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XII
ОглавлениеPerdido entre la gente como se hallaba, Pedro miró a su alrededor.
- Conde Pedro Kirilovich, ¿cómo es que se encuentra aquí? - dijo una voz.
Pedro buscó a su alrededor.
Boris Drubetzkoi, sacudiéndose el polvo de las rodillas del pantalón, que se le habían ensuciado, acercóse sonriendo a Pedro. Boris vestía elegantemente prendas llenas de marcialidad: usaba una larga túnica e, igual que Kutuzov, llevaba un largo látigo atravesado sobre la espalda.
Entre tanto, Kutuzov volvía al pueblo y se sentaba a la sombra de la casa más próxima, en un banco que un cosaco le trajo corriendo y que otro se había apresurado a cubrir con una pequeña alfombra. Un numeroso y brillante séquito rodeaba al Generalísimo.
Pedro explicaba su intención de participar en la batalla y de inspeccionar la posición.
- Lo mejor será que haga usted lo que le digo - indicó Boris-. Yo le haré los honores del campamento. Desde donde se encuentra el conde Benigsen podrá usted verlo todo. Estoy con él; soy agregado. Le haré un informe y si quiere recorrer la posición puede venir con nosotros. Iremos primeramente al flanco izquierdo y volveremos enseguida. Le ruego que me haga el honor de pasar la noche conmigo. Jugaremos una partida. ¿Conoce usted a Dmitri Sergueich? Se aloja aquí - y señaló la tercera casa de Gorki.
-Pero yo quisiera ver el flanco derecho. Dicen que se halla muy fortificado - dijo Pedro -. Quisiera atravesar el Moscova y ver toda la posición.
- ¡Oh, eso no puede ser! Lo principal es el flanco izquierdo.
- Está , bien, está bien, y ¿dónde se encuentra el regimiento del príncipe Bolkonski? ¿Podría indicármelo? - preguntó Pedro.
- ¿De Andrés Nicolaievich? Pasaremos por allí. Le llevaré a su casa.
Además de Kaisserov, ayudante de campo de Kutuzov, otros amigos fueron a saludar a Pedro, tantos, que no tenía tiempo para contestar a todas las preguntas que sobre Moscú se le hacían ni para oír todos los relatos que quería oír. En todos los rostros se reflejaba la animación y la preocupación. Mas a Pedro le pareció que la animación de aquellos rostros se refería al posible éxito individual, no apartándose de su memoria la expresión que había visto a veces en otros rostros que no hablaban de cuestiones personales, sino de las grandes cuestiones generales de la vida y de la muerte. Kutuzov vio a Pedro y al grupo que le rodeaba.
- Hagan que se acerque - dijo Kutuzov.
Un ayudante de campo transmitió el deseo del Serenísimo y Pedro se dirigió a su banco.
En aquel momento, Boris, con su habilidad de cortesano, se colocó al lado de Pedro, cerca del jefe y, con el aire más natural del mundo y en un tono distraído, como si continuara una conversación, dijo a Pedro:
-Los milicianos, como quien no hace la cosa, se han vestido sus camisas blancas y limpias, dispuestos para la muerte. ¡Qué heroísmo, Conde!
Boris decía evidentemente todo esto a Pedro para que el Serenísimo le oyera. Sabía que Kutuzov escuchaba sus palabras. Efectivamente, el Serenísimo se dirigió a él:
- ¿Qué cuentas de los milicianos?
- Que preparándose, Excelencia, para morir, se han vestido sus camisas limpias.
- ¡Ah, son hombres admirables, no existen otros como ellos! - dijo Kutuzov, que cerró los ojos e inclinó la cabeza -. Esa gente es incomparable - repitió suspirando.
- ¿Quiere usted oler la pólvora? - preguntó a Pedro -. Echa muy buen olor. Tengo el honor de ser un adorador de su esposa. ¿Sigue bien? Mi campamento está a su disposición.
Y, como ocurre frecuentemente a los viejos, Kutuzov empezó a mirar distraídamente a su alrededor, como si hubiera olvidado lo que tenía que hacer o decir.
Boris dijo algo a su General, y el conde Benigsen, dirigiéndose a Pedro, le propuso que fuera con ellos a la línea de fuego.
- Lo encontrará todo muy interesante - le dijo.
- ¡Oh, sí, sí, ya lo creo, muy interesante! - repitió Pedro.
Media hora después, Kutuzov marchó hacia Tatarinovo, y Benigsen, con su séquito, en el que se encontraba también Pedro, se dirigió a las avanzadas.