Читать книгу Caldo de pollo para el alma: El poder de lo positivo - Марк Виктор Хансен - Страница 17
ОглавлениеVolver a unir
Cuando desperté, tenía los ojos vendados. Podía abrir el ojo izquierdo dentro del vendaje, pero todo estaba oscuro. La cabeza me palpitaba como si estuviera dentro de una mezcladora de cemento y el dolor comenzaba a sentirse en la piel adormilada del lado izquierdo de la cara y la frente. El cirujano había introducido una banda de silicona alrededor de mi ojo izquierdo para mantener la retina contra la pared trasera; éste era su segundo intento por volver a unirla. La primera operación mantuvo unida la retina durante un mes. Esta operación era mucho más invasiva. “Hasta la cocina”, así la describió el médico. Además, me advirtió que sería necesario realizar otros procedimientos con láser para adherirla de forma más limpia. Entonces, si todo salía bien, dos operaciones más repararían el daño causado por las cirugías de reinserción. Mi vida había cambiado para siempre.
El hombre no puede
rehacerse sin sufrimiento,
ya que es tanto el mármol
como el escultor.
DR. ALEXIS CARREL
—¿Está despierto? —preguntó una voz de mujer—. ¿Cómo se siente?
No contesté. Estaba tan furioso e iracundo que no quise hablar. Quería seguir aislado en esta cueva oscura. Incluso si esta vez la retina se quedaba en su lugar, quedaría discapacitado de la vista para siempre: visión doble, falta de vista periférica, percepción deficiente de la profundidad, rodeado de imágenes borrosas y distorsionadas que no eran corregibles con lentes. Tenía un gran cirujano, pero era imposible alinear la retina exactamente en su lugar original y el desgarre retiniano y las suturas láser me distorsionarían la vista. Por supuesto, sin cirugía habría perdido la vista por completo y tendrían que quitarme el ojo.
—¿Cómo se siente? —preguntó la enfermera en voz más alta.
Yo no quería que arrancara el vendaje que me cubría el ojo sano; no quería ver el mundo como un hombre discapacitado. No quería comenzar una vida en la que nunca más podría hacer nada que pudiera desprender la retina de cualquiera de los ojos, ya que el ojo sano estaba en riesgo también. Nada de saltos, correr, softbol, tenis o esfuerzos prolongados. Nada de pisar el cohete de plástico con los nietos.
Después de la primera operación, me costaba trabajo calcular profundidades y a menudo pisaba mal en los escalones y los bordes de las aceras. Con la visión periférica disminuida, chocaba con la gente en el supermercado. Una vez atravesé una puerta de mosquitero, lo cual resultó cómico y perturbador. Estas vergüenzas me forzaron a caminar como en cámara lenta. Toda mi vida empezó a girar en torno a ser precavido y tener cuidado. Como tenía visión doble, a menudo trataba de agarrar la perilla fantasma en lugar de la verdadera o picaba el plato con el tenedor sin atinar a la comida. Después de la segunda operación, la visión se redujo aún más. Los milagros de la tecnología moderna no podían transportarme por arte de magia a como era antes. No sabía ya quién era y no quería salir de la oscuridad para exponer a esta persona extraña ante el mundo. No quería que la gente viera a esta persona como si fuera yo. No quería ser esta persona.
—¿Cómo se siente?
¿Cómo me sentía? Esto es lo que quería contestarle a la enfermera:
A. Esto no debía pasarme a mí. La mayoría de los desprendimientos de retina son defectos genéticos que se transmiten en una familia o son provocados por impactos como con un guante de box, un accidente automovilístico o una explosión. En mi familia no había antecedentes de problemas de retina y nunca me había visto envuelto en una pelea de cantina. Este problema pertenecía a alguien más. El mensajero de FedEx debería venir a reclamarlo para llevarlo a otra dirección.
B. Tengo cosas que hacer, tengo muchos planes pendientes antes de volverme débil o incapacitado. Sólo permítanme terminar un par de cosas en los siguientes cinco o seis años antes de que me suceda algo como esto. Un día durante un agradable paseo, ¡puf!, se me desprendió la retina. Al día siguiente, había personas rebanándome el ojo, extrayendo el gel natural para colocar una banda fijadora alrededor y llenándome el ojo de aceite. Me pudieron haber advertido al respecto.
C. Mi vida terminó. Bueno, seguiré respirando; sin embargo, ¿qué caso tiene vivir una vida mermada? No soy suficientemente fuerte o noble como para vivir discapacitado.
No dije nada de esto en voz alta, pero así es como me sentía. Estoy tirado como una piedra en una cama de hospital. Entonces mi esposa me tocó la palma. Deslizó los dedos por la sonda intravenosa y me acarició los dedos. Sus caricias suavizaron mi temperamento. En la mente le decía: “Quiero vivir de nuevo. No quiero ser esto para ti”. Carol no dijo nada en alto, pero siguió acariciándome la mano. La podía oír diciéndome:
A. No tiene por qué haber una razón para que haya sucedido esto. Simplemente sucedió. Eso es un hecho. A todo el mundo le ocurre algo. No podemos escoger qué nos va a suceder ni cuándo. Tienes suerte, esposo, mucha suerte de que algo serio no te haya pasado antes. Quizá ahora puedas apreciar más lo que tenías. Ésta es tu vida. Nada de ella pertenece a alguien más.
B. ¿Tienes una agenda pendiente? También la naturaleza. Y adivina qué agenda va a ganar. Por lo tanto, debes revisar la tuya. Esta puede ser una oportunidad para probar cosas nuevas y tomar nuevos caminos por los que nunca has transitado. Tal vez tus metas eran demasiado limitadas. Y para previsiones, la vida no es el canal donde se trasmite el estado del tiempo.
C. Tu vida termina sólo si así lo crees. No podemos controlar lo que nos ocurre; sólo podemos controlar cómo reaccionamos ante lo que sucede. Tanto la alegría como el sufrimiento están escritos en nuestro contrato con la vida. Si reaccionas con enojo y desesperación al sufrimiento, eso es con lo que te quedarás. Si reaccionas con valor, energía y buen humor, en eso te convertirás. La vida valdrá la pena si así lo deseas. No puedes controlar el desprendimiento de tu ojo, pero puedes decidir si quieres desprenderte de la vida o no. Y, amigo, sin importar el estado en el que te encuentres, tú y yo estamos unidos.
Mi esposa se hizo a un lado mientras la enfermera, que en ese momento ya estaba un poco irritada, se inclinó sobre mí y preguntó: “¿Está despierto, señor Bauman?”.
Contesté con voz ronca: “Ya casi”.
GARRETT BAUMAN