Читать книгу Régimen disciplinario castrense - José Miguel González Reyes - Страница 33

El siglo XIX es un periodo convulso donde guerras civiles y revoluciones se suceden en la lucha por el poder. En el tránsito al mismo, dos conflictos van a poner a prueba la frágil estructura administrativa y militar, que han pasado en nuestra historiografía con el nombre de Guerra de los Pirineos (1793-95) y Guerra de Independencia (1808–1814); las dos contra el mismo enemigo aunque de signo muy diferente, pero que, en cualquier caso, horquillan el proceso para que el ejército borbónico del siglo XVIII entre en crisis.

La conjura del Escorial hizo posible que las ambiciones de Napoleón en España alcanzasen plena virtualidad. Con José I en el poder y los sucesos del dos de mayo, se permitió la descomposición de una administración militar que desde hacía algún tiempo andaba ya descabezada.

Sin embargo, ante ese ejército sin cabeza, y como consecuencia de la invasión extranjera surgen las Juntas Militares que, desde los primeros momentos, demandan un mando único y la plasmación de sus postulados en una Constitución liberal que se pariría en la sitiada ciudad de Cádiz el 19 de marzo de 1812, amparados por la única legitimidad del pueblo en armas177.

La Guerra de Independencia supuso en lo castrense, también, una descomposición de la tradición militar absolutista, con renovación de las bases sociales, donde el mando y la jerarquía militar ya no obedecía, únicamente, a la casta o filiación nobiliaria178178. Como señala Blanco Valdés, se trató de “un proceso de profunda transformación estructural en el seno del ejército borbónico, que de realista mental devino en incipientemente nacional y formalmente igualitario”179. La recompensa con ascenso a “villanos” durante la Guerra de Independencia acentúa la confusión de estados habilitada desde la Ordenanza de 1768, confusión que pervive hasta los Decretos de 21 y 28 de septiembre de 1836 donde se suprimen definitivamente las pruebas de nobleza para el ingreso en el ejército y en la marina, y la tradicional identificación entre oficialidad y nobleza. De esta forma, el inicial carácter aristocrático de la oficialidad del ejército acabó por adaptarse a los cambios que la sociedad española experimentaba y la burguesía pronto concibió la carrera militar como un claro vehículo de promoción social180.

Por lo que respecta a la carrera militar, la forma de ingreso obedecía a dos maneras básicas: como cadete y soldado distinguido, y como soldado, teniendo ambas formas una relación estrecha con la procedencia estamental. Así, a la nobleza le correspondía la primera mientras que a los del tercer estado sólo le correspondía la segunda181.

En relación a las clases de tropa, éstas se nutrían de reclutamiento y reenganchables, regulados por la Ordenanza de 1800, afrontando ocho años de servicio, en cuyo transcurso podían conseguir algún grado de oficial, ya que la Ordenanza de 1768 establecía que podía ocupar plazas de cadetes182, y si se ingresaba de cadetes como hemos dicho podían alcanzarse los niveles más altos183.

Las directrices de 1800 se mantienen hasta 1837, que es la que consolida en España las injusticias del reclutamiento liberal decimonónico, que mantiene exenciones selectivas y sistematiza mediante pagos en metálico las sustituciones, las redenciones y las fianzas, como testimonio de reconocimiento de la desigualdades económicas como salvaguardia de las obligaciones militares.

Desde el punto de vista organizacional, desaparece progresivamente la concepción del ejército permanente en tanto que ésta se concebía como continuación y extensión de los poderes del monarca absoluto siendo sustituido por un sistema de milicias (luego provinciales) como intento objetivo de controlar el poder monárquico, asumir la defensa del territorio y asegurar la Defensa Nacional184.