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El hombre: un simio que se volvió carnívoro

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La comparación entre el hombre y los otros grandes simios nos indica que la proporción de los productos cárnicos en nuestra alimentación aumentó mucho desde los comienzos de la humanidad.

Al no tener garras afiladas, ni una musculatura poderosa, ni una dentición particularmente peligrosa, el hombre estaba poco preparado por la evolución para capturar presas de gran tamaño y durante mucho tiempo se contentó con los alimentos que le eran más fáciles de conseguir, a saber, las plantas (frutas, hojas, raíces…), los insectos y, en ocasiones, pequeños animales que podía atrapar, en especial los roedores. Basta con representarse lo que podría consumir alguien de nuestra época abandonado en plena naturaleza sin herramientas de caza para darse cuenta de que ni los pájaros ni los grandes mamíferos eran en verdad accesibles para los primeros humanos. No es sino mucho más tarde que las armas de lanzamiento (propulsor y azagaya, arco y flecha, bumerán) permitirán cazar animales a una distancia de varias decenas de metros.

Si nos interesamos por nuestros primos más próximos que son el babuino y el chimpancé, la proporción de alimentos cárnicos en su alimentación no representa mucho más que el 5% del total de los aportes calóricos (Ducros, 1992). Así, es probable que el hombre, antes de empezar a mejorar sus técnicas de caza hace alrededor de 400.000 años, tuviera un consumo de productos cárnicos cercano a este nivel.

Sin embargo, desde la aparición de los primeros hombres hasta el advenimiento de la agricultura, los productos cárnicos parecen haber representado una parte creciente en el régimen alimenticio humano. El éxito del hombre en los nichos biológicos variados está, sin dudas, vinculado con su capacidad de adaptar su dieta a medio ambientes muy diferentes, al contrario de otras especies que no pueden consumir sino ciertas variedades de plantas o de animales –podríamos pensar, por ejemplo, en el panda gigante que se alimenta exclusivamente de bambú–.

Dos métodos nos permiten imaginar el reparto entre los productos de origen animal y los productos de origen vegetal en la alimentación humana: el estudio de los coprolitos y el análisis de los restos de tejidos orgánicos humanos.

El simio cocinero

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