Читать книгу España, una nueva historia - José Enrique Ruiz-Domènec - Страница 59
GUERREROS Y CAMPESINOS
ОглавлениеComparado con los emires de Córdoba, Alfonso II (c. 791-842), Ramiro I (831851), Aznar Galindo (809-839) o Wifredo el Velloso (870-898) son el otro camino de la política, la otra manera de hacer productivo (y útil) el legado hispanogodo. La figura de Santiago, apareciendo en su caballo blanco en la batalla de Clavijo, guiaba a los muchos y sucesivos caudillos cristianos incapaces de combatir a los musulmanes. La Crónica Albeldense, terminada entre 881 y 883, empapó la psique difusa con un nuevo líquido ideológico. Prodigiosas victorias sobre los sarracenos, sumisión de los tiranos, repoblación de las tierras yermas del Duero son los elementos que explican la restauración de la legitimidad visigoda. Los emires de Córdoba eran los enemigos primordiales en tanto que principales rivales en hacer fructificar el pasado en la umma que se había convertido el viejo reino de Toledo.
A mediados del siglo IX, el monopolio político de los eclesiásticos se resquebrajaba. La primera figura de un rey comenzó en Asturias, concretamente en Oviedo, y se extendió por las comunidades vecinas, llegando en poco tiempo a Pamplona. ¿Por qué ocurrió una cosa así? Sin duda tiene que ser relevante el hecho de que por esas mismas fechas se iniciara un cambio en la táctica militar característica del estilo de los «caballeros», cuya imagen podemos ver en las miniaturas de los Beatos. El predominio de la infantería en la guerra entró en un largo eclipse. Los hoplitas griegos, las falanges macedonias, las legiones romanas o los francos de Carlos Martel habían sido soldados de infantería, cuyos jefes optaron siempre por la batalla de choque y no por la guerra de incursiones. Los caballeros preferían lanzarse al galope para lancear al adversario o disparar flechas con un arco gracias a la aparición del estribo, que les permitía dirigir la montura sin necesidad de utilizar las bridas. Al principio no llevaban protección en la cabeza y la cota apenas era un jubón acolchado que se extendía hasta los pies. Se desarrollaron nuevos tipos de combate distintos al habitual hasta entonces y, lo que es más importante, el soldado de infantería perdió cada vez más peso; se convirtió en una pieza de segundo rango. Los jinetes nobles tuvieron la primacía en las expediciones a la frontera, dando paso a la aparición de los campeadores en los duelos singulares: la nobleza recuperó el protagonismo de los combates librados en el campo de batalla.
El elemento decisivo en este cambio de táctica de la caballería fue la espada larga de doble filo, posible gracias a una revolución metalúrgica que situó a los herreros en una posición relevante en la sociedad. Existen testimonios suficientes que relacionan la aparición de los guerreros a caballo con las campañas de Alfonso III y su hijo Ordoño II en la frontera del Duero, donde los nuevos caballeros alcanzaron fama y honor. En cada nueva aceifa se hacía visible la presencia de esos caballeros, infanzones o no, encumbrados en una silla jineta de borrenes muy altos, con un escudo redondo pintado y la ancha espada al cinto y la robusta lanza en la mano. Algunos llevan tocado y una especie de pañuelo ondeando al viento. Una vez que los guerreros astures empezaron a luchar como caballeros, sus vecinos no tuvieron más remedio que imitarlos; una necesidad semejante obligaría siglos más tarde a los caballeros a adoptar, aunque fuera a regañadientes (era muy cara), la cota de mallas de anillos y la lanza larga.
La nueva táctica de los caballeros tuvo unas consecuencias sociales comparables a la adopción de la infantería en las ciudades griegas. La irrupción de los caballeros no supuso la creación de un orden social aparte, ya que no habrá ejército profesional hasta el siglo XV; esos nuevos guerreros a caballo aspiraban a formar parte de la nobleza: naturalmente los que no lo eran ya por nacimiento, lo serían gracias a su destreza con las armas, al éxito en las campañas y al botín. La nueva táctica supuso también un cambio en la conducta moral de la guerra y obligó a dedicar cada vez más tiempo al ejercicio de las armas y a un control de los campesinos, que eran quienes costeaban con su esfuerzo las brillantes cabalgadas. Una causa concomitante de este cambio fue la lucha de facciones de la nobleza. A medida que aumentaban las aceifas, con sus reuniones del consejo de barones y sus largas fiestas de bebedores, se fueron creando un espacio y un tiempo para el intercambio de insultos entre las pandillas de nobles rivales y para el resentimiento entre aquellos a los que el rey no había concedido un determinado honor o una determinada misión. Los nobles y los caballeros tenían plena libertad para decir todo lo que se les antojara, y hubo necesidad de ajustar las leyes para la calumnia o el maltrato físico entre ellos o hacia algún miembro de la familia, en particular las mujeres. La Iglesia trataba de canalizar esos impulsos agresivos creando ceremoniales como el cortejo que llevaba a los nobles y a los caballeros del palacio a la catedral para ser bendecidos. El rey imploraba la ayuda de Dios en la campaña con el fin de controlar las calzadas que les conducirían a las fortalezas moras de la frontera. Ante esa situación, las pandillas reconsideran su actitud y forman un grupo compacto hasta la hora del ataque.