Читать книгу Caldo de pollo para el alma: El poder de lo positivo - Марк Виктор Хансен - Страница 11

Оглавление

El cuadro de honor

El grupo abigarrado de preparatorianos no parecía el cuadro de honor de la clase de historia de Estados Unidos que yo imaginaba. Entraron arrastrando los pies en mi salón de clases, que yo había decorado con mucho esfuerzo con retratos presidenciales, mapas coloridos y copias enmarcadas de la Declaración de Independencia y la Constitución, y con una “actitud” que resultó evidente incluso para una maestra novata.

Y eso es exactamente lo que era. Recién salida de la universidad con un título en historia, un certificado de maestra y ni una pizca de experiencia. Estaba agradecida por tener trabajo, incluso si era en una de las preparatorias más rudas de la cuidad donde vivía.

No vivas de acuerdo con

las expectativas. Sal y haz

algo notable.

WENDY WASSERSTEIN

—Buenos días —saludé con mucho ánimo. Me respondieron con miradas huecas—. Estoy muy entusiasmada por haber sido seleccionada para dar clases a este cuadro de honor —continué—. Por lo general no permiten que los profesores nuevos se ocupen de los alumnos distinguidos.

Varios de los alumnos se enderezaron en su asiento y se miraron entre ellos. Demasiado tarde, pensé. Tal vez debí haber ocultado el hecho de que no tenía experiencia como maestra. Ni hablar.

—Vamos a hacer las cosas diferentes en esta clase porque sé que todos quieren un reto.

Para entonces, todos los alumnos me miraban con expresión desconcertada.

—Primero que nada, vamos a reorganizar los escritorios —propuse—. Me gustan mucho los debates en clase, así que hagamos un gran círculo para que podamos vernos las caras al hablar.

Varios alumnos pusieron los ojos en blanco, pero todos se levantaron y comenzaron a arrastrar sus bancas.

—¡Perfecto! Gracias. Ahora quiero que se sienten, ya que vamos a jugar. Cuando los señale, quiero que me digan cómo se llaman y lo que más detestan de la historia.

Por fin logré suscitar algunas sonrisas. Y muchas más aparecieron al continuar el juego.

Amanda odiaba que la historia pareciera tratar únicamente de guerras. A José no le gustaba memorizar nombres o fechas. Gerald estaba convencido de que nada de lo que ocurrió en la historia guardaba relación con su vida. “¿Por qué habrían de importarme un montón de blancos muertos?”, fue como lo planteó. Caitlin detestaba las preguntas engañosas de verdadero o falso. Miranda odiaba completar frases en los exámenes.

Apenas habíamos terminado el círculo cuando sonó la campana. ¿Quién iba a pensar que cincuenta minutos pasarían tan rápido?

Armada con los comentarios que me dieron mis alumnos, comencé a formular un plan. No iba a dar clases directamente del libro de texto con este grupo. Nada de tareas de “leer el capítulo y contestar las preguntas al final”. Estos chicos eran inteligentes. Estaban motivados. Mis alumnos distinguidos merecían una clase que les fuera de provecho.

Estudiaríamos la historia social y económica y no sólo las batallas y generales. Relacionaríamos sucesos actuales con acontecimientos del pasado. Leeríamos novelas para humanizar la historia: Across Five Aprils para estudiar la Guerra Civil; Las viñas de la ira para aprender sobre la época de la Gran Depresión y The Things They Carried cuando habláramos sobre Vietnam.

Los exámenes cubrirían los hechos, pero también requerirían mayores habilidades de pensamiento. Nada de preguntas engañosas de verdadero o falso. Nada de completar frases.

Al inicio, me sorprendió que la mayoría de mis alumnos tuvieran muy mala gramática y carecieran de destreza para escribir. Algunos tartamudeaban cuando leían en voz alta. Sin embargo, trabajamos para mejorar esas habilidades mientras aprendíamos historia. Descubrí que muchos de ellos no sólo estaban dispuestos, sino también deseosos de asistir a las sesiones de estudio que yo ofrecía después de clases y de aceptar la ayuda de otros maestros privados.

A cuatro de mis alumnos les gustó tanto la materia que formaron su propio equipo del “Tazón de la Historia” para participar en el torneo nacional. Aunque no consiguieron el primer lugar, estaban muy felices con el trofeo y mención honorífica con los que volvieron a nuestro salón.

El año escolar terminó mucho más rápido de lo que imaginaba. Aunque me había encariñado con muchos de mis alumnos, los del cuadro de honor tenían un lugar especial en mi corazón. La mayoría sacó dieces y nueves. Nadie obtuvo una calificación menor a ocho.

Durante una junta de profesores, antes de las vacaciones de verano, la directora me llamó a su oficina para darme la evaluación final.

—Quiero felicitarte por el magnífico trabajo que realizaste en tu primer año como profesora —expresó con una sonrisa—, en especial por lo bien que te fue con los chicos del curso de recuperación.

—¿El curso de recuperación? No comprendo. No tuve clases de recuperación.

La señora Anderson me miró con extrañeza.

—Tu clase del primer periodo era de recuperación. Sin duda viste que así se indicaba en la parte superior de la lista de asistencia —sacó una carpeta de su archivero y me la dio—. Y de seguro habrás notado de inmediato, por su forma de vestir y actuar, que algunos de estos chicos estaban por debajo del promedio, por no mencionar su terrible gramática y pésima escritura.

Abrí la carpeta y saqué una copia de la lista de alumnos de mi primera clase. Ahí, en la parte superior, tan claro como el día, estaban las palabras CUADRO DE HONOR. Se la mostré a la señora Anderson.

—Ay, pero qué barbaridad, ¡qué terrible error! —exclamó agobiada—. ¿Cómo pudiste dar la clase y tratar a los estudiantes como si realmente fueran fueran...?

No pude menos que terminar la oración por ella:

—¿Como si fueran muy brillantes?

Ella asintió con la cabeza, aunque un poco avergonzada.

—¿Sabe qué, señora Anderson? Creo que ambas aprendimos una lección de todo esto; una que no enseñan en los cursos de pedagogía que tomé y que, sin embargo, nunca olvidaré.

—Tampoco yo —aseguró ella, mientras encerraba en un círculo las palabras CUADRO DE HONOR con un marcador rojo antes de volver a guardar la hoja en la carpeta—. El próximo año tal vez mande imprimir estas palabras en la parte superior de todas las listas de alumnos.

JENNIE IVEY

Caldo de pollo para el alma: El poder de lo positivo

Подняться наверх