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I. A MODO DE PLANTEAMIENTO GENERAL 1. LAS DUDAS INICIALES Y EL FELIZ DESCUBRIMIENTO POR LA UE DEL EXCEPCIONAL PAPEL (MULTIFUNCIONAL) DE LAS ENERGÍAS RENOVABLES

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Para hacer frente a la “emergencia climática”, que constituye el “mayor desafío que ha enfrentado el género humano”1, y que, sin ambages es calificada recientemente por la UE como “la amenaza existencial que supone el cambio climático”2, las energías renovables han terminado por alcanzar el papel estelar, que probablemente no era el que estaba previsto como determinante hasta hace escasas dos décadas3. Ese papel o ese protagonismo, de momento en la Unión Europea, que refuerza de esta forma el liderazgo mundial en la transición hacia la neutralidad climática4.

El que las energías renovables hayan terminado por imponerse en la lucha contra el cambio climático, a pesar de no constituir la solución inicial más efectiva es una afirmación de algunos de los más reputados expertos. Entre ellos del Premio Nobel de Economía en 2018 W. NORDHAUS5 –que obtendría tan preciado galardón por “haber integrado el cambio climático en el análisis macroeconómico a largo plazo”– al reconocer cómo en ausencia de grandes consensos sobre las propuestas de acciones más eficaces y eficientes para contrarrestar el calentamiento global, en particular las relacionadas con la reducción de las emisiones vía impuestos o mercados de derechos, las decisiones políticas han girado hacia otros enfoques alternativos (evitando de ese modo las resistencias sociales ante el aumento de coste de los bienes y servicios energéticos, o al menos compatibilizándolas, como en el caso de la Unión Europea, que aumentaría el precio del carbono a través del Reglamento de Comercio de Derechos de Emisión)6.

Esos otros enfoques, más allá de los mercados de derechos de emisiones o de los impuestos al carbono, los han encontrado todos los países –o al menos los avanzados– en la regulación de una mayor eficiencia energética en diferentes sectores y en los subsidios a las tecnologías verdes que, incluyen asimismo los incentivos fiscales, que facilitan, entre otras, la generación de energía renovable con la que reducir sus emisiones y al tiempo la dependencia energética del extranjero; y en el fomento a través de los programas especiales de I+D del uso de nuevas tecnologías bajas en carbono con los que acelerar la transición hacia un planeta más sostenible7.

Sin perjuicio de entender que medidas como las indicadas parezcan de sentido común, advierte que “en la práctica resultan ser ineficaces para frenar el calentamiento global”. Al respecto, las valora como soluciones complementarias, pero no sustitutorias ya que “el problema central es que hablamos de soluciones que requieren enormes desembolsos, pero tienen impactos mínimos en el saldo total de emisiones de CO2 y otros GEI”. Desmitifica en ese sentido el optimismo excesivo que despertó la firma del Protocolo de Kyoto así como el pesimismo absoluto que produjo la expiración del mismo a finales de 2012, y la vía alternativa que a su juicio ponen de manifiesto los acuerdos que centran la clave de la descarbonización en el fomento de la eficiencia energética y las nuevas tecnologías. Para lograr aminorar el aumento de las temperaturas queda la esperanza de que “la única respuesta válida pase por un cambio revolucionario en las tecnologías energéticas”, que permitiera que “las actividades con poco carbono o incluso con carbono negativo sean tan baratas que puedan reemplazar el uso de combustibles fósiles de forma relativamente sencilla. Se trata, pues, de conseguir descensos acusados en los costes de la energía renovable o de descubrir y desarrollar nuevas tecnologías que actualmente no están aplicándose de forma generalizada”.

Los desafíos y las opciones de esta estrategia son analizados en detalle8, y aquí no vamos a detenernos en explicitarlos, baste señalar que a la fecha de edición de esta obra (original publicado en 2013), el autor entendía que el viento es la única tecnología madura baja en carbono, si bien sus rendimientos son un 50 por ciento más caros que los de las tecnologías comparables en funcionamiento. Y, por otra parte, advierte de que la transición a un futuro bajo en carbono requerirá tecnologías nuevas y no probadas o fórmulas existentes pero costosas, y aunque las opciones más atractivas, a priori, son las fuentes de energía renovable como la solar, la eólica y la geotérmica, en la mayoría de los países estas fuentes resultan mucho más caras que el empleo de los combustibles fósiles, de modo que si ha crecido su uso ha sido, principalmente, debido a importantes subsidios. De ahí que sostenga que “sin mejoras significativas en sus precios, reemplazar los combustibles fósiles por energías renovables supondría un gasto enorme”.

El protagonismo de la generación de energías renovables para reducir las emisiones, al margen de lograr otros objetivos fundamentales que rebasan los ambientales y/o climáticos, y constituir en la actualidad una de las piedras angulares de la acción por el clima, se lo viene otorgando desde principios de este siglo, la sucesión de normas comunitarias que, dejando ahora al margen otros antecedentes, inician las Directivas del conocido como primer paquete normativo9. Desde la UE han partido las grandes iniciativas y en esas instancias hallamos la vanguardia decidida a lograr la reducción de emisiones y cumplir los compromisos internacionales, sustentando los progresos al respecto en la utilización generalizada de dichas energías, como gran palanca para conseguir la descarbonización del subsector energético (pero no sólo) y de paso obtener otros múltiples efectos socioeconómicos, igualmente valiosos.

La estrategia iniciada hace dos décadas está demostrando ser efectiva, según parecen demostrar los datos, merced a cambios vertiginosos, que tienen bastante de desesperados, tal vez como reacción a tanta inacción previa, aunque no sea tan evidente que los resultados por ambiciosos y espectaculares que sean, vayan a ser suficientes para conseguir reducir significativamente el calentamiento global. Desde luego tienden a confirmar los planteamientos adelantados por el Premio Nobel, en tanto el fomento de dichas energías y de las nuevas tecnologías en general está reduciendo el saldo total de emisiones de GEI (de forma o no relevante, en relación con los desembolsos públicos, no lo sabemos valorar), y está produciendo un cambio revolucionario con el paulatino descubrimiento y desarrollo de tecnologías, con avances permanentes tanto en la mejora tecnológica de las mismas (aumento de la eficiencia y capacidad de generación de las células fotovoltaicas sin aumentar su tamaño, las baterías, los procesos híbridos, etc.), como respecto a tecnologías nuevas (captura de carbono) o nuevos combustibles limpios como el hidrógeno verde10 (que también nos permite suponer que es debido a los descensos acusados de los costes de aquellas energías).

La UE se puede permitir esa transformación y alcanzar a ser una “isla descarbonizada” en el planeta, con o sin la mala conciencia debida a, entre otras circunstancias no baladíes, el hecho de que el sector energético sea el responsable esencial de emisiones de GEI11. Como se puede permitir la puesta en marcha de un Instrumento Europeo de Recuperación (“Next Generation EU”) por valor de 750 000 millones de euros en precios constantes del año 2018, a distribuir mediante distintas fórmulas entre los Estados previa aprobación nacional de los respectivos Planes de Recuperación, Transformación y Resiliencia12, o el futuro fondo social de 72.000 millones de euros en el período 2025-2032, incluido en el proyecto de plan para paliar el impacto debido al encarecimiento del suministro energético sobre los ciudadanos13 Es el privilegio que otorga la pertenencia a las sociedades más desarrolladas, que pueden realizar ese esfuerzo y al tiempo mantener –mejorándolo ambientalmente– el sistema productivo y de consumo, esto es, el crecimiento económico dentro del modelo aceptado de desarrollo sostenible (renovado por los actuales acuerdos internacionales)14. Un crecimiento económico que ha de estar “disociado del uso de los recursos”15, y que como señala el citado Reglamento (UE) 2021/1119 (conocido en su momento como Proyecto de Ley Europea del Clima), permite a su vez disociarlo de las emisiones de GEI, poniendo como ejemplo que esas emisiones en la UE disminuyeron un 24% entre 1990 y 2019, mientras que la economía creció un 60% durante el mismo período, gracias al marco regulador de la Unión y de los esfuerzos realizados por el sector industrial16.

Más aún, con las inversiones en energías renovables se está logrando el “milagro” de mejorar la seguridad en el abastecimiento de energía eléctrica y al tiempo reducir la dependencia energética, dimensiones esenciales para cualquier Estado y no menos relevantes para la Europa comunitaria, como es bien conocido17, aun cuando en ese punto carezcamos de datos fiables. Si, al margen, además, es posible mejorar la eficiencia energética y disminuir el consumo de energía primaria y también resulta factible aumentar el empleo y facilitar la cohesión social, estas políticas presentan una extraordinaria coherencia. Poco importan si priman más o menos unas u otras claves de esas políticas, y menos todavía el hecho de que no sean únicamente las climáticas. Constituyen acciones que tienen la virtud de producir efectos o resultados múltiples pero convergentes, disponiendo de medios con esa doble idoneidad (aumentar el crecimiento económico e industrial y reducir las emisiones).

¿Olvidamos, tal vez, que podrían reducirse más las emisiones con menos crecimiento económico?18Al hilo de esa interrogante, se puede cuestionar que la UE esté desarrollando todas las políticas e impulsando todas las medidas que están a su alcance (en particular las más contundentes como el aumento de las tasas por emisiones u otras políticas como las relacionadas con los procesos industriales19), y que resultarían pertinentes desde un planteamiento más exigente, razonable y aceptable de sostenibilidad. Parece más bien que las acciones son las más convenientes desde la perspectiva doméstica, y que a la postre se trata de sustituir los combustibles fósiles por fuentes de energía renovable para seguir creciendo y consumiendo en los mismos términos, sobre todo cuantitativamente. De ahí que sea lícito pensar en la paradoja del Gatopardo de que para que todo siga como está es necesario que todo cambie.

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