Читать книгу España, una nueva historia - José Enrique Ruiz-Domènec - Страница 47

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Edad Media, la palabra aún provoca debate: época oscura de la historia, en medio de dos luminarias de gran intensidad, el mundo clásico y el Renacimiento o, por contra, época dorada de los mitos y sueños de una cultura alternativa, fondo misterioso en cuyas fuentes anidan los buscadores de las raíces más perdurables de la identidad de los pueblos europeos. Sea como sea, se trata de una época de cruce de culturas y de religiones, de encuentros y choques a menudo calificados con poderosos conceptos históricos como Reconquista o cruzada. El mundo moderno ha imaginado, y por eso mismo ha reconstruido, en diversas ocasiones y de diversos modos la Edad Media; lo hizo a finales del siglo XVIII al calor del espíritu que anidaba en la mente de influyentes escritores como Horace Walpole o Walter Scott, y lo hizo sin duda al calor del neogótico, y su secuela ulterior, el modernismo, cuando se pensó en aquella época como el origen de las naciones europeas antes de ser malogradas por la formación del Estado a finales del siglo XV.

Época cruel para unos, a la que se le atribuye una formación social compacta, jerárquica y represiva, el feudalismo; época de esperanzas abiertas para otros, de los sueños de libertad urbanos, de la cultura cortesana, del arte románico y gótico, de los horizontes abiertos por la actividad comercial y el capitalismo mercantil, del nacimiento de las lenguas romances y de la literatura neolatina. Entre tales extremos siempre es difícil encontrar el punto de equilibrio, y mucho más en el caso de la península Ibérica, con sus civilizaciones diferentes, a veces incluso opuestas, y con el hecho singular de la cultura de frontera entre el mundo islámico y el mundo cristiano. El paisaje se configuró a partir de la memoria que ese hecho trajo consigo. Todavía hoy quedan las huellas de aquel tiempo a veces difícil de interpretar, otras sencillamente objeto de la imaginación creadora de la gente. Aproximarse a esta época nos pondrá delante de un sentimiento de pertenencia que ha configurado, y configura, nuestras decisiones, como si en ese pasado hubiera algo que fuera para nosotros semejante a la vida misma, fascinante a la vez que convulso.

La Edad Media española ha sido siempre una época de referencia, independientemente del color político e ideológico de quien la afrontara. Se han visto en ella rasgos tan característicos que durante años se estudió al margen de la historia europea y mediterránea de la que formaba parte indesligable; incluso se discutió a fondo si categorías de uso habitual entre los historiadores como feudalismo eran aplicables a sus formas sociales, económicas y políticas. Se insistió mucho en el fenómeno calificado en algún momento de Reconquista, es decir, la expansión militar de los reinos cristianos, y de Repoblación, es decir, las diversas fases y formas de ocupación del suelo. La importancia por tanto de al-Andalus en el devenir histórico de España coincide con la Edad Media y eso también afecta a los reinos que se levantaron en armas. Desde Galicia a Cataluña, los reinos de León, Castilla, Navarra, Aragón y el condado de Barcelona construyeron modelos políticos bien diferenciados, aunque coincidentes en dos cuestiones básicas: todos eran cristianos fieles a la doctrina de Roma (los pocos casos de disidencia fueron rápidamente reprimidos) y todos compartían el deseo de expandirse a costa de los musulmanes. Por ese motivo establecieron alianzas matrimoniales a lo largo de los siglos, buscando la manera de unificar criterios y fuerzas en esa lucha. No siempre lo consiguieron, es verdad, pero fueron mayores los motivos de consenso que de discordia.

La Edad Media española comienza con dos hechos en una fecha difícil de olvidar, el año 711: la invasión árabe-bereber y la batalla de Guadalete. Quizás sea esta una de las fechas más famosas, y de los hechos más debatidos, al menos de los que más se recuerdan en los momentos críticos, que suelen ser los más abundantes.

España, una nueva historia

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