tenía que saltar desde ramas más gruesas. De modo que como el ojos de fuego no tenía que recorrer sino la mitad del camino, sacaba tan buen partido de sus saltos como el capa gris de los suyos, y la persecución seguía y seguía.
Las ardillas sabias conocen muy bien todos los saltos que pueden dar en el bosque, los que les resultan más sencillos y aquellos que van a requerir que los músculos de sus patas se esfuercen al máximo. La pertinacia diabólica de la comadreja, que no quería renunciar a su presa bajo ningún concepto, llevó a Banner a trazar un plan. La ardilla pegó un salto larguísimo, con el que llevó al límite su potencia, desde el final de una rama grande que estaba rota. Seis saltos por detrás, a la carrera, llegaba el terror marrón. Sin pararse a pensarlo siquiera, Banner recorrió los casi dos metros con facilidad y aterrizó en la robusta rama de otro árbol... ¡pero la comadreja también decidió intentarlo! El animal sabía que cabía la posibilidad de no conseguirlo, así que se quedó parado un instante, se apoyó en las patas de atrás con todas sus fuerzas, rugió con los ojos más rojos y brillantes que nunca, se balanceó en un par de ocasiones, midió la distancia con la vista... y dio media vuelta, corrió por donde había venido, bajó por el árbol y corrió hasta el que había asilado a la ardilla. Banner, en silencio, saltó a una rama más alta y, cuando llegó el momento adecuado, regresó a la robusta rama del roble anterior. La comadreja, terca como un sabueso, corrió abajo y arriba para ver a la ardilla gris saltar nuevamente como si nada el golfo insuperable. La mayoría de los cazadores habrían desistido, pero la comadreja es obstinada como ella sola. Además, esta estaba muerta de hambre. El ojos de fuego se vio obligado a recorrer el largo circuito media docena de veces mientras que a la que pretendía que fuera su víctima le valía con dar aquel saltito de nada. Banner se fue confiando y dio con un plan que, pese a estar pensado únicamente para reírse de la comadreja, tuvo el efecto que tienen las mejores estratagemas cuando se ponen en práctica con éxito rotundo.
Cuando el pequeño terror de los ojos rojos volvió a aparecer corriendo por la rama del roble, Banner esperó... esperó hasta el último instante... y pegó un salto hasta la otra rama y, una vez allí, soltó un ladridito burlón: «¡Grf, grf, grf!» y estiró el cuello como burlándose de la pequeña furia. Aquello fue demasiado para la comadreja que, loca de rabia, decidió saltar, pero se quedó muy corta y cayó de cabeza algo más de veinte metros. Lo peor es que no cayó sobre la suave nieve, sino contra la dura raíz de un roble, lo que la dejó sin aire y la desproveyó de toda la crueldad que había demostrado hasta el momento y de las ganas de matar.