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II

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Los Rostov permanecieron en Moscú hasta el día 1° de septiembre, es decir, hasta la víspera de la entrada del enemigo.

Por causa de la indolencia del Conde, llegó el 28 de agosto sin que se hubiera llevado a cabo ningún preparativo de marcha, y los carros que se esperaban, procedentes de los dominios de Riazán, para llevarse los muebles, no aparecieron hasta el día 30.

Durante estos tres días, la ciudad entera estuvo en movimiento, haciendo preparativos. Por la puerta Dorogomilov entraban diariamente millares de heridos de la batalla de Borodino, mientras millares de carros cargados de muebles y de habitantes salían por otras puertas.

Se adivinaba que iba a descargar pronto la tormenta, volviéndolo todo de arriba abajo, pero hasta el primer día de septiembre no se verificó ningún cambio.

Moscú continuaba su vida habitual. Era como el criminal a quien se lleva al suplicio y que, aun sabiendo que va a morir, mira sin cesar a su alrededor y se arregla el sombrero, que lleva mal puesto.

Durante los tres días que precedieron a la ocupación de Moscú, toda la familia Rostov trabajó con afán. El jefe, conde Ilia Andreievitch, iba y venía sin cesar, recogiendo las noticias y rumores que circulaban, y en la casa daba órdenes superficiales y apresuradas sobre los preparativos de la huida.

La Condesa se mostraba descontenta de todo; buscaba a Petia, que huía siempre de ella, y tenía celos de Natacha, con quien él estaba a todas horas. Sonia era la única que se ocupaba prácticamente de todo. Pero Sonia estaba triste y silenciosa. La carta de Nicolás en que hablaba de la princesa María había inspirado, en presencia suya, comentarios alegres de la Condesa, que en este encuentro de su hijo con María veía la mano de Dios.

-Los esponsales de Bolkonski con Natacha no me regocijaron - decía -, pero ahora tengo el presentimiento de que Nicolás se casará con la princesa María, como es mi deseo. Eso sería sumamente agradable.

No obstante su dolor, o quizás a causa de él, Sonia echaba sobre sus hombros todo el peso del trabajo de la casa, lo cual la tenía ocupada el día entero. Siempre que el Conde y la Condesa querían dar órdenes se dirigían a ella. Petia y Natacha no sólo no ayudaban, sino que molestaban a todo el mundo, llenando la casa con sus risas, sus gritos y sus discusiones. Reían y se regocijaban no porque tuvieran motivo para ello, sino porque eran de carácter alegre y estaban contentos, y cualquier cosa los hacía reír y alborotar. Petia se sentía alborozado porque, habiendo salido de su casa siendo un niño, volvía a ella convertido en un hombre valeroso. También estaba contento porque pensaba batirse en Moscú, recuperando así el tiempo que había perdido en Bielaia-Tzerkov. Y, sobre todo, lo estaba porque veía a Natacha feliz. Y Natacha estaba alegre porque había estado triste mucho tiempo, porque nada le recordaba la causa de su tristeza y porque se sentía a gusto. Y también porque Petia la admiraba, y la admiración era para ella un elemento necesario. Los dos hermanos estaban gozosos también porque se avecinaba la guerra a Moscú, porque la gente pensaba batirse en las murallas, porque comenzaba la distribución de armas, porque todo el mundo corría, porque, en general, pasaban cosas extraordinarias, y esto divierte siempre a los jóvenes.

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