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Muy afortunada

—Ay, cariño, ven aquí —me dijo una amiga mientras me abrazaba—. Anoche, cuando fui a recoger a mi hija después de su práctica de softbol, pasé por la oficina de tu esposo. Su camioneta seguía aquí y ya eran casi las ocho y media. Pobrecita de ti —agregó ella.

Asentí con la cabeza.

Quienes quieren cantar

siempre encuentran una

canción.

PROVERBIO SUECO

—Finalmente llegó unos minutos después de las nueve.

—Me siento tan mal por ti: sola en casa con todos esos niños. Debe de ser muy difícil.

Volvía a asentir. Pobre de mí.

Sucedió lo mismo la siguiente vez que me topé con esta mujer. Y también la ocasión después de ésa. Cada vez que la veía, se apresuraba a manifestarme su compasión por mis terribles circunstancias.

Mi amiga me comprendía. Su esposo viajaba con frecuencia por motivos de trabajo y por eso, ella sabía lo que significaba extrañarlo y tener que hacerse cargo ella sola de casi todas las responsabilidades de la casa y los hijos.

Ambas pasábamos por una situación similar, así que, ¿por qué no juntarnos para compartir nuestras penas?

Por una sencilla razón: odiaba como me hacía sentir.

Llegaba al Walmart que estaba cerca de mi casa con la lista de compras en la mano y caminando con brío, pero después de toparme con mi amiga aguafiestas, terminaba saliendo del supermercado con el corazón apesadumbrado y resentida con mi esposo (y con una buena dotación de chocolates y galletas de queso, la mejor comida de consolación).

Esas pequeñas reuniones de conmiseración no eran buenas para mi matrimonio ni tampoco para el tamaño de mis caderas.

Por consiguiente, decidí cambiar la perspectiva sobre mi situación.

La siguiente ocasión que me encontré a mi amiga y comenzó a pobretearme, traté de buscar el lado positivo. Me encogí de hombros y dije:

—Sí, Eric llegó tarde anoche, pero está trabajando en un nuevo proyecto. Si sale bien, la empresa podrá contratar a otra persona y entonces el trabajo de Eric será más sencillo —volví a encogerme de hombros y agregué—: Por lo tanto, dentro de un año podrá estar en casa mucho más tiempo.

—Muy bien —asintió ella—, pero ¿y qué pasa ahora?

—Admito que en este momento las cosas no son fáciles, pero no están tan mal como imaginas —repuse—. Nuestros esposos tienen trabajo y, con esta economía, eso es una bendición.

—Pero ambos están todo el tiempo fuera de casa —contestó ella con amargura.

Tenía razón, pero yo no quería que comenzara el ritual de compasión compartida.

—Sí, pero los trabajos de nuestros esposos nos permiten quedarnos en casa con nuestros hijos y pagar las cuentas —argumenté.

Ella asintió con la cabeza.

—Nunca lo había pensado de esa manera. Me gusta mucho estar en casa con los niños.

—Nuestros esposos nos aman tanto que trabajan mucho para que nosotras no tengamos que hacerlo —me encogí de hombros y agregué—: Al menos no fuera de casa.

Ella asintió de nuevo, pero esta vez más convencida.

—Yo trabajé en un banco. El trabajo me gustaba, pero extrañaba a mis hijos y odiaba estar lejos de ellos.

—Sé a lo que te refieres —contesté—. Yo era maestra y me encantaban los veranos en casa con ellos. Ahora puedo disfrutar de su compañía todo el año.

—Sí —coincidió ella—, sólo que ahora, en lugar de extrañar a mis hijos, extraño a mi esposo.

Me encogí de hombros de nuevo.

—¿Y no lo extrañabas también cuando trabajabas en el banco?

Ella rio.

—Muy cierto.

Parecía que había ganado el argumento, pero aún no terminaba.

—Y piensa en esto. Por lo menos nuestros esposos están en sus trabajos. Muchos hombres están lejos de casa el mismo tiempo que nuestros esposos, sin embargo, no están trabajando. Están en bares o en el boliche.

—Y los que son malos están en casas de otras mujeres —agregó ella, con el ceño fruncido.

—Entonces, creo que eso nos hace afortunadas —sonreí.

—Hmmm... soy una de las afortunadas —murmuró ella y luego me sonrió—. Qué bueno que te encontré esta mañana. Me siento mejor de lo que me había sentido en meses.

Yo también me sentía muy bien. ¿Y por qué no habría de sentirme bien? Tengo un esposo que trabaja mucho.

Sin embargo, lo hace porque me ama. Lo hace para que yo pueda quedarme en casa, que para mí es un sueño hecho realidad. Lo hace para que pueda vivir en un hogar cómodo y tener un auto confiable. Lo hace para proveer sustento a su familia y también para llevarme de vacaciones de vez en cuando.

Me rehúso a tener más de estos encuentros de conmiseración, porque resulta que mi esposo trabajador me da muchas razones por las cuales me puedo sentir muy, muy afortunada.

DIANE STARK

Caldo de pollo para el alma: El poder de lo positivo

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