Читать книгу Comentario al texto hebreo del Antiguo Testamento - Job - Franz Julius Delitzsch - Страница 36
1, 16–19. Los tres siguientes mensajeros
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16Aún estaba este hablando, cuando vino otro, que dijo: — Fuego de Dios cayó del cielo y quemó a ovejas y a pastores, y los consumió. Solamente escapé yo para darte la noticia. 17Aún estaba este hablando, cuando vino otro, que dijo: — Tres escuadrones de caldeos arremetieron contra los camellos y se los llevaron, y mataron a los criados a filo de espada. Solamente escapé yo para darte la noticia. 18Entre tanto que este hablaba, vino otro, que dijo: — Tus hijos y tus hijas estaban comiendo y bebiendo vino en casa de su hermano el primogénito, 19cuando un gran viento se levantó del otro lado del desierto y azotó las cuatro esquinas de la casa, la cual cayó sobre los jóvenes, y murieron. Solamente escapé yo para darte la noticia.
1, 16. Segundo mensajero. El fuego de Dios no es la expresión más adecuada para evocar el Samûm/Simúm (Schlottmann), aquel viento del destino que mata de repente a hombres y bestias, aunque empieza presentando ciertos fenómenos atmosféricos que pueden entenderse en esa línea, pues el cielo aparece primero con un color amarillo, que toma después un tono plomizo y que se extiende rápidamente por toda la atmósfera, de manera que el mismo sol del mediodía se convierte en rojo muy oscuro. El escritor no ha podido referirse al relámpago (como piensan Rosenmüller, Hirzel, Hahn), sino a un tipo de lluvia de fuego y de azufre, como la que cayó sobre Sodoma y Gomorra (cf. 1 Rey 18, 28; 2 Rey 1, 12).
1, 17. Tercer mensajero. Sin ninguna autoridad, en esta mención a los caldeos, Ewald ha visto una indicación de que el libro ha sido escrito en el siglo VII a. C., cuando bajo el reinado de Nabopolasar los caldeos empezaron a heredar el poder de los asirios. Siguiendo a Ewald, Renan observa que los caldeos aparecieron al principio como ladrones merodeadores en torno al tiempo de Ozías. Pero en el Génesis hallamos una referencia a los primitivos caldeos semitas entre las líneas de montaña que se extendían hacia el norte de Asiria y de Mesopotamia. Más tarde hallamos a los Caldeos de Nahor, de Mesopotamia, cuya existencia puede trazarse hacia atrás, hasta los tiempos patriarcales y que eran lo suficientemente poderosos en aquel tiempo como para hacer una incursión en Idumea8. Para atacar así se dividían en varias ראשׁים, cabezas, multitudes, bandas (en dos, Gen 14, 15; en tres, en Jc 7, 16; 1 Sam 11, 11; o en cuatro, en Jc 9, 34). El verbo פּשׁט (cf. Jc 9, 33) es la palabra adecuada para indicar el ataque de ese tipo de banda, sea para saqueo, sea para venganza. En לפי־חרב, al filo de la espada, la lamed (ל) indica un acusativo de modo.
1, 18‒19. El cuarto mensajero. En vez de עוד, aquí tenemos עד. La primera partícula está indicando continuidad en el tiempo, la segunda continuidad en el espacio, pero ambas se pueden intercambiar. Aquí aparece עד con el sentido de “mientras”, y se construye con participio, como en Neh 7, 3; cf. también Job 8, 21; 1 Sam 14, 19; Jon 4, 2. La expresión “del otro lado del desierto” tiene aquí el sentido de “lo más alejado del desierto”. הנּערים son los hijos jóvenes y las hijas de Job, conforme al uso epiceno de נער en el Pentateuco (jóvenes y doncellas).
De esa manera, en un solo día, Job queda privado de todo lo que para él constituía el don de Yahvé: sus rebaños, y con ellos sus siervos, a los que él no considera simplemente como objetos de su propiedad, sino a los que él ama también con un corazón tierno (Job 31). La pérdida final es la más dura, la que afectaba a sus seres más queridos, que eran sus hijos. Satán se ha servido de elementos naturales y de personas para destruir, en varios golpes, las posesiones de Job.
No es nada sorprendente que Satán utilice a hombres y naciones para realizar obras hostiles (cf. Ap 20, 8); pero aquí se le atribuyen también el fuego de Dios y el huracán, como si él (Satán) pudiera manejarlos. ¿Es esto pura poesía ficticia o es verdad? Lutero, en el Gran Catecismo, pregunta 4, dice: “El diablo causa lucha, asesinato, rebelión y guerra, también rayo y relámpago con granizo, para destruir la cosecha y el ganado, para envenenar la atmósfera, etc.”. Este es un pasaje del credo que ha sido ridiculizado a menudo por los racionalistas. Pero su mensaje es correcto si se interpreta de acuerdo con la Escritura y no de un modo supersticioso. Tanto en los hombres como en la naturaleza, desde el momento de la caída, están actuando dos poderes diferentes: la ira divina y el amor divino; la mezcla de ambos es la esencia del mundo presente. Cualquier cosa que sea destructora para la naturaleza y todo lo que brote de ella, con todo lo que lo que se muestre como destructor y fatal para la vida del hombre, constituye una manifestación externa del poder de la ira de Dios. Satán se ha fortificado o fundamentado a sí mismo en ese poder, de manera que él es capaz de utilizar todo lo que está en el fondo de la naturaleza, en la medida en que Dios se lo permite, al servicio de su designio principal de salvación (cf. Ap 13, 13; 2 Tes 2, 9).
Satán no tiene poder creador. El fuego y la tormenta por medio de lo cual actúa son de Dios. Pero él puede “excitar” esas fuerzas, de un modo hostil, en contra de los hombres, pues él mismo se ha convertido en instrumento del mal. Algo semejante sucede en la “demonocracia humana”, cuya esencia consiste en que el hombre se ponga al servicio de los poderes ocultos de la naturaleza, en la línea del mal.
Satán es el gran engañador, y así se ha manifestado a sí mismo ya en el paraíso, y lo hará en la tentación de Jesucristo. Tanto en la naturaleza externa como en la vida de los hombres hay una combinación de fuerzas contrarias, y Satán sabe cómo desencadenarlas, porque están bajo la esfera de su dominio especial. En esa línea, todo el curso de la naturaleza, en la lucha e intercambio de sus fenómenos, está sometido no solo a unas leyes abstractas, sino también a unos poderes sobrenaturales concretos, tanto buenos como perversos.