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DÉCIMA PARTE I

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Durante el mes de julio, el viejo príncipe Bolkonski se mantuvo en una gran animación y actividad.

Mandó plantar un nuevo jardín y construyó un edificio para la servidumbre. La única cosa que inquietaba a la Princesa era que el anciano dormía poco y había renunciado a su costumbre de dormir en su gabinete de trabajo; cada día cambiaba su cama de habitación. Tan pronto ordenaba que le llevaran su cama de campaña a la galería, como quedábase en el salón sobre el diván o sobre un sillón, sin desnudarse y bostezando. La señorita Bourienne no le leía ya, reemplazándola en esto el criado Petrutcha. A veces pasaba la noche en el comedor.

A primeros de agosto llegó una carta del príncipe Andrés. Escrita en los alrededores de Vitebsk, explicaba que los franceses habían ocupado aquella ciudad, conteniendo además una descripción sumaria de toda la campaña, con un croquis del plano y consideraciones sobre la marcha que seguiría.

En la misma carta, el príncipe Andrés hacía observar a su padre la incomodidad de su residencia cerca del teatro de la guerra, en la línea del movimiento de las tropas, aconsejándole su marcha a Moscú.

Aquel día, durante la comida, cuando Desalles, el preceptor, dijo que, según los rumores que circulaban, los franceses estaban en Vitebsk, el viejo Príncipe recordó la carta del príncipe Andrés.

- Hoy he recibido carta del príncipe Andrés - dijo -. ¿No la has leído, María?

- No, padre - respondió la Princesa. No podía haber leído una carta que no sabía que hubiera llegado.

- Habla de la guerra - continuó el Príncipe con sonrisa desdeñosa, habitual en él cuando hablaba de la guerra.

Al pasar al salón dio la carta a la princesa María, desplegando delante de ella el plano de las nuevas construcciones, en el que fijó la vista mientras ordenaba a su hija que leyera en voz alta.

Cuando la princesa María hubo acabado de leer miró interrogativamente a su padre, que contemplaba con fijeza el plano, inmerso en sus pensamientos.

- ¿Qué opináis, Príncipe? - se atrevió a preguntar Desalles.

- ¿Yo? ¿Yo? - replicó el viejo Príncipe como si despertara enfurruñado, sin apartar los ojos del plano de las construcciones.

- Es muy posible que el teatro de la guerra se extienda hasta muy cerca de nosotros…

- ¡Ah, ah, ah! El teatro de la guerra - exclamó el viejo Principe-. He dicho y he repetido que el teatro de la guerra es Polonia y que el enemigo no pasará el Niemen jamás.

Desalles, admirado, miró al viejo Príncipe, que hablaba del Niemen precisamente cuando el enemigo se hallaba casi en las orillas del Dnieper. La princesa María, que había olvidado la situación geográfica del Niemen, pensó que su padre tenía razón.

- Cuando llegue el deshielo se hundirán en los pantanos de Polonia. Ahora no pueden darse cuenta… - dijo el Principe pensando visiblemente en la campaña de 1807, que le parecía que fuera ayer -. Benigsen debió haber entrado antes en Prusia, y entonces las cosas hubieran tomado otro cariz.

- Pero, Príncipe - objetó tímidamente Desalles -, en la carta se habla de Vitebsk.

- ¡Ah! En la carta sí - replicó, descontento, el Principe -. Sí…

Entonces oscurecióse su cara y calló.

- Sí, sí, escribe que los franceses han sido aplastados, cerca de un río, ¿qué río?, ¿en qué ribera?

Desalles bajó la vista.

- El Principe no escribe nada de todo eso - dijo en voz muy baja.

- ¿No lo escribe? ¡Pues yo no lo he inventado!

Calláronse todos un buen rato. El viejo siguió luego:

- Sí, sí…, ¡vaya!, Mikhail Ivanovitch - dijo de repente, levantando la cabeza e indicando el plano de construcciones-, explica cómo entiendes tú las obras que se realizarán.

Mikhail Ivanovitch se acercó al plano, y el Principe, después de hablar con él, miró malhumorado a la princesa María y a Desalles, yéndose a su despacho.

La princesa María había observado la mirada confusa y extraña que dirigió Desalles a su padre, su silencio, y estaba admirada de que su padre hubiera olvidado la carta de su hijo sobre la mesa del salón. Pero no sólo sentía miedo de hablar y preguntar a Desalles por la causa de su confusión, sino que también lo sentía de sólo pensarlo.

Por la tarde, Mikhail Ivanovitch estuvo en la habitación de María de parte del Principe para buscar la carta del príncipe Andrés, olvidada en el salón. La princesa María, a pesar de serle desagradable, permitióse preguntar a Mikhail Ivanovitch qué hacía su padre.

- Trabajando siempre - dijo Mikhail Ivanovitch con una respetuosa sonrisa que hizo palidecer a la Princesa -. Se preocupa mucho de las nuevas construcciones. Ha leído un ratito, y ahora - bajó la voz - se encuentra en el despacho y probablemente se ocupa de su testamento.

De un tiempo a aquella parte, una de las ocupaciones predilectas del Principe era examinar los papeles que quería dejar para después de su muerte y que él llamaba su testamento.

- ¿Enviará, sin embargo, a Alpatich a Smolensk? - preguntó la princesa María.

¡Ya lo creo! Hace mucho tiempo que está preparado.

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