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Sentirse como superhéroe

Era un día normal. Llegué a casa del trabajo y conversé de cosas triviales con mi compañera de cuarto, le puse la correa al perro y salí a pasear. Me había mudado al centro de San Diego apenas siete días antes, por lo que Chibby, mi chihuahueña de menos de dos kilos, no había salido a dar un paseo largo en varias semanas. Me había concentrado en mudarme y lo había ignorado un poco. Esa noche haríamos un poco de ejercicio y exploraríamos el vecindario.

El espíritu humano es más

fuerte que cualquier cosa

que le suceda.

CC. SCOTT

Me dirigí hacia la marina y puerto de cruceros simplemente porque no había ido hacia allá. Di vuelta a la izquierda por Ash Street y me quedé maravillada al ver el mar y algunos cruceros en el puerto frente a mí, muchos de ellos adornados con luces. Entonces vi al Star of India, un barco histórico y atracción turística, atracado en el puerto. Estaba emocionada de vivir tan cerca de un lugar tan activo y divertido. Mascullé un poco para mí y otro poco para Chibby que debíamos caminar en esa dirección para explorar. Entonces todo se volvió negro.

Cuando salí de la oscuridad, me di cuenta de que veía el interior de una ambulancia. Comencé a gritar: “¿Qué estoy haciendo aquí? ¿Qué sucedió? ¿Dónde está mi perra?” Un paramédico contestó, pero no recuerdo qué fue lo que dijo. Sentí el frío de las tijeras cuando me tocaron la pierna, abdomen, estómago, pecho y cuello. El paramédico estaba cortando mi ropa para examinar la gravedad de mis heridas. Entonces todo se oscureció de nuevo.

Resultó que me atropelló un tranvía. El noticiero local informó que estaba persiguiendo a mi perra que se había soltado y cruzó las vías. El reportero dijo que el tranvía me lanzó nueve metros por los aires y me mostraron fotografías de mis zapatos separados por una distancia de cuatro metros y medio. Se me salieron cuando el tranvía me golpeó.

Unas semanas después conseguí el informe de la policía. La imagen que describió la policía aún me atormenta: “Al acercarme”, escribió el oficial, “vi que estaba sentada con las piernas cruzadas y la perra en su regazo. Le faltaban los dientes incisivos y estaba bañada de sangre. Lloraba y me pidió que le ayudara a encontrar sus dientes. Tomé a la perra y ella insistió en preguntar por sus dientes y pedirme que la ayudara a buscarlos”. Debo de haber estado en shock.

Cuando llegué al hospital me practicaron una operación de emergencia en ambas muñecas. Los huesos de la muñeca derecha quedaron pulverizados y la izquierda estaba fracturada. El cirujano y su equipo cosieron los huesos con alambre para juntar los fragmentos y utilizaron placas de metal para mantenerlos unidos en lo que sanaban.

Después de la operación, me llevaron a la habitación que se convertiría en mi hogar los siguientes nueve días: la habitación 522 de la unidad de traumatología. Tenía una dieta de puros líquidos y no podía moverme. Un amigo cercano me cuenta que durante cuatro días estuve como vegetal; era evidente que me sentía muy deprimida por mis circunstancias. Sin embargo, al quinto día, de acuerdo con mi amigo, se puso de manifiesto que había decidido luchar por recuperar la salud. Mi personalidad regresó e incluso salí de la habitación para caminar por el pasillo.

Ahora que había salido de la conmoción y podía comprender mi situación, los doctores me explicaron por qué me faltaban dientes y otros sobresalían. La cuenca del ojo izquierdo, los pómulos, nariz y mandíbula estaban hechos añicos; la mandíbula también se me partió a la mitad. Al séptimo día me hicieron una operación de reconstrucción facial. Me insertaron malla de alambre, dieciocho pacas de metal y alrededor de sesenta tornillos para mantener mi rostro unido.

Una vez que salí del hospital, me fui a casa a mi nuevo departamento donde mi madre se quedó con mi compañera de cuarto y conmigo durante las siguientes seis semanas para poder cuidarme. Apenas podía caminar y tenía las dos muñecas enyesadas, por lo que no podía hacer muchas cosas por mi cuenta. Mi madre me cuidó estupendamente y varios amigos fueron a visitarme o enviaron flores y tarjetas para desearme una pronta recuperación.

No sé cómo fue que acabé frente a un tranvía aquel día. Tal vez nunca lo sabré. Aunque no recuerdo nada, supongo que simplemente no presté atención a mis alrededores. Yo provoqué este accidente y tendré que resignarme a vivir con ello por el resto de mi vida. Sin embargo, a pesar de todas las incógnitas, aprendí esto sobre la resiliencia y la curación física y emocional que llega después de un accidente: la actitud importa.

Poco menos de un mes después del accidente estaba de regreso dando clases en la universidad. Fue difícil y sentía dolor, pero iba mucho mejor en el proceso de curación de lo que los doctores esperaban. De hecho, después de la operación, los médicos le dijeron a mi madre que no sería posible de ninguna manera que regresara a trabajar tan pronto. Sin embargo, ahí estaba, lista, deseosa y capaz de hacerlo. Aún no iba al dentista, por lo que di clases varias semanas con huecos en la dentadura, hasta que pudieran colocarme una prótesis. No iba a permitir que el accidente se interpusiera en mi camino.

Siempre que voy a revisión con el cirujano que me operó de las muñecas, me dice que soy la paciente ideal en cuanto a actitud y cómo ésta afecta el proceso de curación. Dice que recibe a muchos pacientes con el meñique roto que maldicen la vida y se quejan de no poder hacer nada, mientras que yo soy feliz con las muñecas pulverizadas y la cara reconstruida con metal. El doctor está plenamente convencido de que sané de forma tan milagrosa gracias a mi actitud positiva.

Sin embargo, no piensen que la actitud positiva llega sola. La lección más grande que aprendí de todo esto tiene que ver con la actitud. Soy afortunada de contar con una familia que dejó todo para ir en mi rescate. También tengo muchos amigos que me apoyaron y siguen demostrando su apoyo mientras el proceso de curación continúa. Me imagino que debe ser difícil mantener una actitud positiva si uno se siente solo.

Tampoco permití que los pequeños detalles me arruinaran el día, como no poder servirme leche en un tazón. No podía abrocharme el sostén y tampoco podía usar la secadora de cabello, por ejemplo. En lugar de sentir lástima de mí misma, encontré formas de superar estos obstáculos cotidianos. Mi madre servía la leche en envases más pequeños para que pudiera levantarlos. Compré sostenes que se abrochaban por el frente y también una secadora de cabello más ligera. Seguir siendo lo más normal posible evitó que me sintiera derrotada y me ayudó a permanecer positiva.

En última instancia me doy cuenta de que no soy víctima de las circunstancias. Me veo como una superviviente en lugar de una víctima. Un tranvía de 150 toneladas que iba a 30 kilómetros por hora me atropelló y sobreviví. Creo que eso me convierte en superhéroe.

CATHERINE MATTICE

Caldo de pollo para el alma: El poder de lo positivo

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