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II

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El presentimiento se cumplió. Al día siguiente, durante el servicio de acción de gracias con que la Corte honraba el cumpleaños del soberano, se recibió un pliego que enviaba el príncipe Kutuzov. Contenía una información escrita en Tatarinovo el mismo día de la batalla. Kutuzov explicaba que los rusos no habían cedido ni una sola pulgada de terreno, que las pérdidas de los franceses eran muy superiores a las rusas y que escribía el comunicado a toda prisa y en el mismo campo de batalla, sin conocer las últimas noticias. Se había obtenido, pues, una victoria y enseguida, sin salir de la iglesia, se dio gracias al Creador por su ayuda y por el triunfo obtenido.

En la ciudad hubo durante todo el día un ambiente de gozo y de fiesta. Todos daban por segura la victoria definitiva, y se hablaba ya del cautiverio de Napoleón, de su destronamiento y de la elección de un nuevo jefe de Estado francés.

En el informe de Kutuzov se hablaba también de las pérdidas rusas, y se citaba, entre otros, a Tutchkov y Kutaissov. El mundo petersburgués lamentó en particular la desaparición de Kutaissov. Era joven e interesante; el Emperador lo apreciaba mucho y todo el mundo lo conocía.

Aquel día todos comentaban al verse:

- ¡Es sorprendente! Precisamente durante el servicio de acción de gracias. Pero ¡qué pérdida…, Kutaissov! ¡Una verdadera desgracia!

- ¿Qué os decía yo de Kutuzov? - manifestaba el príncipe Basilio con el orgullo del profeta -. ¿No sostuve siempre que él solo era capaz de vencer a Napoleón?

Pero como al día siguiente no se tuvieran noticias del ejército, la opinión pública se inquietó. Los cortesanos sufrían a causa de la incertidumbre en que se hallaba el Emperador.

Aquel día, el príncipe Basilio no dedicó alabanzas a su protegido Kutuzov. Es más: cuando se hablaba del comandante en jefe guardaba silencio. Por añadidura, aquella tarde todo pareció confabularse contra los habitantes de San Petersburgo para sumirlos en la turbación y en la inquietud. Otra noticia terrible se difundió por la ciudad: la condesa Elena Bezukhov acababa de morir, fulminada por el terrible mal cuyo nombre era tan agradable de pronunciar. Oficialmente y en las altas esferas se decía que había muerto de un ataque de angina de pecho, pero en los círculos particulares se contaba que el médico secreto de la reina de España había hecho tomar a Elena, en pequeñas dosis, cierto medicamento, y que ella, atormentada por la falta de noticias de su marido (el desdichado Pedro), al que había escrito inútilmente, se tomó una tremenda dosis de la medicina, muriendo entre sufrimientos atroces antes de que pudiera acudirse en su socorro. Se murmuraba también que el príncipe Basilio acusó al médico italiano, pero que éste le enseñó tantas cartas de amor de la Condesa difunta, que le dejó partir sin ponerle obstáculos. La conversación general versaba sobre tres penosos acontecimientos: la incertidumbre del Emperador, la pérdida de Kutaissov y la muerte de Elena.

Un poderoso terrateniente moscovita llegó a San Petersburgo tres días después y por toda la ciudad se extendió el rumor de la caída de Moscú. ¡Era horroroso!

El Emperador envió al príncipe Kutuzov el escrito siguiente:

«Príncipe Mikhail Ilarionovitch: Desde el día 29 de agosto no he vuelto a tener noticias de usted. Sin embargo, con fecha del l° de septiembre he recibido por medio de Iaroslav, que hablaba en nombre del gobernador general de Moscú, la triste nueva de que ha decidido usted abandonar con su ejército la ciudad. Ya puede imaginarse el efecto que ello me ha producido. Su silencio aumenta mi sorpresa. Le envío este pliego por mediación del general ayudante de campo, a fin de conocer por usted mismo la situación del ejército y las causas que le han inducido a adoptar tan dolorosa decisión.»

Nueve días después llegaba a San Petersburgo un enviado de Kutuzov con la noticia de que Moscú había sido abandonado.

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