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5 711, LA FECHA Y LOS HECHOS: LA INVASIÓN ÁRABE-BEREBER Y GUADALETE

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Vuestro mando, según digo

llamemos a Dios loado

por juntar lo derramado

que perdió el rey don Rodrigo.

Y a vosotros, subcesores

destos reinos herederos

llamémoslos juntadotes

con nonbre de emperadores

sin que España se perdiera

por el conde don Julián.

ANTÓN DE MONTORO, Cancionero

El año 711 es una fecha importante en la historia de España; también un hito en la memoria social. ¿Hasta qué punto compartimos a comienzos del siglo XXI el sentir tradicional sobre la invasión árabe-bereber de 711 y sus efectos en la historia de España? Como es natural, hoy se conocen mucho mejor los detalles de aquellos siete días, del 19 al 26 de julio, en los que se decidió el futuro del reino visigodo. Aun así, todavía me sorprende las cosas que se suelen decir sobre este hecho relacionándolo con la situación internacional creada tras el ataque a las Torres Gemelas de Nueva York en septiembre de 2001 y lo rápido que dejamos de lado la capacidad crítica gracias a ese afán irrefrenable de la comparación de épocas y situaciones que nada tienen que ver entre sí. Los buenos y sólidos maestros que analizaron las crónicas que de algún modo se hicieron eco de la invasión contenían toda la prudencia y circunspección de un hecho con muy pocas huellas en el terreno y escasa presencia en los documentos de archivo; a pesar de su maestría técnica e intelectual, a la que pocos se resisten en el caso de Evariste Lévi-Provençal por ejemplo, existían puntos oscuros que fueron tema de una aproximación literaria. En 1970, el novelista Juan Goytisolo publicaba Reivindicación del Conde Don Julián, donde seguía instintivamente la figura de este personaje, que durante siglos recibió el calificativo de traidor. Precisamente por entonces los arabistas buscaban pruebas de su existencia más allá de los relatos cronísticos, y comenzaban a revisar a fondo el 711. El asunto se animó con la aparición de la versión española del libro de Ignacio Olagüe Les Arabes n’ont jamais envahi l’Espagne (1969), con el título La revolución islámica en Occidente (1974), donde se cuestionaba resueltamente el mismo concepto de invasión (por cierto que en 2004 se reeditó la obra en Córdoba por la editorial Plurabelle a cargo del gobierno de Andalucía). Esta propuesta favoreció el interés por la figura de don Julián y la leyenda a él adscrita. En efecto, de entre todos los protagonistas del 711, quizás ninguno vivió de un modo más enigmático e invisible para la posteridad que don Julián, ya que la suya fue una actitud revestida del aire de los perdedores; y por ese motivo, en cierto modo, se puede decir que el enigma afecta a su propia identidad: aún se discute si fue un conde godo, un funcionario bizantino o un jefe bereber. Puesto que la leyenda recubrió la realidad histórica, la curiosidad sobre sus actos salpicaba más su nombre que sus ideas políticas. ¿Por qué hizo lo que hizo? Don Julián ha sido desde siempre el ejemplo perfecto del traidor, es decir, del individuo que por motivos personales entra en connivencia con el enemigo. Para un alma inmensamente sensible como, al parecer, era la suya, el estupro de su hija por don Rodrigo fue motivo suficiente para la venganza, al tener que elegir entre el honor familiar mancillado y el destino de su patria, mucho más que su afinidad con la familia de Vitiza, cuyos herederos se mostraron abiertamente favorables a la ayuda de las tropas bereberes en su querella con el último rey godo. También resulta enigmático saber de dónde era señor o gobernador. Ceuta ha sido la ciudad más veces citada, aunque recientemente se propone Cádiz, de modo que el topónimo árabe al-Chazira al-Jadra se considera una arabización de la isla de Gadeira, es decir, la isla de Cádiz, más que una referencia a Algeciras. Las crónicas y los cancioneros dan vueltas sobre el personaje y su acción. Hoy, sin embargo, nos tomamos la invasión árabe-bereber del 711 de otra manera, convencidos de que realmente se produjo, o como reza el capítulo de un libro de Pierre Guichard «los árabes sí que invadieron Hispania», aunque los cronistas sean poco fidedignos en detalles y cronología.

El hecho del 711 se encuentra apresado en dos posturas opuestas pero curiosamente similares. La primera postura, muy familiar a los lectores habituales de libros de historia, es la autosatisfecha idea de que España era el único rincón del globo en el que el islam perdió una guerra secular, una guerra calificada intencionadamente de Reconquista, y que duró ocho siglos, justamente hasta la toma de Granada por los Reyes Católicos; idea que no tenía en cuenta ni Sicilia, ni los Balcanes, ni los territorios del mar Negro. En esa línea, el hecho del 711 se convertía en motivo para extraer una determinada lección política: basta con señalar el carácter singular de esta invasión y de la guerra que siguió para indicar que la Reconquista forjó el carácter «español», lejos de los enervantes refinamientos del lujo, preocupado tan solo de lo necesario para la vida, sin pompas, y a menudo, sin privilegios, dando lugar a un placentero sentido de la igualdad y de la vida de frontera. La segunda postura es la creencia de que el hecho del 711 produjo una sociedad de tres religiones, tres culturas (e incluso tres razas), en cuyo crisol se forjó el carácter español, a contratiempo, dando lugar a la figura del guerrero de la frontera, luego del hidalgo y el conquistador, el bandolero y el guerrillero; iconos todos ellos de una habilidad ilimitada para la expansión y la conquista, o la vida lejos del trabajo, que culminaría con el pícaro entre los pobres y el don Juan entre los ricos. Hasta hace poco limitada al mundo académico, esta ilusión de las tres culturas se ha convertido también en un alegato político en los últimos años, como apunta Rosa María Rodríguez Magda. La semejanza consiste en la incapacidad de las dos posturas para aprehender el pasado tal como fue, y en una interdependencia simbiótica, puesto que la arrogancia de la primera presta credibilidad a los argumentos de la segunda.

La conclusión no puede ser más deprimente. El hecho del 711 corre el riesgo de convertirse en un palacio de cristal. El problema de una representación lapidaria de la invasión árabe-bereber no es la descripción sino el mensaje que deja atrás cualquier estudio, esto es, el único modo de avanzar hacia el futuro consiste en cuestionar el tono afligido ante la derrota de don Rodrigo y las circunstancias que la acompañaron, incluida la supuesta traición del conde don Julián. Pero esa aproximación cada vez más oficial, por bien intencionada que sea, no mejora nuestra apreciación y nuestra conciencia del hecho y la circunstancia del 711. Solo es un sucedáneo. En lugar de encontrar un relato que englobe todos los detalles, se promueve un museo imaginario, donde se reúnen fragmentos diversos. El hecho como tal ya no tiene una forma narrativa propia; cobra significado solo por referencia a nuestras presentes y con frecuencia conflictivas maneras de ver el pasado de España. Esta actitud provoca una extraña sensación entre la gente hoy en día, ya que gran parte de lo que durante décadas, incluso siglos, parecía familiar y permanente está quedando relegado con enorme rapidez en el olvido. Entonces ¿qué es lo que podemos llegar a perder por mirar el hecho del 711 sin atender a sus múltiples contornos? Por curioso que pueda parecer, el propio significado de esa historia.

España, una nueva historia

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