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VIII

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Los habitantes que se alejaban de la ciudad y las tropas que retrocedían por caminos diversos vieron con sentimientos parecidos el resplandor del primer incendio, que estalló el 2 de septiembre.

Los Rostov se encontraban aquella noche en Mitistchi, a veinte verstas de Moscú. Habían salido de la ciudad el día primero a última hora de la tarde. La carretera estaba tan llena de carros y de tropas, se habían olvidado de tantas cosas, que enviaron a los criados a buscarlas y, mientras éstos volvían, se quedaron a pasar la noche a cinco verstas de Moscú.

Al otro día por la mañana se levantaron tarde y de nuevo tuvieron que detenerse tantas veces por el camino, que llegaron a Mitistchi a las diez. Los Rostov y los heridos que los acompañaban se instalaron en los patios y en las isbas del gran burgo. Los domésticos, los cocheros de los Rostov y los asistentes de los heridos salieron a las puertas después de servir a sus amos, de cenar y de dar el pienso a los caballos.

En la isba vecina se hallaba, con un brazo roto, el ayudante de campo de Raiewski; sus sufrimientos eran tan horribles que gemía sin descanso. Sus ayes resonaban lúgubremente en la oscuridad de aquella noche de otoño. La primera noche la pasó el herido en el patio que ocupaban los Rostov. La Condesa se quejó más tarde de que no había podido cerrar los ojos a causa de aquellos gemidos, y en Mitistchi se la alojó en una isba menos cómoda con el único objeto de que estuviera lejos de los heridos.

A través de la alta carrocería del coche que se hallaba cerca de la entrada del patio, uno de los criados vislumbró en la oscuridad nocturna el nuevo y débil resplandor de un incendio.

Hacía tiempo que se veía otro, y todos sabían que era Mitistchi la Menor la que ardía, incendiada por los cosacos de Mamonov.

- ¡Otro incendio, amigos! - anunció el sirviente.

Todas las miradas se clavaron en aquella luz.

- Se dice que los cosacos de Mamonov han incendiado Mitistchi la Menor.

-Sí, pero Mitistchi queda más lejos. El incendio no puede ser allí.

- ¡Mira! Se diría que el fuego arde en Moscú.

Dos criados que se hallaban a la puerta del patio se acercaron y tomaron asiento en el estribo del coche.

- Está más a la derecha… Mitistchi está allá, en el otro extremo.

Otros criados se unieron a éstos.

-Fijaos bien. El incendio es en Moscú, bien por la parte de Suchevskoi, bien por la de Rogojsloi.

Nadie contestó; todos estuvieron mirando largo rato, silenciosos, la llama lejana del nuevo incendio.

Danilo Terentitch, viejo ayuda de cámara del Conde, se acercó al grupo y llamó a Michka.

- ¿Qué será lo que tú no hayas visto, chismoso? El Conde te llama. Ve a preparar los trajes.

Michka dijo:

- Sólo he venido al patio por agua.

- ¿Qué te parece, Danilo Terentitch: proviene o no ese resplandor de Moscú? - preguntó uno de los servidores.

Danilo no contestó y todos callaron. El resplandor se extendía más y más.

- ¡Que Dios nos asista! El viento y el aire son secos - clamó una voz.

- Mirad cómo avanza. ¡Señor, Señor! Guarda a estos pecadores de todo mal.

- Probablemente se detendrá.

- ¿Quién? - dijo Danilo Terentitch, que había guardado silencio hasta entonces -. Es Moscú la que arde, hermanos… Es ella, nuestra madre blan…

Se le quebró la voz de pronto y sollozó como sólo sollozan los viejos, y como si todos esperasen oír aquello para comprender el significado del resplandor, se oyeron suspiros, oraciones y los sollozos del viejo ayuda de cámara del Conde.

Colección integral de León Tolstoi

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