Читать книгу Caldo de pollo para el alma: El poder de lo positivo - Марк Виктор Хансен - Страница 15

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Florece donde sea que te siembren

Me encantó desde el primer momento que vi el adorable condominio con sala en desnivel y las maravillosas puertas estilo francés que se abrían hacia un patio de losa. Convencí a mi esposo Joe de que el “vivieron felices para siempre” nos aguardaba al otro lado de la puerta; una puerta elegante flanqueada por ventanales de piso a techo de cristal biselado. Era la casa situada en 6823 Crooked Lane.

Las cosas salen bien para

las personas que sacan el

mejor partido posible de lo

que les sucede.

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De inmediato pusimos la casa en venta y en menos de una semana una persona nos hizo una oferta. Lo tomé como una señal del cielo y mentalmente comencé a fantasear con nuestro nido en Crooked Lane. El día que aceptamos la oferta del comprador hicimos el depósito de la casa de nuestros sueños. ¡Comenzamos a empacar!

Mientras llenaba cada caja, me imaginaba cocinando cenas suntuosas en esa hermosa y amplísima cocina, o sumergida en el lujoso jacuzzi después de un largo día de trabajo. Sí, la buena vida iba a comenzar en cuanto nos instaláramos en nuestro nuevo hogar y estaba impaciente por mudarme. Joe, por otra parte, tenía su propia fantasía de las actividades (o ausencia de ellas) con la que se entretenía. La sola idea de que le quitaran de encima la responsabilidad de cortar el pasto o quitar la nieve con una pala lo hacía sentirse inmensamente feliz.

Mientras empacábamos, comenzó el papeleo y las citas habituales. Nos aprobaron la nueva hipoteca sin problemas y nuestra casa en Spring Mill Avenue pasó todas las inspecciones de rutina. No preveíamos ningún problema. Se aproximaba el día que cerraríamos la venta y con ello aumentó el entusiasmo por iniciar nuestra nueva vida utópica. Contábamos los días y nunca contamos con que podía haber problemas. Sin embargo, los problemas esperaban a la vuelta de la esquina.

Miré la silla vacía al otro lado de la mesa en el preciso instante en que el reloj de pared, que se hallaba en la esquina de la oficina del agente de bienes raíces, dio las campanadas de las tres de la tarde. El comprador de la casa tenía un retraso oficial de treinta minutos. Esto parecía extraño, ya que él mismo era agente de bienes raíces.

Nuestro agente de bienes raíces llamó con insistencia a la oficina y al móvil del comprador. Cuando llevábamos una hora esperando, mi esposo se levantó.

—Ya basta —exclamó—. Nos vamos y a menos que pueda probar que el comprador sufrió algún daño físico que le impidió comunicarse a esta oficina, la venta queda cancelada —nos pusimos de pie y salimos de ahí.

Volvimos a casa en estado de shock. Bueno, yo estaba en shock. Joe estaba más allá de la conmoción, en un estado iracundo. Durante toda la cena estoy segura de que le salía humo de los oídos. Ninguno de los dos podía aceptar que el proceso de venta de la casa hubiera llegado al día de cierre del trato, sin que nuestro agente de bienes raíces confirmara la legitimidad del comprador. Nunca hicimos preguntas porque no teníamos experiencia en ventas de inmuebles y cuando el agente nos aseguró que todo estaba bien, creímos que en verdad lo estaba. ¡Qué tontos fuimos!

Cerca de las siete de la noche nuestro agente llamó para decir que al fin había hablado con el comprador, que confesó que tenía muchos problemas en ese momento y se le estaba dificultando conseguir una hipoteca. Por supuesto que nuestro agente, George, nos aseguró que si le dábamos una prórroga de unas semanas al comprador, todo saldría bien.

Joe silenció el teléfono y preguntó:

—¿Qué opinas, Annie?

Ahí estaba yo entre las pilas de cajas, deseosa de mudarme a la casa en Crooked Lane, a punto de decir “Démosle otra oportunidad”. La expresión de mi esposo, que era muy prudente con las finanzas, lo decía todo. Respiré profundamente.

—De ninguna manera, Joe —respondí—. Tuvo su oportunidad y no creo que debamos confiar más en sus promesas. Hay algo muy raro aquí y no confío en este sujeto.

Joe soltó un suspiro de alivio, le informó nuestra decisión a George y colgó el teléfono.

—Es oficial, Annie. Quedó cancelada la venta de la casa.

—¿Qué hacemos ahora? —pregunté, mientras esperaba que Joe tuviera un as bajo la manga, aunque en el fondo sabía que no era así.

—Esto —respondió mientras marcaba el teléfono del agente del condominio en Crooked Lane.

Tuve que salir de la habitación. El sólo pensar en tener que hacer dos pagos de hipoteca hasta que la casa se vendiera me hacía sudar en lugares donde ni siquiera sabía que tenía glándulas. Estaba segura de que Joe jamás aceptaría un financiamiento puente o alguna otra solución rápida en la que nos cobraran una tasa de interés muy alta, y yo estaba de acuerdo. En ese momento las probabilidades ya no estaban a nuestro favor. Aunque no estuviera en el cuarto, sabía que Joe explicaría nuestra situación y pediría que se nos liberara del compromiso de comprar la casa de Crooked Lane.

Cuando Joe colgó el teléfono, entró en la sala y se dejó caer en el sillón junto a mí.

—Qué desastre, Annie. Qué desastre tan increíblemente grande y agotador.

El propietario de Crooked Lane aceptó liberarnos del contrato siempre que nuestro agente de bienes raíces enviara una carta explicando lo que había ocurrido. Estaban molestos, pero mostraron actitud de cooperación. Aunque nuestro agente prefería convencernos de darle otra oportunidad al comprador, accedió a enviar la carta.

Cuando las cosas volvieron a su cauce normal, Joe y yo decidimos que nuestra pequeña casa en Spring Mill sería nuestro Crooked Lane. Y eso es exactamente lo que hicimos, cuando menos en lo que respecta a la hipoteca. El pago de la hipoteca de la nueva casa sería casi del doble de lo que pagábamos en Spring Mill, por lo que cada mes dimos cheques por el doble de la cantidad normal.

Le hicimos algunos arreglos al pasar de los años, como quitar el piso de madera e instalar loseta, aunque desde luego no tenemos un jacuzzi. Y después de todos estos años, mi esposo sigue quejándose de tener que cortar el pasto. La gran noticia es que en diciembre pasado hicimos nuestro último pago de la hipoteca, quince años antes de tiempo. Ya tenemos las escrituras. También nos sentimos orgullosos y tranquilos de vivir en una casa cómoda que hemos llegado a amar. Lo más importante es que sabemos por experiencia propia que a veces sólo hay que ver las cosas desde otra perspectiva y florecer donde sea que te siembren.

ANNMARIE B. TAIT

Caldo de pollo para el alma: El poder de lo positivo

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