Читать книгу Caldo de pollo para el alma: El poder de lo positivo - Марк Виктор Хансен - Страница 6
ОглавлениеLucha contra mi acosador interno
Cuando iba en la primaria, un niño llamado Scott me decía “labios gordos” cada que me veía. Se sentaba detrás de mí en el autobús escolar y no hacía más que molestarme, pateaba mi asiento o me picaba la cabeza con un lápiz; reía de tal forma que me hacía encogerme en la esquina de mi asiento.
Sin embargo, peor que lo que me hacía Scott y todos los niños que me han molestado en la vida, era mi acosador interno que me ha seguido a lo largo de la vida susurrando insultos en mi oído. Me dice cosas como: “Debiste haberlo hecho mejor” o “Eso que dijiste fue muy estúpido” o “Las personas buenas no hacen esas cosas”.
Es difícil luchar contra un
enemigo atrincherado en
nuestra cabeza.
SALLY KEMPTON
Solía creer en lo que esta voz me decía. Debido a eso, crecí sin confianza en mí misma, aunque en el exterior fuera una persona exitosa. Fui muy aplicada en la escuela y conseguí una beca completa para la universidad. Me gradué con mención honorífica y me convertí en profesora a nivel internacional. Sin embargo, nunca pude disfrutar de mis logros, ya que siempre, en mi interior, estaba el sentimiento de que no era suficientemente buena.
Cuando me convertí en madre, mis sentimientos de ansiedad sobre mis numerosas fallas me llevaron a terapia, pero no me ayudó mucho. Un día, después de describir una de las crueles acusaciones de mi acosador interno, mi terapeuta me dirigió una mirada de lástima y preguntó preocupada:
—Ay, Sara, ¿por qué eres tan dura contigo?
Pude haber dicho: “No sé. Esperaba que tú pudieras contestarme eso”. En cambio, me sentí avergonzada y escuché otro susurro de mi voz interior: “Eres un desastre. ¡Ya lograste asustar hasta a tu terapeuta!”
Más o menos en esa época, me enteré de que tenía una enfermedad autoinmune denominada síndrome de Sjögren. El diagnóstico explicaba años de dolores y molestias, un embarazo complicado y la pérdida del sentido del olfato. En mi búsqueda de un tratamiento más holístico para mis síntomas, que ahora incluían resequedad de ojos y boca, visité a un quiropráctico funcional. Además de recomendarme ciertos cambios en la dieta y algunos suplementos, me sugirió que viera a un terapeuta. Sorprendida, le pregunté por qué.
—Porque considero que la forma en que piensa la gente afecta directamente su salud física —respondió.
Por lo tanto, busqué de nuevo un terapeuta. Esta vez encontré a una mujer muy simpática, sabia y espiritual llamada Vicki. Juntas comenzamos a explorar un poco mi pensamiento desastroso. Recuerdo con claridad nuestra primera sesión, cuando le hablé sobre el síndrome de Sjögren.
—Es una enfermedad autoinmune —expliqué—. Mis glóbulos blancos atacan las glándulas que producen humedad —y fue entonces que caí en la cuenta—. Es curioso —observé.
—¿Qué? —preguntó ella.
—Acabo de darme cuenta de que eso es precisamente lo que hago —comenté—. Me ataco a mí misma.
Dudo que muchos doctores estén de acuerdo en que mis pensamientos tienen que ver con la enfermedad. Pero a nivel instintivo, sabía que existía una conexión. ¿No tendría sentido que, después de atacarme mental y físicamente durante tanto tiempo, mi propio cuerpo comenzara a hacer lo mismo?
En todo caso, esa intuición me decidió a cambiar. Cuando cumplí cuarenta años, escribí esto en mi diario: “Este año, quiero ser compasiva conmigo”.
Ha sido un trabajo difícil. Primero, aprendí a distinguir la presencia de mi acosador interno en mis pensamientos. ¡Me sorprendió darme cuenta de cuánto me habla y sobre cuántos temas! Entonces, aprendí a contrarrestar sus crueles mensajes que pretenden hacerme sentir culpable con la verdad, como: “No hice las cosas a la perfección, pero fueron suficientemente buenas” o “Todo el mundo dice cosas que desearía no haber dicho” o incluso “Las buenas personas son humanas y cometen errores, y eso está bien”. Aun ahora, hay ocasiones en que siento que mi acosador interno quiere castigarme. Es entonces cuando tengo una opción: pensar como antes, lo que produce dolor, o ser compasiva conmigo, que me lleva a la paz y a la salud.
¿Han cambiado algo todos mis esfuerzos? Estoy segura de que sí; al menos a nivel mental y emocional. En cuanto al efecto de mis nuevos pensamientos sobre mi salud física, tendré que esperar para ver. El cuerpo necesita tiempo para sanar. Sin embargo, puedo afirmar esto: cuando mi acosador interno trata de aprovecharse de la conexión entre mente y cuerpo en la que ahora creo y me susurra cosas como “¡Mira lo que te hiciste!”, levanto la frente y le respondo con seguridad en mí misma: “Sí, pero mira lo que aprendí a hacer en forma diferente”.
SARA MATSON