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La fortaleza

Esperé media hora, organicé mis cosas y me senté en el estudio a revisar mis preguntas otros cinco minutos hasta que entró una llamada. Siempre me pongo nervioso antes de una entrevista.

—¿Diga?

—Disculpe por llamar tarde. No me sucede con frecuencia —oí la respiración agitada de la mujer que estaba al otro lado de la línea. De pronto todo quedó en silencio.

—Habla Connie Chung. ¿Cómo está? —el corazón se me aceleró.

Un hombre sabio

crea más oportunidades

que las que encuentra.

FRANCIS BACON

Connie Chung era un icono, era una de sólo cuatro mujeres que habían logrado entrar al club elitista de conductores de los noticiarios de la noche de la televisión abierta. Hablamos casi una hora sobre la industria. Cuando le pregunté si había tenido algún mentor durante sus pruebas, ella me cambió la pregunta y se ofreció a ser mi mentora. Cuando le pregunté por qué quería hacer eso, simplemente respondió: “Porque eres bueno”.

Esa tarde salí corriendo a casa y le conté a mi madre lo que había ocurrido. En el fondo sentía cierta competencia con mi madre y sus respuestas siempre me hacían sentir poco apreciado: “Te felicito”.

Fui presidente de la clase en una prestigiosa preparatoria; discutía con los fideicomisarios, la administración escolar y los directores de los diferentes departamentos sobre el rumbo correcto que debía tomar la escuela, y después de que un amigo mío murió de cáncer el último año que estuve ahí, ayudé a recaudar miles de dólares en funciones de beneficencia para ayudar a otras personas en su lucha contra el cáncer. Trabajé para conseguirle un asiento de primera fila en mi graduación. En lugar de disfrutar de esos momentos como familia, los pensamientos negativos nos deprimían.

Hasta entonces había buscado algo que jamás encontraría: un sentido de amor y aceptación en una casa llena de negatividad. Correr riesgos me permitiría abrirme paso en el mundo y recibir toda la energía positiva que necesitaba. Sabía que era capaz de hacer lo que se me pidiera, pero primero debía deshacerme de toda la negatividad de mi vida. Empaqué mis maletas y salí de esa casa sin mirar atrás.

La radio se volvió terapéutica para mí. Era mi forma de establecer contacto con otros y de contar sus experiencias. Mi habilidad para conseguir invitados especiales y celebridades de primer nivel me llevó a tener mi propio programa, The Gary Duff Show. Se transmitiría al público de Malibú, California, mientras yo seguía conduciendo un programa matutino de entrevistas en Nueva York.

Con el tiempo, todas las palabras de aliento que me brindaron invitados y colegas me ayudaron a reconstruir mis niveles de confianza. “Puedo lograrlo”, me repetía una y otra vez mientras me esforzaba más para dar el siguiente paso.

Uno de mis principales mentores, John Mullen, conocido por su actitud estricta y firme como director de programación de la estación WBLS FM de Nueva York, me ayudó a desarrollar, en parte, un proceso rápido de toma de decisiones. ¿A dónde puedo ir ahora? ¿Qué debo hacer después? ¿A quién puedo invitar al programa? “Tienes mucho poder de convocatoria, me dijo, “nunca había visto a alguien así”.

Otro amigo, Joseph DeRosa, que alguna vez fue jefe de ingenieros de Charlie Rose en Bloomberg, me metió la idea de tal vez buscar un trabajo ahí.

—¿De verdad? —pregunté.

—Siempre están buscando a personas como tú —me respondió.

Los demás tienen fe en mí y por eso logre tener fe en mí mismo. Sus actitudes positivas hacia ellos y hacia mí, me ayudaron a desarrollar mi propia actitud positiva, que me ha llevado a interacciones positivas con celebridades y a aumentar mi lista de mentores.

Puede que no haya empezado la vida rodeado de actitudes positivas, pero ahora siento que lo estoy. Es sorprendente cómo el pensamiento positivo crece y se multiplica por sí mismo.

GARY DUFF

Caldo de pollo para el alma: El poder de lo positivo

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