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Capítulo 1
A la mesa de los primeros humanos

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“El hombre es lo que come.”

Ludwig Feuerbach

Cuando nos preguntamos por los orígenes de la cocina, es conveniente preguntarse antes qué alimentos consumían nuestros antepasados. Aquí está la primera dificultad, ya que, aunque se han podido encontrar espacios ocupados hace mucho tiempo por comunidades humanas –en particular en la entrada de las grutas que les sirvieron de refugio–, muchos alimentos que consumían no dejaron ningún rastro arqueológico. Nuestros conocimientos en la materia siguen siendo parcelarios: se conocen pocos sitios de ocupación humana, de una antigüedad de más de 10.000 años y hasta la actualidad han llegado pocos indicios sobre el régimen alimenticio de nuestros antepasados.

Incluso los rastros de viviendas primitivas son difíciles de detectar, dado que los humanos en el Paleolítico no eran sedentarios y construían muy a menudo hábitats livianos y provisorios a partir de ramajes y de pieles de animales: si no quedaron rastros de estos hábitats, con más razón los desechos orgánicos frágiles, como los carozos de frutas o las espinas de pescado, no sobrevivieron muy menudo hasta nuestros días. Además, los animales y sobre todo las plantas con las que convivieron nuestros antepasados no tenían nada que ver con lo que estamos acostumbrados tras milenios de domesticación. Solamente los animales de cacería y los peces salvajes son similares a los que consumían nuestros antepasados. Por eso, si hoy consumimos carne de reno o de salmón salvaje, podemos encontrar un alimento idéntico al consumido por nuestros ancestros del Paleolítico. Por lo demás, nuestra alimentación compuesta de plantas cultivadas y animales de criadero no tiene nada en común con la de los primeros hombres.

El simio cocinero

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