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El guardián se topa con un invasor

El lazo que le había unido con Cola Argenta había hecho que Banner permaneciera cerca de su pareja, si bien las advertencias de esta habían conseguido que no se acercara demasiado. Aun así, acostumbraba a llegarse al árbol en el que estaba su camada y esperar, por si pasaba algo, aunque no sabía qué. Fue así como un día oyó el crujido de unas ramas cercanas y, de súbito, vio un destello rojo. Un extraño se acercaba al árbol de árboles y a Banner empezó a hervirle la sangre. El capa gris saltó de una rama a otra por el camino que tan bien conocía, recorrió las zonas del tronco que tantas veces había subido y, como una sombra plateada, pronto estuvo en lo alto del árbol, donde se encontró cara a cara con la misma ardilla roja en cuyo territorio había entrado en una ocasión y de la que había huido. ¡Sin embargo, aquella situación era muy diferente! El cabezarroja se mofó de Banner y agitó su cola en llamas. Luego, empezó de nuevo con aquel «¡Largo! ¡Largo!» suyo y se preparó para luchar. ¿Se retiraría Banner también en aquella ocasión, como la vez en que había declinado combatir con aquel granuja? ¡En absoluto! En esta ocasión había una nueva energía que lo impulsaba a luchar, así que saltó hacia el bandido rojo y le clavó los dientes con todas sus fuerzas. Pero el cabezarroja también era un luchador, así que presentó batalla y le devolvió el mordisco. Se agarraron, lucharon, se mordieron y en un momento dado dejaron de hacer pie en la rama y cayeron al suelo. En el aire se separaron y tras aterrizar sin sufrir ni un rasguño enseguida volvieron a trabarse en combate, esta vez en el suelo. Sin embargo, el cabezarroja, que sangraba de varias heriditas, consciente de que no podía ganar intentó escapar y, de hecho, salió huyendo y encontró refugio en un agujero que había debajo de una raíz. Banner, sin aliento, con dos o tres cortecitos, subió al árbol desde el que Cola Argenta le había visto batallar.

No ha habido en la historia corazón femenino que no haya recompensado al paladín que lo ha salvado cuando este vuelve a casa victorioso —siempre que la sinrazón no se haya interpuesto, claro—. Para aquel momento, en cualquier caso, los pequeños, que ya habían abierto los ojos y habían dejado de ser meros pedazos de carne, ya se habían convertido en ardillitas peludas. Era hora de que el padre se reuniera con su familia.

Imbuido del instinto de unión que sigue a un combate, Banner se acercó a la puerta de su casa, donde se encontró con su compañera, bigotes con bigotes. Cola Argenta le lamió el hombro herido, y cuando entró en su guarida no impidió que la siguiera. Una vez dentro, Banner toqueteó con el morro a su camada para que los bebés se hicieran con su olor, igual que una mujer que acaba de dar a luz hunde la nariz en el cuello arrugado de su recién nacido, y luego se acurrucó junto a los cuatro y la familia, que volvía a estar reunida, se quedó profundamente dormida en la única cama del nido, una cama de matrimonio.

Banner, historia de una ardilla

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