Читать книгу Banner, historia de una ardilla - Ernest Thompson Seton - Страница 22
ОглавлениеMala suerte en el hogar
Pocos días después, volvieron a tener otro visitante hostil, indeseable. Sucedió durante la hora de descanso mañanera tras el desayuno. El familiar «¡Clac, clac!» de un pájaro carpintero sonaba en una copa cercana. Luego su estimulante tamborileo sonó en una de las ramas muertas del árbol que ocupaban las ardillas. Un poco después oyeron como un débil rasguñar y, de pronto, el agujero que tenían encima lo oscurecieron la cabeza y los hombros de un gran pájaro que los observaba desde la abertura. El animal abrió su largo y afilado pico y soltó un sonoro y alarmante «¡Clap!», ante lo cual Banner pegó un salto hacia el invasor, dispuesto a enfrentarse a él. Pero no hubo pelea, porque el pájaro carpintero se retiró y voló hasta una de las ramas más altas. Pese a que el pájaro había levantado las plumas de combate y su amenazador pico parecía muy peligroso, no esperó a que Banner se le tirara encima. A continuación, se alejó en picado, agitando sus gloriosas alas amarillas y cacareando como si se mofase de la ardilla. Fue un incidente sin más, pero la seguridad de su guarida se había visto afectada por segunda vez.
Más tarde, tuvieron otro pequeño susto. El arrendajo azul, que es muy travieso y ruidoso, merodeaba alrededor de la granja y encontró en un alféizar un puñado de grandes castañas de Indias que el muchacho había recogido para lanzárselas a los gatos. De haber tenido hambre, el arrendajo se las habría comido, pero había tantísima comida que lo que lo motivó fue el instinto de almacenar. El pájaro estuvo a punto de lastimarse el pico con una de las castañas, pero acabó acomodándosela y partió en busca de un árbol hueco en el que esconderla, como es costumbre entre los suyos. Y el agujero que encontró resultó ser el de las ardillas. Su idea era mirar bien antes de dejar caer la castaña en él, pero era tan grande y pesaba tanto, era tan redonda y resbaladiza, que... ¡se le cayó del pico justo encima de la familia!, que, en aquel momento dormía. El morro de Banner fue el que se llevó la peor parte. La ardilla se incorporó a toda prisa de un salto, soltó un ronquido y se apresuró hacia la puerta. El arrendajo azul ya estaba a una distancia prudencial y soltó una de sus traviesas risotadas, «¡Tural, tural, jey, jey!», para burlarse de la ardilla y después huyó. Banner podría haberse tomado lo de la castaña como un regalo, pero solo podía pensar en que aquello demostraba lo expuesta que estaba su guarida. Algo habían hecho mal.
Más tarde, ese mismo día, el arrendajo azul hizo lo mismo con otra enorme castaña de Indias. Era evidente que en esa ocasión incluso disfrutó de la conmoción que causó la caída del fruto.
Un día después, sucedió algo todavía más inquietante. Un cachorrillo que caminaba sin rumbo fijo captó el olor de la guarida de las ardillas y «ladró» con tanta insistencia que dos chicos que comulgaban con el perro en lo divertido que era hacer todo tipo de maldades, se acercaron, localizaron el nido y se pasaron media hora tirándole piedras, y también al tronco, para ver si conseguían hacer salir a las ardillas.
Como es evidente, ni Banner ni Cola Argenta se asomaron siquiera. Esa es una de las enseñanzas más antiguas del bosque: «Cuando el enemigo está en pie de guerra, quédate quieto y fuera de la vista». Finalmente, los asaltantes y su colega de los ladriditos se largaron sin haber visto ni un pelo de las ardillas.
Aquel incidente no fue peligroso en sí mismo, pero caló en el cerebrito de Cola Argenta, que empezó a pensar: «Este nido está mal escondido y todas las criaturas hostiles acaban dando con él».
Hubo otro acontecimiento que precipitó que las ardillas se vieran obligadas a tomar una decisión, pero no sé si debería contarlo... puesto que no es nada pintoresco. Resulta que los nidos de las ardillas son terreno fértil para las alimañas: están llenos de hierba suave, de plumas y de algodón, todo ello ideal para convertirlos en el hogar de bichos de todo tipo. La infancia de Banner en la granja lo había familiarizado con las plumas y la lana, así que su contribución a la decoración de la casa había sido de esas que garantiza la plaga de parásitos. Como eso es algo que te cala en el nido de tu madre, donde huele a corteza de cedro y a hojas de sasafrás, ambas ricas en aceites acres, Banner no había aprendido que lo uno y lo otro son necesarios para mantener alejadas a las irritantes alimañas. ¿Entonces, aquello era culpa de Cola Argenta? A decir verdad, la corteza y las hojas purificantes eran escasas y ella era débil en comparación con Banner, con lo cual las contribuciones de él habían superado por mucho a las de ella y, claro, la vida en el nido había acabado siendo insoportable. La única solución era abandonarlo.