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¿EVOLUCIÓN O DEGENERACIÓN?

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Con el inicio de la agricultura y la cría de ganado en Mesopotamia, la población dejó de ser nómada para formar sociedades fijas y más grandes. La cultura y el conocimiento prosperaron. La humanidad comenzó a ser más sedentaria y empezó a consumir grandes cantidades de grano, leche y carne doméstica.

En el siglo XX, con la revolución industrial, la dieta cambió aún más dramáticamente. Los granos y el azúcar se refinaron rutinariamente, eliminando una gran parte de su valor nutritivo, y aumentó el consumo de frutas y verduras procesadas en detrimento de las frescas (Kousmine, 1989). Los aditivos químicos se convirtieron en elementos fijos de la industria agroalimentaria.

Durante los últimos seis mil años no hemos sido capaces de adaptarnos genéticamente a estos cambios. La mayoría de nuestros genes son antiguos y casi toda nuestra bioquímica y fisiología están adaptadas a las condiciones de vida que existían con anterioridad a ese periodo. Desde el comienzo de la edad industrial han vivido diez generaciones. Nuestros genes no pueden adaptarse con tanta rapidez al enorme crecimiento experimentado por el consumo de los alimentos procesados. Sólo dos o tres generaciones han crecido con esta alimentación artificial, por lo que aún no se ha efectuado una adaptación paulatina.

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