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6 UNA TIERRA, DOS PUEBLOS, DOS HISTORIAS (711-985)

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El riesgo que corremos es conferir el peso decisivo a las metáforas y no a la tierra. En este sentido, investigar las complejidades de un paisaje distante provoca reflexiones sobre el propio paisaje interior y sobre los paisajes familiares que llevamos en la memoria. La tierra nos obliga a intentar comprender qué somos nosotros mismos.

BARRY LÓPEZ

¿Acaso muchos de nosotros no experimentamos la imperiosa necesidad de examinar desde otro punto de vista la vida española durante los siglos VIII, IX y X? ¿No es acaso prioritario en el día de hoy el estudio de la especificidad cultural y la herencia étnica mucho más que el de la conciencia nacional que, desde el período de la Restauración hasta el último tercio del siglo XX, inspiraron las principales investigaciones y marcaron a los líderes creadores de opinión? En un nivel básico, este cambio resulta revelador en el uso del término al-Andalus en lugar de España musulmana, aunque solo sea porque los análisis comienzan con la casa, la familia y el parentesco para después avanzar hacia las redes sociales, la organización del regadío, la fiscalidad, la cultura del poder, el arte y la literatura.

Si busco ahora una fórmula rápida para definir el perfil de la península Ibérica en estos tres siglos creo que la más concisa sería decir que fue la edad de la formación. Todo en la España actual, más que milenaria en este sentido, parece asentarse sobre el fundamento de lo que en esos siglos se hizo, y la propia definición territorial parece surgir de la estabilidad de esos siglos. La organización de los diferentes reinos en el norte para hacer frente al emirato de Córdoba estaba garantizada por la cultura religiosa de la época, fundamentalmente cristiana aunque con matices respecto a la liturgia romana. Las monedas circulaban en relucientes piezas de oro bizantinas o árabes y garantizaban así su invariabilidad, eran el dólar de aquel tiempo, para seguir con la metáfora propuesta por el medievalista Roberto Sabatino López. Todo el mundo sabía quién era, qué papel ocupaba en la sociedad, lo que le estaba permitido y lo que le estaba prohibido. Todos tenían sus normas, sus medidas y sus objetivos en la vida. Quien poseía tierras podía aspirar perfectamente a ocupar algún cargo palatino, cerca de los reyes o de los condes; el monje, el caballero, por su parte podían encontrar la razón de sus vidas en la defensa de una calzada, de una ciudad o de un castillo. Cada familia dedicaba una parte de sus componentes a la vida religiosa y otra a la vida militar, sin menoscabo de la primogenitura que guardaba celosamente los derechos sobre la propiedad y los utillajes agrícolas. Todo lo radical y violento pasaba por una interpretación por los religiosos de turno, monjes, sacerdotes o ulemas. Sencillamente consistía en aceptar la función de lo sagrado como el ideal común de vida.

La primera vez que me manifesté en público sobre este mundo fue en la L Settimana Internacional de Spoleto el 7 de abril de 2002 con una lección titulada «Uno spazio di confronto fra civiltà: la penisola iberica». Fue mi aportación a un largo debate sobre la singularidad de España en estos siglos, un territorio de frontera en litigio entre el islam y la cristiandad, no un choque de civilizaciones como se ha dicho en fechas recientes, sino más bien como un proceso de aculturación múltiple que afecta por igual al sentido del hogar de sus habitantes como el cosmos con el que quieren verse a ellos mismos.

España, una nueva historia

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