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XIX
ОглавлениеKutuzov estaba sentado, con la cabeza baja, y su pesado cuerpo yacía sobre un montón de alfombras, en el mismo lugar donde Pedro le había visto por la mañana. No daba ninguna orden, limitándose a aceptar o no lo que le proponían.
- Sí, sí, háganlo - respondía a diversas proposiciones -. Sí, ve, hijo mío - decía a uno y a otro de sus subalternos; o bien: No, no es preciso, es preferible atacar.
Escuchaba los informes que se le daban, daba órdenes cuando sus subordinados se las pedían; pero cuando oía los informes parecía no interesarle el sentido de las palabras que le decían, sino alguna otra cosa, como la expresión del rostro y el tono de la voz de los que le hablaban.
A las once de la mañana le dieron la noticia de que las avanzadas ocupadas por los franceses habían sido tomadas de nuevo, pero que Bagration estaba herido. Kutuzov exclamó: «¡Ah!», e inclinó la cabeza.
- Vete a ver al príncipe Pedro Ivanovich y entérate con detalle de lo que ocurre - dijo a uno de sus ayudantes de campo; después se dirigió al príncipe de Wurtemberg, que se encontraba detrás de él.
- ¿No desea Vuestra Alteza tomar el mando del primer cuerpo de ejército?
Poco después de haber partido el Príncipe, el ayudante de campo, que no había tenido tiempo de llegar a Semeonovskoie, volvió y anunció al Serenísimo que el Príncipe pedía refuerzos.
Kutuzov arrugó las cejas y dio a Dokhturov la orden de encargarse del mando del primer ejército y pidió hicieran volver al Príncipe, del cual, según decía, no podía prescindir en aquellos importantes momentos.
Cuando, procedente del flanco izquierdo, llegó Chibinin corriendo con la noticia de que los franceses habían tomado las avanzadas y Semeonovskoie, Kutuzov, adivinando por los rumores llegados del campo de batalla y por la cara de Chibinin, que la situación no era buena, se levantó como si lo hiciera para estirar las piernas y, cogiendo a Chibinin por el brazo, se lo llevó aparte.
- Ve allí, querido, y mira si puede hacerse algo - le dijo.
Kutuzov se encontraba en Gorki, en el centro de la posición del ejército ruso. El ataque de Napoleón contra el flanco izquierdo había sido rechazado muchas veces. El centro de los franceses no había pasado de Borodino, y en el flanco izquierdo la caballería de Uvarov había hecho retroceder al enemigo.
A las tres cesaron los ataques de los franceses. Por las caras de los que llegaban del campo de batalla y por las de los que le rodeaban, Kutuzov comprendía que la tensión había llegado al máximo.
Kutuzov estaba satisfecho del inesperado éxito de aquel día, pero sus fuerzas le abandonaban. La cabeza se le inclinaba frecuentemente hacia delante y se dormía. Le sirvieron la comida. El ayudante de campo del Emperador, Volsogen, se acercó a Kutuzov durante la comida. Venía de parte de Barclay para darle cuenta de la marcha de las cosas en el flanco izquierdo. El prudente Barclay, viendo una multitud de heridos que huían y que las líneas de atrás se dislocaban, pesando todas las circunstancias del asunto, había decidido que la batalla estaba perdida y enviaba esta noticia al General en jefe por conducto de su favorito.
Kutuzov mascaba dificultosamente un pollo asado mientras miraba con su pequeño y vivo ojo a Volsogen. Este, con paso negligente y una sonrisa casi desdeñosa, se acercó a Kutuzov, tocándose apenas la visera. Delante del Serenísimo afectaba una especie de negligencia que tenía por objeto mostrar que él, militar instruido, dejaba a los rusos el trabajo de convertir en un ídolo a aquel viejo inútil, aunque sabía perfectamente con quién había de habérselas. «Der alte Herr-como llamaban los alemanes entre ellos a Kutuzov-mach es sich ganz beguem », pensaba Volsogen mientras lanzaba una mirada severa a los platos que Kutuzov tenía delante. Empezó por recordar al «viejo señor» la situación de la batalla en el flanco izquierdo, tal como Barclay le había ordenado que hiciera y tal como él mismo la veía y la comprendía.
- Todos los puntos de nuestra posición están en manos del enemigo; no sabemos qué hacer para retroceder, porque no tenemos bastantes tropas y éstas todavía huyen, siendo imposible detenerlas.
Kutuzov dejó de masticar y, extrañado, como si no entendiera bien lo que le decía, fijó su mirada en Volsogen, el cual, al observar la emoción del «viejo señor», dijo con una sonrisa:
- Creo que no tengo derecho a ocultar a Vuestra Excelencia lo que he visto: las tropas están completamente desorganizadas.
- ¿Lo ha visto usted? ¿Usted? - exclamó Kutuzov frunciendo el ceño, levantándose y acercándose a Volsogen -. ¿Usted…? ¿Cómo se atreve…?-gritó haciendo un gesto amenazador con su temblorosa mano, mientras resollaba -. ¿Cómo se atreve usted a decírmelo a mí? Usted no sabe nada. Diga de mi parte al general Barclay que sus informaciones son falsas y que yo, el General en jefe, conozco mejor que él la marcha de la batalla.
Volsogen quiso decir algo, pero Kutuzov le interrumpió:
- El enemigo ha sido rechazado en el flanco izquierdo y vencido en el derecho. Si usted lo ha visto mal, no le permito que diga lo que no sabe. Hágame el favor de regresar al lado del general Barclay y transmitirle para mañana la orden terminante de atacar al enemigo - dijo severamente Kutuzov.
Todos callaban; únicamente se oía el resollar del viejo General.
-Son rechazados por todas partes, por lo que doy gracias a Dios y a nuestro viejo ejército. ¡El enemigo está vencido y mañana le echaremos de nuestra santa Rusia! - dijo Kutuzov persignándose; de pronto se echó a llorar.
Volsogen encogióse de hombros, hizo una mueca y sin decir una palabra se retiró a un lado, admirado ueber diese Eingenommenheit des alten Herr.
- ¡Ah! ¡He aquí a mi héroe! - exclamó Kutuzov al ver al General, buen mozo, muy gordo, de negra cabellera, que en aquel momento subía la cuesta. Era Raiewsky, que durante todo el día habíase encontrado en el puente principal del campo de Borodino.
Raiewsky explicaba que las tropas aguantaban firmes en las posiciones y que los franceses no se atrevían a atacarles.
Después de escucharle, Kutuzov dijo:
-Así, pues, ¿no piensa usted, «como los demás», que estamos obligados a retirarnos?
- Al contrario, Alteza, en las batallas indecisas siempre el más terco es el que vence, y mi parecer es…
Kutuzov llamó a su ayudante de campo.
- Kaissarov, siéntate y escribe la orden del día para mañana. Y tú-dijo a otro-, ve a la línea y diles que mañana atacaremos.
Durante esta conversación con Raiewsky, y mientras Kutuzov dictaba la orden, Volsogen regresó de hablar con Barclay y dijo que el General deseaba tener por escrito la confirmación de la orden del General en jefe.
Kutuzov, sin mirar a Volsogen, ordenó escribir la orden que pedía el antiguo General en jefe para evitarse, y con razón, la responsabilidad personal. Y, por lazo misterioso indefinible, que extendía por todo el ejército la misma impresión, y que se llama el espíritu del ejército y que es el nervio principal de la guerra, las palabras de Kutuzov fueron transmitidas momentáneamente a todos los puntos del ejército. No eran las mismas palabras, no era la orden que se transmitía hasta los últimos eslabones de aquella cadena, pues en los relatos transmitidos de un punto a otro del ejército no había nada que se pareciese a lo que dijera Kutuzov, pero el sentido de sus palabras se comunicaba por todas partes, porque las palabras de Kutuzov no venían de consideraciones hábiles, sino del sentimiento que era el alma del General en jefe, como lo era de toda la Rusia.
Al saber que al día siguiente atacarían al enemigo, mientras aguardaban de las esferas superiores del ejército la afirmación de lo que les era grato de creer, los hombres, agotados, se rehicieron y adquirieron nuevo valor.